domingo, 26 de mayo de 2013

El peor de los animales.



Colalarga, la mona más presuntuosa de todo el bosque, no gozaba de las simpatías de sus compañeras. Y un buen día se dio cuenta de que ninguna de ellas queríala por vecina. El mundo pintoresco y algo misterioso de los árboles, donde tan divertido era saltar de rama en rama, esconderse entre la froda, idear trampas y combinar marrullerías, fue terreno vedado para Colalarga. La pobrecita intentó ablandar el tribunal simiesco que la condenaba al destierro, pero sus lágrimas fueron inútiles. E inútiles fueron asimismo sus promesas. Debía resignarse a la mendicidad. Se presentó humilde, muy humilde a la zorra.
-Soy la criatura más infeliz del mundo-dijo entre lágrimas. Mis parientes soberbios y egoístas, me han expulsado de la casa solariega. Ayúdame, concédeme un poco de hospitalidad.
La zorra ¡ay! No tenía el más mínimo sentido filantrópico.
Mi alojamiento es demasiado estrecho.
-Paciencia. Ofréceme al menos un poco de comida.
-Yo también tengo hambre y no sé como saciarla. ¿Cómo podré matar la tuya?
La mona comprendió que la insistencia sería inútil. Hizo de tripas corazón y se presentó al leopardo.
-Amigo ¿en tu hermosa casa no habría un rincón para mí? Soy pobre, carezco de un refugio, no tengo comida. El cansancio y el ayuno me tienen medio muerta.
-¡Vete!-gritó, iracundo, el leopardo. Mi casa no es un hospicio para mendigos.
Colalarga, amargada ´por este segundo rechazo, fue a visitar al gato montés.
-Mi querido gatito, se dice que eres bastante egoísta. Pero yo no doy crédito a los chismosos. Ya ves, obligada por mi mala suerte a mendigar, me dirijo a ti, llena de confianza.
El gato atravesó a Colalarga con los dardos de sus ojos cambiantes y resolló amenazador.
Colalarga ya no espero la respuesta y puso pies en polvorosa.
Llamó luego a la guarida del ciervo.
-Querido amigo, mi simpático, mi poderosísimo ciervo. Estoy segura de que tú no me rechazarás. No tengo casa, me falta comida; me muero de hambre, de cansancio y de soledad.
-Entra, dormirás en mi yacija, pobre monita. La despensa está vacía. Pero comprendo que no podrás descansar sin haber metido algo en tu estomago. Espérame aquí. Voy a buscarte un poco de fruta silvestre.
Colalarga pasó a ser dueña en la casa del ciervo. Este dormía al aire libre, se exponía a mil peligros para procurarle vayas, avellanas, miel y no tenía tiempo de proveerse a sí mismo.
La mona en lugar de manifestarle agradecimiento, lo cargaba de reproches, de insultos y no disimulaba sus enormes pretensiones.
El pobre ciervo comprendió finalmente, que Colalarga, egoísta, sin escrúpulos, lo mataría a fuerza de fatigas y necedades. Un día, el presuntuoso e ingrato huésped salió a dar un paseo. Y el ciervo, por primera vez después de tanto tiempo, se echó sobre la yacija y durmió en un sueño plació  y reparador.
Lo despertó Colalarga, que reclamaba de modo violento, su comida.
-Vete- dijo el ciervo; no quiero hospedarte más en mi casa.
-La mona quedo perpleja.
-No me vengas con bromas.
-No se trata de bromas. Has abusado de mí. Busca otro imbécil  que esté dispuesto a darte alojamiento y mantenerte.
Colalarga gritó, amenazo, lloró. Pero el cuervo fue inconmovible, y la mona tuvo que marcharse.
Vagabundeando por el bosque, encontró al majestuoso león.
-Soy pobre-dijo; me considero la criatura más infeliz del mundo, oh, rey león. El ciervo me ha ofendido, me ha torturado cruelmente, negándome un poco de comida. Ayúdame tu, rey y señor de la selva.
-Mira; ahí en el suelo hay una baya- dijo el león; puedes comerla. Y prosiguió majestuosamente su camino.
Colalarga regreso a sus antiguos lares, con sus hermanos monos.
-Hermanos, he sufrido mucho- se lamentó. Acogedme otra vez entre nosotros, queridos hermanos míos.
Los monos le abrieron los brazos. Tenían curiosidad por saber noticias del mundo.
-¿Qué has visto? ¿A quién encontraste? ¿Cuál es el animal más generoso?
-¡Oh! El animal más generoso es el león. Me dio de comer.
-¿Y cuál es el animal más malo?
El ciervo, hermanos míos. El ciervo es realmente el peor animal que existe.

