domingo, 5 de mayo de 2013

Los monos ingratos


En el jardín de Ti-Lu, que era un hombre paciente y generoso, vivía una familia de monos.
Ti-Lu no habría sabido decir cómo los avispados cuadrumanos fueron a parar a aquel rincón.
Un día que bajó a la hora del alba para respirar un poco de aire fresco, vio a los animalitos que se divertían de lo lindo saltando de uno a otro árbol.
Se comportaban con la desenvuelta seguridad del amo. Ti-Lu los saludó con alegría.
-Bienvenidos. Monitos. Sin duda estáis aquí por la voluntad de Buda. Haré lo posible para haceros agradable  y cómoda vuestra estancia en mi jardín.
El buen hombre, desde aquel momento proveyó a la alimentación y al bienestar de sus huéspedes. Procuraba que nunca les faltase fruta fresca y agua. Y dos ciervos se atareaban arreglando las avenidas y los arriates tiroteados continuamente por los más extraños proyectiles.
Cola-larga, el jefe de la familia simiesca, no conocía ni por las cubiertas el abece de la gratitud. Peor aún: respondía a las amables gentilezas del señor de la casa con arrogancia y desprecios.
Cuando Ti-Lu bajaba al jardín, el animalucho le arrojaba ramas secas, fruta verde, tierra, piedras e incitaba a los demás monos a comportarse con él de idéntico modo.
La excesiva indulgencia del dueño indignaba a los criados.
-Echa fuera  a esos pérfidos animales-decían con ira échalos.
-Buda no lo quiere-decía Ti-Lu con dulce resignación.
Y acariciaba con la mano su cabeza herida por los extraños proyectiles. Su bondad, empero , no domaba a los batalladores monos.
Cola-larga, hablando a sus compañeros en su lenguaje hecho de chillidos y gruñidos, incitaba a su pandilla a la batalla.
-Ti-Lu y sus servidores no deben entrar más en nuestro jardín. Si logramos matarle, nos liberaremos de él para siempre.
-Matémosle, sí ;matémosle-chirriaban los monos y saltaban de los árboles en busca de guijarros más grandes y más puntiagudos.
Pero Buda velaba sobre Ti-Lu y sobre sus hombres; no permitiría que la ferocidad de los animales concluyese en tragedia. La pasividad de aquellos infelices enardecía  cada vez más a Cola-Larga, cuya estrafalaria cabeza estaba siempre en ebullición imaginando nuevos medios de ofensa.
Y un día dijo a los otros simios:
-Ya que no conseguimos librarnos de los hombres, probemos al menos de exasperarlos.
Y una noche de luna llena, viendo la imagen de la luna resplandecer en el fondo del pozo, tuvo una idea digna de su bestial estupidez.
-Mirad- chilló,-Ti-Lu posee una luna. Idéntica a la que nos ilumina y nos da contento. Y para que nadie se la robe, la tiene ahí abajo, en la profundidad del agua. Pero nosotros se la robaremos de todos modos. Mañana, cuando se dé cuenta del hurto, se desesperará. Y nosotros nos reiremos y le enseñaremos, desde arriba, cómo su luna se encuentra hecha pedazos.
¿Y cómo podremos bajar al pozo?
El jefe estallo en risas.
-No olvidéis, hijos míos, que Buda nos ha regalado una larga cola y una astucia aún más larga. Yo me encargo de bajar hasta el agua y de atrapar la luna. Uno de vosotros sujetará mi cola, otro la cola de éste, otro más la cola de este último y así, uno tras otro, formaremos una larga cadena.
El mono más fuerte se quedará agarrado  a la rama  de un árbol y cuando yo haya cogido la luna nos sacará a todos del pozo.
Los cuadrumanos aprobaron el discurso con un largo chirrido de satisfacción.
En seguida se formó la cadena viviente y Cola-larga se lanzó al pozo. Pero la rama donde se agarraba el mono que debía sostener a todos los compañeros se rompió y la pandilla se precipitó al agua, ahogándose lastimosamente.

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