sábado, 11 de abril de 2009

El pescador y la tortuga

En la pequeña aldea de Sugeka vivía hace tiempo, en una cabaña con tejado de paja, un joven pescador que se llamaba Taro.
Un día mientras, mientras regresaba a su casa, contento porque la pesca había sido abundante, vio en la orilla a unos niños medio desnudos que se divertían atormentando a una tortuga. No le gustaba a Taro ver sufrir a los animales; por ello se acercó al grupo, acarició dulcemente la graciosa cabecita de los niños y distribuyó entre ellos algunas monedas con la condición de que le entregaran la tortuga. Los niños no se hicieron decir dos veces y sin perder tiempo corrieron a la aldea a comprar golosinas.
Habiendo quedado solo con la tortuga, Taro la acarició para tranquilizarla y la depositó sobre la arena, dejándola en libertad. Luego gozando de la intensa satisfacción que siempre procura a los espíritus delicados una buena acción, se encaminó silbando hacia su casa.
Al día siguiente , a las primeras luces del alba, el joven pescador, según su costumbre, salió en su barquita y bogó a lo largo de la costa en busca de un paraje propicio para pescar.
Y he aquí que de improviso una enorme tortuga afloró a la superficie del mar y fue a colocarse junto a la barca. Mientras Taro la miraba asombrado, el animal le dirigió la palabra en buen japonés.
-Buenos días, Taro- dijo-; me manda la reina de las aguas, la bella Otimé. Ayer, mientras según su costumbre daba un paseo por la orilla bajo el aspecto de tortuga, fue capturada por unos muchachos y seguramente hubiera muerto tras atroces torturas, si tú no hubieses llegado a libertarla. La reina quiere por ello demostrarte su profundo reconocimiento y me ha mandado venir a buscarte. Sube, pues, a mi grupa y te conduciré hasta ella.
Taro, que era valiente y amante de las aventuras, y que sólo buscaba cualquier pretexto, no se hizo repetir la invitación dos veces; saltó fuera de la barca y se sentó cómodamente en la grupa del galápago , que se zambulló resueltamente en las olas. Hendiendo las aguas a una pasmosa velocidad, el animal condujo a su jinete al fondo del océano , y se detuvo ante un palacio de oro macizo, con columnas de coral y techo de piedras preciosas; la arena estaba formada por infinidad de minúsculas perlas.
Apenas Taro se apeó de la tortuga, un tropel de sirenas, peces, dragones y monstruos marinos salieron por el amplio portón y fueron a arrodillarse ante él ; luego un grueso atún vestido se paje, se le acercó y con sorprendente agilidad le quitó el miserable indumento de pescador, y le vistió con un traje de seda azul , le calzó unos zapatos de oro y en la cabeza le puso una corona de diamantes. Luego, tomándolo de la mano, lo introdujo en el palacio.
El joven pescador subió una ancha escalinata de mármol y, a través de una puerta de esmeraldas, penetró en una sala inmensa con artesanado de coral, sostenido por cien columnas de mármol resplandeciente.
En medio de la sala, sentada en un altísimo trono de diamantes, lujosamente ataviada, estaba Otimé , más bella que la aurora.
Al advertir la presencia de su joven salvador,, la reina avanzó a su encuentro y, tomándole de la mano, le hizo sentar a su lado en el trono. En aquel momento una música dulcísima resonó bajo las inmensas bóvedas, mientras las sirenas, con suaves voces, entonaban un melodioso canto de amor y júbilo.
Aquella misma tarde se celebraron las bodas del pescador con la reina de los mares, con asistencia de todos los habitantes del vasto reino, llegados de los más remotos abismos. Taro vivió tres años en aquel palacio encantado, tres años de plena felicidad, al lado de su hermosísima esposa. Pero luego, poco a poco, su pensamiento retornó hacia sus ancianos padres, habían quedado en la aldea , a su casa, a la tierra habitada por sus semejantes, y una profunda añoranza se apoderó de él.
Otimé se dio cuenta de ello y su corazón se oprimió de angustia; con todo, ahogando los sollozos, le dijo:
- Taro, veo que estás enfermo de añoranza; te consume el deseo de volver a estar entre los tuyos . No seré yo ciertamente quien te disuada de ello; ve, pues; la tortuga que te condujo aquí, te llevará a tu casa. Acepta este cofrecito , pero te recomiendo vivamente que no lo abras por ningún motivo del mundo, si no quieres perderme para siempre.
Taro prometió y abrazó a la princesa. Luego subió a la grupa de la tortuga, que lo condujo fielmente a su casa.
¡Cuántas mudanzas habían ocurrido durante su ausencia! Grandes árboles crecían allá donde antaño se extendía la playa desnuda; la aldea había crecido mucho, y ya no se veían cabañas con tejado de paja, sino amplias casas de albañilería. Los habitantes ,que sentados en los umbrales, lo miraban pasar, éranle desconocidos. Taro no sabía que pensar; una sensación de frío y de angustia le invadió. ¿Qué había sucedido? A la orilla de un riachuelo, reparó en una viejecita que estaba lavando; se le acercó y le pidió noticias de su familia.
-Tengo cuento siete años- contesto la mujer-, y por mis padres, que a su vez lo habían oído contar a los suyos, se que un tal Taro, que vivió hace cerca de tres siglos, desapareció un día para nunca más volver.
A estas palabras, Taro se quedó petrificado de horror ; ¡así pues, no habían transcurrido tres años, sino tres siglos es en los abismos marinos!
¡ Oh, como había volado el tiempo ! ¿Y que podía hacer ahora? Solo, sin amigos, sin parientes, en un pueblo que ya no era el suyo, rodeado de gentes extrañas, sin dinero... Al llegar a este punto su atención fue atraída por el cofrecito que le diera Otimé antes de partir.
-¡Tal vez contiene un tesoro!- pensó. Y quizá por eso la reina me ha recomendado que por ningún motivo lo abriese.
La tentación de efectuar la acción prohibida se apoderó de él con tanta fuerza que no pudo resistirla; inclinose sobre el cofre, agarró la tapa y trató de levantarla. De improviso se abrió , dejando salir un humo de color violáceo que lo envolvió de la cabeza a los pies. Entonces su rostro se arrugó , sus cabellos y su barba se volvieron blancos, sus miembros se entumecieron y, en menos de un minuto, el joven Taro se convirtió en un anciano caduco con un pie en el sepulcro. Con un grito de angustia se arrastró hasta la falda del monte y avanzó por el bosque, donde bien pronto desapareció. Desde entonces, no se ha sabido nada de él.
De cuando en cuando, especialmente durante las noches de luna llena, los pescadores que navegan en aguas de Sugeka oyen, procedente del mar, una voz febril, angustiosa , que llama, desesperadamente y las buenas gentes, murmurando entre sus dientes una rápida oración a Buda, dicen:
-Es Otimé que llama a Taro, su esposo.

10 comentarios:

  1. bueno esta bonito la leyenda carlos lv allison

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  2. Gracias por hacerme recordar mi niñez

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  3. Nunca pense encontrar esta historia. Despues de 20 años recorde mi infancia. Les Conte la historia a mis hijos y les encanto

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  4. Justo me acordé de esta historia. La leí en un libro hace muchos años y es exactamente igual.

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  5. Lo lei en 1975 en Lima Peru en un libro llando venciendo

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  6. Lo lei en 1975 en Lima Peru en un libro llando venciendo

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    1. También lo leí en ese libro, en Lima, en 1995. Recordar la infancia es volver a vivir.

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  8. Después de 32 volví a leer está leyenda

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