martes, 14 de mayo de 2013

El engañador engañado


Don lento y doña cahaza, dos gruesas tortugas  vivían en un islote del río Amarillo. Se habían construido un alojamiento cómodo y apacible en una caverna debajo del agua. Y pasaban días felices. Pero la tranquilidad de la pareja fue turbada. Doña cahaza, más bien gorda, tuvo una indigestión de anguilas y cayó enferma.
Don lento consultó al Lucio de plata, que tenía fama de ser un buen médico. También consulto al Gobio; pero ni el lucio ni el Gobio acertaron a prescribir un medicamento eficaz para su mujer.
Un día, un viejo cangrejo, llevado por la corriente fluvial, fue a parar a la caverna de las tortugas.
-Perdonad si os estorbo- dijo al señor de la casa-, pero el agua, bien lo sabéis, no admite réplica. Cuando renazca la calma entre las olas me marchare por donde he venido.
Doña Cachaza gimoteaba.
-¿Por qué os quejáis- preguntó el cangrejo.
La pobre tortuga sufría demasiado para poder contestar.
-¡Ay!- suspiró lento. Mi esposa está gravemente enferma. Y los médicos no aciertan  a encontrar un remedio para ella.
-Los médicos no saben nada. Pero ¿qué tiene la señora tortuga?
-Mal del estomago. Una comida harto abundante la puso como esta. Temo que no puedo contarlo.
-No exageréis. El mal de estomago se cura con hígado de mono.
¿Estáis seguro?
-Tengo la experiencia de la edad. Es lo mejor hígado de mono puesto a secar al sol.
El cangrejo, al darse cuenta de que las aguas estaban más calmadas, salió fuera de la caverna y se alejó  después de saludar a sus huéspedes.
Don Lento no perdió tiempo. Dijo adiós a su mujer, asegurándole que volvería con el remedio. Salió de su casa y se encamino hacia el bosque que poblaba la rivera del río.
El viaje no fue breve y Don Lento llegó a la orilla cerrada la noche. La luna llena iluminaba el bosque, y una familia de monos, exaltada por aquel resplandor que prestaba un encanto de cuento de hadas a cada tronco y a cada hoja, se divertían saltando de rama en rama.
Don Lento descubrió pronto a Pieligero, una antigua amistad.
Le llamó, procurando dar a su voz toda la amabilidad posible. El mono miró hacia abajo sorprendido.
-¿No te acuerdas de mí, Pieligero? Soy un viejo admirador tuyo. Hasta te envidio un poco ¿sabes?
-¡Ah !-riose el monito. Ahora caigo. Pobre Lento, tú no puedes experimentar el placer de la velocidad.
-No, por desgracia. La coraza que Buda me ha dado paralizaría incluso tus impulsos, si la llevaras a cuestas, querido amigo.
Pieligero, en cuatro saltos se reunió con la tortuga.
-¿Sigues viviendo allá abajo, en la isla?
-Habito en la isla. Y no puedes imaginarte lo hermosa que es mi casa. Diríase que en su interior brillan cien lunas multicolores.
-¿Cien Lunas?
Exactamente. Lunas rojas, verdes, azules.
Lunas rosadas y amarillas. Luego, frente a  mi casa, los peces cantan. Cantan al nacer el día y es un placer escucharlos.
-¡Que lastima!-Se lamento el mono. No se nadar. Nunca podre ver tanta hermosura, ni escuchare jamás el canto de los peces.
-Querido amigo, yo puedo arreglar las cosas. Creo que, puesto de cuclillas sobre mi coraza, no irías mal. Al amanecer, justamente cuando los peces empiezan a cantar, llegaríamos a la isla.
-Pero yo soy harto pesado para ti, te causaré gran molestia-objeto Pieligero, que tenía mucho miedo al agua.
Lento fue persuasivo, y el monito se decidió a hacer el pequeño viaje.
Cuando estuvieron lejos de la orilla, la tortuga terminó la comedia de la amistad.
-Eres bien estúpido, graciosísimo Pieligero. Solo un estúpido de tu ralea puede creerse que los peces cantan.
¿Pero qué estás diciendo ahora?- dijo el mono alarmado.
-Los peces no cantan, nunca han cantado, jamás cantarán.
¿Puedes revelarme entonces el motivo secreto de tus mentiras?
-Con mucho gusto. Has de saber que mi esposa está enferma. Y para curarla solo hay un medicamento: el hígado de un  mono. No me será difícil ahogarte cogiéndote por la cola. ¿Sabes? No quiero perder tu precioso cuerpo. Cuando estés muerto y bien muerto, entonces me las arreglar para sacarte el hígado.
El mono disimulo su terror.
-Lo comprendo; tú quieres salvar a tu mujer.
Pero si hubieses hablado con sinceridad, yo te habría facilitado las cosas. Ya que el hígado lo dejo, casi siempre en el árbol en que duermo. Si lo tuviese en el cuerpo, no podría dar los saltos altísimos que doy.
La tortuga se detuvo y volvió la cabeza hacia Pieligero, que hablaba con absoluta naturalidad.
-¿Dices la verdad?
-La pura verdad. Debería odiarte por tu engaño. Pero no te odio. Y además, quiero ayudar a tu mujer, que debe sufrir mucho la pobre. Llévame de nuevo al bosque. Subiré al árbol a buscar el hígado y te lo entregare. Como ves, yo sin hígado, vivo perfectamente.
Lento deshizo el camino y al amanecer llegó a la orilla. Pieligero trepó al árbol más alto del bosque. Y desde lo alto lanzó a la cabeza de la tortuga una gruesa piedra.
-Ahí tienes mi hígado, estúpido. Llévalo a tu mujer y mucha suerte.

