domingo, 28 de julio de 2013

Europa y Cadmo

El egipcio Agenor se instaló en Palestina, mucho antes de los tiempos de
Moisés, y tuvo cinco hijos y una hija, llamada Europa. Un bonito día, mientras miraba
hacia abajo desde el Olimpo, Zeus se enamoró de aquella muchacha. El dios, entonces,
se disfrazó de toro blanco y se puso a trotar a la orilla del mar, cerca de la ciudad de
Agenor, Tiro. El toro parecía tan manso que Europa se acercó para acariciarlo. Tras
aquel gesto, Europa recogió un cesto de flores, se las puso alrededor de los cuernos, le
besó el hocico, se montó en su fuerte lomo y paseó sobre el toro por la orilla. De
repente, sin embargo, el toro se tiró al agua y se alejó nadando con Europa encima. Al
ser una nadadora muy mala, la chica tuvo miedo de soltarse de los cuernos. Las damas
de honor de Europa vieron, sin poder hacer nada, cómo su amada princesa desaparecía
en el horizonte.
Agenor ordenó entonces a sus cinco hijos que fueran en busca de Europa y que
no volvieran sin ella. Pero ninguno de ellos tuvo éxito, porque Zeus había lanzado una
maldición sobre cualquier dios o mortal que revelara que él, adoptando la forma de un
toro blanco, había nadado hasta Creta y que allí se había casado con Europa. El hijo
mayor de Agenor, Fineo, se fue hasta las orillas del mar Negro, donde abandonó la
búsqueda y construyó su casa cerca del Bósforo. Cílix, el siguiente hijo, se instaló en
Cilicia (llamada así desde entonces en su honor) y se convirtió en pirata. Taso llegó
hasta la isla homónima y se hizo buscador de oro. Fénix fundó ciudades en África y, a la
muerte de Agenor, regresó a Palestina, parte de la cual se llama Fenicia en su honor.
Cadmo, el más joven de los cinco, viajó a Grecia y preguntó en el oráculo de Apolo, en
Delfos, por el lugar donde se encontraba Europa. Las sacerdotisas de Apolo
contestaron:
—No seas tonto, Cadmo, y abandona la búsqueda. Lo que debes hacer, en
cambio, es seguir a una vaca con una grande y blanca luna llena en cada anca. Allí
donde se tumbe, sacrifícala a Atenea y construye una ciudad.
Cadmo vio enseguida una vaca con esa descripción. Y él y sus compañeros la
siguieron hasta Beocia, donde se tumbó. Entonces, Cadmo dijo:
—Debemos rociarla con agua sagrada para el sacrificio. Recoged el líquido de
ese manantial con los cascos.
Aquel manantial pertenecía a Ares, dios de la guerra, que había puesto a un
enorme dragón para custodiarlo. Aquella bestia mató a los hombres de Cadmo, así que
él mismo tuvo que acercarse al manantial y aplastar la cabeza del dragón con una roca.
Atenea, que olió el apetitoso aroma de la vaca asada, voló desde el Olimpo, le dio las
gracias a Cadmo y dijo:
—Arráncale todos los dientes al dragón y siémbralos como si fueran semillas.
Cadmo obedeció y, con gran sorpresa, vio que de las semillas surgían hombres
armados.
—Ahora, tírales una piedra —ordenó Atenea.
Cadmo volvió a obedecer y luego se escondió tras una roca. De inmediato, los
hombres armados empezaron a acusarse los unos a los otros de haber lanzado la piedra
y comenzaron a pelear. Al final, sólo quedaron cinco hombres, todos malheridos. Cadmo les vendó las heridas y cuidó de ellos hasta que se recuperaron. En
agradecimiento, aquellos hombres juraron obedecer a Cadmo en la paz y en la guerra.
Cadmo, después, les ordenó que construyeran la famosa ciudad de Tebas.
Cuando Ares se quejó de que su dragón había sido asesinado cruelmente, el
consejo de los dioses del Olimpo sentenció a Cadmo a ser siervo de Ares durante
noventa y nueve meses. Al final, después de ayudar a Ares en varias guerras, Cadmo
fue liberado y gobernó Tebas en paz.
Entretanto, Europa concibió de su unión con Zeus a Minos y Radamantis,
futuros jueces de los muertos. Y también dio su nombre a un continente.

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