jueves, 9 de mayo de 2013

El león, la tigresa y el chacal.



Pelirrojo, el soberbio león de la selva, y Dienteblanco, la feroz tigresa, habían sido enemigos. Luchando uno contra otro, siempre demostraron valor y lealtad. Por eso el odio habíase ido transformando en una estimación, en admiración mutua y luego en franca amistad. Así las cosas, ambos buscaron una cómoda cueva y decidieron vivir siempre juntos. Dormían todo el día en la misma yacija, después de haberse demostrado mutuamente, con enérgicas lengüetadas, su fraternal ternura. Y, al anochecer, vigorosos y combativos, salían en busca de presa. A la salida de la cueva se saludaban: Pelorrojo se iba por un lado y diente blanco por otro. Y al alba regresaban con la presa: gacelas, cervatillos, liebres. Se repartían la comida, y el que había  cobrado mejores piezas no se jactaba de su suerte. Después de yantar, que despachaban en simpática concordia, los dos amigos cual calientes obreros fatigados y satisfechos tras la laboriosa jornada, departían un buen rato echados a la entrada de la cueva, contándose sus aventuras de caza. Al primer rayo de sol se retiraban a descansar.
Una madrugada, mientras, contentos y saciados, discutían con la más amable cordialidad sobre sus asuntos privados, viernes que una extraña bestia se deslizaba con cautela en la sombre grisácea de un claro próximo.
-Es un animalucho que quiere hacernos una visita- dijo Dienteblanco-
-¿Es posible exclamo pelirrojo?
Sabía que todos los animales de la selva le temían y temían a su compañera ¿Quién podría atreverse a abordarle, a abordar a la ferocísima tigresa?
Lo cierto era que el misterioso animal, se dirigía hacia ellos.
-Es un chacal- comento Dienteblanco-
-Parece que no anda muy boyante-opinó pelirrojo con un amplio bostezo.
La aurora había prendido una llama rosada en la cima del árbol más alto del claro. El nuevo día se anunciaba en el bosque con un largo estremecimiento.
-Tengo sueño- bostezó otra vez el león.
El chacal seguía avanzando. Era feo y flaco: la imagen de la miseria y la tristeza-
Se detuvo a poca distancia de pelorrojo y Dienteblanco. Hizo una torpe reverencia.
-¡Salud, oh , rey de la selva, noble y esforzada tigresa! Yo soy Lenguadoble, la criatura más pobre e infeliz que vive en esta tierra.
Nadie me quiere, nadie me ayuda. Mis débiles  fuerzas no me permiten ir de caza. Incluso una insignificante liebre, si intentara cazarla, podría matarme. La semana pasada, incitado por un hambre atroz, me arriesgue a lanzarme sobre un topo y perdí un ojo en la pelea. No tengo más remedio que alimentarme con la carroña de los animales despedazados por los afortunados habitantes de la selva.
El león y la tigresa escuchaban con atención el lamentable relato. La humildad y el sufrimiento del pobre animal impresionaron a sus corazones fieros y generosos.
-¿Tienes guarida?- le preguntó  Dienteblanco. Lenguadoble bajó la cabeza con infinita melancolía.
-No tengo guarida. El miedo me obliga a ir de acá para allá a buscar cada día nuevos escondites. Anoche, mientras dormía en una espesura de matas, fui despertado por el grito del Leopardo. Sentí un terror loco. Y me vino la atrevida idea de presentarme a vosotros en demanda de protección.
-Entra. Hallarás carne fresca: los restos de un cervatillo. Puedes comer hasta saciarte-dijo Pelorrojo.
-¡Oh, pelorrojo, oh magnánimo rey de los animales, te doy las gracias!
-Cuando hayas comida- dijo a su vez Dienteblanco- puedes buscar un rincón en nuestra cueva, que más bien es holgada, y dormir.
El Chacal se inclinó profundamente expresando gratitud eterna a sus bienhechores. Había dado el primer paso. Luego seguirían los demás. Lenguadoble que era muy astuto, hizo lo posible por atraerse la confianza y el afecto de sus huéspedes. Y pelorrojo, en fin, le propuso que se quedara a vivir con él y con Dienteblanco.

El tercero habría vivido siempre en paz y armonía. Pero lenguadoble tenía un arma desleal, no perdonaba a sus bienhechores la íntima y noble amistad que se profesaban: la hubiese querido toda para él. Y se dispuso secretamente a sembrar cizaña.
Un día, al amanecer, hizose el encontradizo con el león, que regresaba de la caza nocturna antes que la tigresa.
-Nobel y generoso amigo, mi corazón no me permite quedarme con vosotros por más tiempo. A tu lado me siento feliz y seguro. Y con todo, debo volver a tomar el triste camino de la soledad, la miseria y el peligro.
Pelorrojo replicó, sorprendido:
¿Por qué te vas? Nosotros te queremos, estamos contentísimos de procurarte alimento y proteger tu sueño.
-Tú eres bueno, ¡Oh, si !, buenísimo. Y generoso, leal: un verdadero amigo. Más, por desgracia, Dienteblanco esconde en su ánimo el veneno del odio. Me odia y a ti también. Me duele decírtelo, tú eres crédulo y sincero, no comprendes el engaño y la traición. Me duele, Mas no puedo engañarte a mi vez. Has de saber, pues, que Dienteblanco murmura de ti y te denigra entre los leopardos. Dice que te gana en fuerza, en inteligencia y en astucia, y que tú eres su humilde criado. Los leopardos, al oír tales cosas, se refocilaron muchísimo, rieron a mandíbula batiente y se burlaron de ti.
-¿Qué yo soy su criado? ¡Muy bien!¡Le probare a la pérfida, a la hipócrita, que clase  de criado soy yo! Me las pagará. Y también me las pararan los leopardos. Conmigo no se juega.
Lenguadoble, riéndose entre dientes, fue  encuentro de Dienteblanco. La tigresa se estaba dando mucho trabajo para arrastrar un siervo de gran tamaño. Cuando vio el chacal dio señales de satisfacción.
Corre y di a Pelorrojo que tenga la bondad de venir a ayudarme. Como ves, la presa es harto pesada. Necesito una mano.
Lenguadoble habló en voz baja.
-No te hagas ilusiones, amiga mía. Pelorrojo te odia. Lo adivine  hace mucho tiempo. Pero callaba, sufría en silencio, esperaba ver mi presentimiento desmentido. Desgraciadamente he tenido hace un momento plena confinación de mis sospechas. Estaba yo oculto en las inmediaciones de la guarida. Pelorrojo hablaba con dos leopardos y decía: “Dienteblanco es mi criado. En su desmedida soberbia se cree igual a mí. Cualquier día, ya lo veréis, la echaré de mi casa”.
La cólera encendió los ojos de la tigresa.
-¿Eso ha dicho?
-Exactamente. Por eso he decidido irme. No puedo sufrir la doblez ni la hipocresía.
Dienteblanco abandono el cuerpo aún caliente del ciervo muerto y se lanzó hacia la cueva con saltos felinos.
_¿Así , pues, soy tu criado?- aulló , desde lejos a Pelorrojo.
Pelorrojo la esperaba con terrible calma. Y cuando la tuvo cerca, le espetó:
-Sé que andas diciendo a los leopardos que me superas en fuerza e inteligencia. Pruebamelo, si te atreves. Ponte en guardia.
-¿Ahora quieres darte aires de ofendido? Lenguadoble ha oído cómo me difamabas hablando con los leopardos.
¿Lenguadoble?
-Su, él precisamente, nuestro amigo. Disgustado por tanta hipocresía, prefiere abandonar nuestra casa y reanudar su vida triste, miserable y solitaria.
Pelorrojo estalló en una formidable risotada.
-Ahora lo comprendo todo. La malvada criatura nos quiere separar, porque envidia nuestra fuerza, nuestro valor, porque está celosa de nuestra paz.
Pagará su perfidia-agregó  Dienteblanco.
Pelorrojo y Dienteblanco se dieron furiosas lengüetadas en señal de afecto, y luego salieron  en busca del ingrato compañero. Pero sólo encontraron su pellejo amarillento y sus miserables huesos. Un leopardo hambriento había hecho justicia.

domingo, 5 de mayo de 2013

La hormiguita, el gusano y la flor.


La hormiguita andaba por un terreno árido. Estaba fatigada, decepcionada; el afán de buscar algo de comida habíala llevado lejos de su casucha. Y ahora, a la pena de no haber hallado nada, ni unos granos de arroz, ni una migaja de pan, añadíase la preocupación por haberse extraviado en un paraje desolado: un terreno sin agua, sin hierba, espantosamente solitario.
Una voz suave la reanimó:
-Hormiguita, quiero ayudarte.
Alzó los ojos. Descendía de lo alto una especie de gusano negrísimo que llevaba dos pequeñas alas rígidas y verdes. Era un animal extraño, muy feo. Tenía unos ojos salientes y amarillos.
La hormiguita sintió un poco de miedo. Pero la voz del gusano la tranquilizó.
-No temas. Sube a mi grupa, Te llevaré más allá del naranjal, pasado el huerto de Jan-Chi, a la otra orilla de río. Tu casucha está en una zona estéril y te es difícil procurarte comida. Te encontrare otra casita al pie de una encina que yo sé. Debajo de la encina van a jugar los niños del rico propietario Fu. Y cuando se cansan de jugar, los niños de Fu se sientan en el suelo para comer pan tierno. Y las migajas caen en abundancia. Cuando los pequeños se hayan alejado, las migajas serán para ti.
El gusano negro habíase puesto cerca de la hormiguita, en el suelo árido y cálido.
-Valor, amiga mía. Súbete.
La hormiguita ya no tenía miedo. Y la voz del gusano sonaba dulce como el murmullo del céfiro. Subió tranquila sobre el cuerpo feote.
El gusano batió sus alas verdes y elevose hacia el cielo. Y la hormiguita tenía que ingeniarse para no caer. Parecíale que la tierra subía y bajaba, experimentaba una sensación de vértigo. Una vez creyó no poder resistir.
-¡Quiero bajar!-Imploró.
Renunciaba la linda casita, situada al pie de la encina. Renunciaba a la vida plácida, a las migajas de pan tierno que dejaban caer los niños del propietario Fu. Ella no había nacido para volar así por los espacios.
-Me caigo, me caigo. Te lo ruego, amigo, llévame otra vez a la tierra.
El gusano descendió suavemente, buscó una llanura  y se detuvo cerca de una hermosa flor azul. La hormiguita bajó del cuerpo feote del gusano alado y se desentumeció los hilos de sus patitas. Tenía hambre, y aunque estaba cansada, cansadísima, miró en torno en busca de comida.
-No encontraras nada- dijo el gusano negro. Conozco estos lugares. Nada para tu estomago, pequeña. Podríamos proseguir el viaje. Pero, débil como estas y cansada sufrirías demasiado. Esperemos aquí. Voy  a buscar algo que logre calmar tu estomago vació.
La hormiguita miraba al gusano con agradecimiento.
-Gracias-le dijo.
Vio elevarse el cuerpo negrísimo y como desaparecía detrás de una nube. Quedó sola, temblorosa. Más la esperanza mitigaba su angustia. Luego la espera le pareció larga. Buscó algún alivio a su alrededor. La flor azul estaba allí, brillando al sol. Se acercó al tallo, alzó los ojos hacia corola.
-¡Oh, flor! Dijo-, eres espléndida. El espíritu de la luz te protege sin duda.
-Estúpida hormiga, aléjate de mí. Podrías echar a perder la seda de mi tallo.
La hormiguita calló. La soberbia flor le pareció de un golpe feísima. Se apartó despacio, se apoyó en una piedra. Sentía arder en su almita el fuego de la humillación. Y también el fuego de la cólera.
No pudo resistir más y gritó:
-¡Oh, flor azul, eres fea, eres fea!
Había alzado los ojos hacia la corola azul, azul como un cacho del cielo, y en aquel instante vio al gusano de alas verdes que descendía. Sintiose feliz.
El gusano, se posó en el suelo y abrió la boca enorme dejando caer de ella muchos granos blancos.
-Come, pequeña. Luego que lo hayas hecho nos marcharemos juntos.
A la hormiguita ya no le pareció feo su generoso amigo. Antes de inclinarse sobre la comida proclamo:
-Eres hermoso, eres hermoso.
Y no veía los granos blancos, los granitos brillantes, porque dos lágrimas de alegría empañaban sus ojos.

Los monos ingratos


En el jardín de Ti-Lu, que era un hombre paciente y generoso, vivía una familia de monos.
Ti-Lu no habría sabido decir cómo los avispados cuadrumanos fueron a parar a aquel rincón.
Un día que bajó a la hora del alba para respirar un poco de aire fresco, vio a los animalitos que se divertían de lo lindo saltando de uno a otro árbol.
Se comportaban con la desenvuelta seguridad del amo. Ti-Lu los saludó con alegría.
-Bienvenidos. Monitos. Sin duda estáis aquí por la voluntad de Buda. Haré lo posible para haceros agradable  y cómoda vuestra estancia en mi jardín.
El buen hombre, desde aquel momento proveyó a la alimentación y al bienestar de sus huéspedes. Procuraba que nunca les faltase fruta fresca y agua. Y dos ciervos se atareaban arreglando las avenidas y los arriates tiroteados continuamente por los más extraños proyectiles.
Cola-larga, el jefe de la familia simiesca, no conocía ni por las cubiertas el abece de la gratitud. Peor aún: respondía a las amables gentilezas del señor de la casa con arrogancia y desprecios.
Cuando Ti-Lu bajaba al jardín, el animalucho le arrojaba ramas secas, fruta verde, tierra, piedras e incitaba a los demás monos a comportarse con él de idéntico modo.
La excesiva indulgencia del dueño indignaba a los criados.
-Echa fuera  a esos pérfidos animales-decían con ira échalos.
-Buda no lo quiere-decía Ti-Lu con dulce resignación.
Y acariciaba con la mano su cabeza herida por los extraños proyectiles. Su bondad, empero , no domaba a los batalladores monos.
Cola-larga, hablando a sus compañeros en su lenguaje hecho de chillidos y gruñidos, incitaba a su pandilla a la batalla.
-Ti-Lu y sus servidores no deben entrar más en nuestro jardín. Si logramos matarle, nos liberaremos de él para siempre.
-Matémosle, sí ;matémosle-chirriaban los monos y saltaban de los árboles en busca de guijarros más grandes y más puntiagudos.
Pero Buda velaba sobre Ti-Lu y sobre sus hombres; no permitiría que la ferocidad de los animales concluyese en tragedia. La pasividad de aquellos infelices enardecía  cada vez más a Cola-Larga, cuya estrafalaria cabeza estaba siempre en ebullición imaginando nuevos medios de ofensa.
Y un día dijo a los otros simios:
-Ya que no conseguimos librarnos de los hombres, probemos al menos de exasperarlos.
Y una noche de luna llena, viendo la imagen de la luna resplandecer en el fondo del pozo, tuvo una idea digna de su bestial estupidez.
-Mirad- chilló,-Ti-Lu posee una luna. Idéntica a la que nos ilumina y nos da contento. Y para que nadie se la robe, la tiene ahí abajo, en la profundidad del agua. Pero nosotros se la robaremos de todos modos. Mañana, cuando se dé cuenta del hurto, se desesperará. Y nosotros nos reiremos y le enseñaremos, desde arriba, cómo su luna se encuentra hecha pedazos.
¿Y cómo podremos bajar al pozo?
El jefe estallo en risas.
-No olvidéis, hijos míos, que Buda nos ha regalado una larga cola y una astucia aún más larga. Yo me encargo de bajar hasta el agua y de atrapar la luna. Uno de vosotros sujetará mi cola, otro la cola de éste, otro más la cola de este último y así, uno tras otro, formaremos una larga cadena.
El mono más fuerte se quedará agarrado  a la rama  de un árbol y cuando yo haya cogido la luna nos sacará a todos del pozo.
Los cuadrumanos aprobaron el discurso con un largo chirrido de satisfacción.
En seguida se formó la cadena viviente y Cola-larga se lanzó al pozo. Pero la rama donde se agarraba el mono que debía sostener a todos los compañeros se rompió y la pandilla se precipitó al agua, ahogándose lastimosamente.

El rey de los pájaros.


Todos los pájaros de la tierra se dieron cita en el valle del Sol. Venían de los países tórridos , de las estepas, de las más lejanas islas, de Septentrión y del Mediodía, de Oriente y de Occidente, Debían elegir a su rey un asunto de suma importancia que preocupaba a todos. El aguilucho proclamo con soberbia que la corona le correspondía por derecho propio.
-Soy fuerte, noble, valeroso. Y mis formidables alas me permiten volar muy alto, por encima de las nubes.
-Nosotros- escandalizó un papagayo, colérico- no tenemos necesidad de un rey que vuele alto, sino de un rey que nos sostenga con su presencia, que nos ilumine con sus consejos.
Entonces avanzo un gallo:
-A mí, como veis, no me gustan las alturas inaccesibles. Soy el heraldo del sol. Me agrada la honradez, profeso la justicia. Podría ser un sabio monarca.
-¡Oh protestaron los pájaros! ¿Cómo podríamos inclinarnos ante un rey que de un modo tan plebeyo va buscando y picoteando los granos en la era?
Se alzo otra voz:
-Proclamad rey al ruiseñor,. Es maestro de armonías, sabe deleitarnos con su canto.
-No penséis en ello- arguyó el ruiseñor. No podría seros útil en modo alguno. Mi mundo musical de sueños me lleva mucho más lejos de las altas regiones a donde llegan las alas audaces el soberbio aguilucho.
-¿Por qué – intervino un pájaro no ofrecemos el cetro a la grulla? Lleva una espléndida corona en la cabeza, su vuelo es potente, su porte es majestuoso.
¡Por caridad! Dijo el papagayo riéndose como un loco-, no elevéis al trono, os lo aconsejo, a la criatura más imbécil que jamás haya existido en el mundo.
-¡El cisne!-¡gritó un Martín pescador. Proclamemos al cisne.
¡Alto!-dijo la urraca. El cisne es hermoso cuando se desliza por el lago. Pero su vuelo es pesado, tiene una voz horrible, y si anda dos pasos, es ridículo. No puedo pensar en un rey tan ridículo.
-¿Y el pavo real? Elijamos el pavo real-sugirió con entusiasmo la golondrina.
-No- se opuso el papagayo. Tampoco el pavo real puede ofrecernos garantías de protección y de dignidad. Es hermosísimo, no hay duda; pero en cuanto a inteligencia, se dejaría dar el timo por un gusano ciego.
-El búho es sabio- declaró una voz, Y de noche, en vez de dormir medita. Si fuese rey velaría por sus súbditos. Y sus súbditos dormirían tranquilos.
-¡Un rey con facha de espantapájaros sería demasiado! Cacareo el papagayo.
Ninguno te gusta, a lo que parece- concluyeron los pájaros a coro.
Una apacible paloma hizo la propuesta más razonable.
-Sé tú, pues, el rey. Tienes una labia diabólica y, si fuera necesario, sabrías defender a tus súbditos, ya que la lengua es el arma más formidable.
-Bravo. Tú eres la única que sabe cazar al vuelo-vociferó el papagayo.
Y fue a encargarse el cetro.
Nadie encontró palabras para protestar.

El murciélago.

En el gran reino de los volátiles, se festejaba el cumpleaños del águila. Los pájaros acudían de todas partes para traer a la reina felicitaciones y muchas presentaciones.
El murciélago no se unió al pueblo alado. Y a los que le preguntaban sobre el motivo de su abstención, les contestaba:
-Yo tengo cuatro paras, y soy, por tanto, un cuadrúpedo. Y por eso no me considero súbdito del águila.
Al cabo de un tiempo, en la selva, reunieronse todos los cuadrúpedos de la tierra para festejar el cumpleaños del León. Hasta las bestezuelas más humildes, como la liebre y el topo, trajeron presentes al monarca. Pero el murciélago no participo en la fiesta. Más de uno le pregunto el motivo. Contestó:
-¿Por ventura no veis mis alas? Yo pertenezco al noble pueblo del aire.              

El león y la mariposa


El león que había comido en abundancia, descansaba muellemente en un claro del bosque.
La mariposa, revoloteando  con gracia rozó con las alas el hocico de la fiera. Luego se elevó velozmente, orgullosísima de tal audacia. Pero el peligro la atraía. Volvió  a bajar, se posó un instante en la salvaje maraña de la melena, agitó las alas sobre la frente majestuosa y volvió a elevarse de prisa.
El león abrió los ojos, miró aviesamente la mariposa que ahora revoloteaba en torno a la rama de un árbol.
-Aquí en la selva todos me respetan-rugió ¿Y tú, necia, te atreves a burlarte de mí?
Creí que no te habías dado cuenta.
A mí no se me escapa nada. Y hasta cuando duermo mis sentidos vigilan. De todos modos, si no quieres que con un resuello te reduzca a ceniza, vete lejos, muy lejos de aquí.
La mariposa replicó:
-Me hablas con soberbia. Haces mal, muy mal. Porque un día ¿Quién sabe?, tal vez podrías necesitarme.
-¡Esta sí que es buena! Dijo el león con una risotada ¿Dices que yo un día te necesitare? Yo no necesito de nadie; soy el habitante más poderoso de la selva. Ante mi tiembla hasta al terrible tigresa, tiembla el valeroso leopardo, tiemblan las zorras, los chacales, las hienas.
-Eso no importa. Yo te digo que algún día podrías tener necesidad de mi ayuda,
-Entonces ¿crees que voy a pedirte que luches a mi lado, o mejor aun que luches en mi lugar?
-¡Calla!- dijo la mariposa. Veo a poca distancia un hombre armado.
-¿Qué dices?- pregunto, inquieto, el león.
La mariposa voló hacia el cazador que se disponía a disparar una flecha y dando vueltas a su alrededor, proyectó sobre sus ojos un juego de sombras inquietas que dieron inseguridad a su tiro. La flecha partió con un silbido, penetro en el tronco de un árbol, y el león, de un salto,  se puso a salvo en la espesura del bosque.
Poco después la mariposa lo alcanzo, para decirle orgullosa:
-¡Imagínate, oh mi poderosísimo señor, cuál hubiese sido tu suerte, sin mi oportuna ayuda!
-Es verdad- admitió  el león. Hoy he aprendido que aun las más humildes criaturas pueden prestar inmensos servicios.