domingo, 28 de julio de 2013

Perseo

Un oráculo advirtió a Acrisio, rey de Argos, que su nieto lo mataría.
—Este vaticinio significa que debo asegurarme de no tener nietos —gruñó
Acrisio.
De vuelta a casa, pues, Acrisio encerró a Dánae, su única hija, en una torre con
puertas de bronce, custodiada por un perro feroz, y le llevó siempre la comida con sus
propias manos.
Pero Zeus se enamoró de Dánae cuando la vio, desde lejos, apoyada con tristeza
en las almenas. Para evitar que Hera lo descubriera, Zeus se convirtió en lluvia de oro y
cayó sobre la torre, acercándose hasta la chica. Luego, recuperó su forma habitual.
—¿Quieres casarte conmigo? —le preguntó Zeus a Dánae.
—Sí —contestó ella—. Me siento muy sola aquí. Y ambos tuvieron un hijo, que
se llamó Perseo. Cuando Acrisio oyó el llanto del bebé tras las puertas de bronce, se
enfureció.
—¿Quién es tu marido? —le preguntó Acrisio a su hija.
—El dios Zeus, padre. ¡Atrévete a tocar a tu nieto y Zeus te matará de un golpe!
—Entonces, os apartaré a los dos y os pondré fuera de su alcance.
Acrisio encerró entonces a Dánae y a Perseo en un arca de madera, con una
cesta de comida y una botella de vino, y la lanzó al mar.
—Si se ahogan, será culpa de Poseidón, no mía —dijo Acrisio a sus cortesanos.
Zeus ordenó entonces a Poseidón que tuviera un cuidado especial con esa arca.
Así que Poseidón mantuvo el mar en calma y, poco después, el arca fue recogida por un
pescador de la isla de Sérifos, que la vio flotando. El pescador la cogió con su red y la
llevó a tierra; luego, abrió la tapa y Dánae salió ilesa de dentro, con Perseo en sus
brazos.
El amable pescador los acompañó a ver a Polidectes, rey de Sérifos, que
enseguida se ofreció para casarse con Dánae.
—No puede ser —contestó ella—. Ya estoy casada con Zeus.
—Quizá sí, pero si Zeus puede tener dos esposas, ¿por qué no puedes tener tú
dos esposos? —respondió Polidectes.
—Los dioses hacen lo que se les antoja. Pero los mortales sólo podemos tener un
esposo o una esposa a la vez.
Polidectes intentó constantemente que Dánae cambiara de opinión, pero ella
siempre negaba con la cabeza, diciendo:
—Si me caso contigo, Zeus nos matará a los dos.
Cuando Perseo cumplió quince años, Polidectes lo llamó y le dijo:
—Ya que tu madre no quiere ser mi reina, me casaré con una princesa de la
península de Grecia. Estoy pidiendo un caballo a cada uno de mis súbditos, porque el
padre de la princesa quiere cincuenta caballos como pago por la boda de su hija. ¿Me
complacerás también tú?
Perseo contestó:
—No tengo ningún caballo, majestad, ni dinero para comprar uno. Pero si me
prometes casarte con esa princesa y dejar de molestar a mi madre, te daré lo que quieras, cualquier cosa del mundo, incluso la cabeza de Medusa.
—La cabeza de Medusa estaría muy bien —dijo Polidectes.
Medusa había sido una hermosa mujer, a quien Atenea había descubierto una
vez besando a Poseidón en su templo. Atenea se enojó tanto por sus malos modales, que
convirtió a Medusa en una gorgona: un monstruo alado, de mirada feroz, enormes
dientes y serpientes en lugar de cabellos. Cualquiera que la mirara, se convertiría en
piedra.
Atenea ayudó a Perseo, dándole un escudo pulido para que lo utilizase como
espejo cuando cortase la cabeza de Medusa y, así, el héroe evitaría convertirse en
piedra. Hermes, por su parte, también ayudó a Perseo, dándole una afilada hoz. Pero
Perseo todavía necesitaba el casco de la invisibilidad del dios Hades, un zurrón mágico
en el que meter la cabeza una vez cortada y un par de sandalias aladas. Todo ello estaba
custodiado por las náyades de la laguna Estigia.
Así que Perseo fue a preguntar a las tres hermanas grayas la dirección secreta de
las náyades. Encontrar a las tres grayas, que vivían cerca del jardín de las hespérides, y
tenían un sólo ojo y un sólo diente para las tres, fue difícil para Perseo. Pero el héroe
llegó, finalmente, al lugar donde estaban y se situó con sigilo detrás de ellas, mientras
éstas se pasaban el ojo y el diente de una a otra. Luego, les arrebató estos dos tesoros y
se negó a devolvérselos, hasta que no le dijeran dónde encontrar a las náyades, cosa que
hicieron. Perseo, pues, halló a las náyades en un lago, bajo una roca cerca de la entrada
del Tártaro, y las amenazó con contar a todo el mundo dónde estaban y el aspecto que
tenían, si no le prestaban el casco, las sandalias y el zurrón. Las náyades no soportaban
que alguien pudiera saber que, aunque por lo demás resultaban atractivas, tenían rostros
caninos, de manera que le prestaron a Perseo lo que solicitaba.
Perseo, ahora con el casco, el zurrón y las sandalias, voló hasta Libia sin ser
visto. Allí, encontró a Medusa durmiendo, miró el reflejo de la gorgona en el escudo y
le cortó la cabeza con la hoz. El único accidente desgraciado fue que la sangre de
Medusa, que goteó del zurrón donde había guardado la cabeza, se convirtió en
serpientes venenosas al caer al suelo. Esto convirtió a Libia, para siempre, en una tierra
peligrosa. De regreso, cuando Perseo se detuvo para dar las gracias a las tres hermanas
grayas, el titán Atlas le llamó para decirle:
—Dile a tu padre Zeus que, a menos que me libere pronto, dejaré que la bóveda
celeste se desplome, lo que significará el fin del mundo.
Perseo, entonces, le mostró la cabeza de Medusa a Atlas, que de inmediato se
petrificó y se convirtió en el gran macizo del Atlas.
En su vuelo a Palestina, Perseo vio a una hermosa princesa, llamada
Andrómeda, encadenada a una roca en Jopa, y a una serpiente marina, enviada por el
dios Poseidón, nadando hacia ella con las mandíbulas abiertas. Los padres de
Andrómeda, Cefeo y Casiopea, rey y reina de los filisteos, habían recibido la orden de
un oráculo de encadenar a su hija, para que se la comiera el monstruo. Parece ser que
Casiopea les había dicho a los filisteos:
—Yo soy más hermosa que todas las nereidas del mar.
Y que esa arrogancia enojó al orgulloso padre de las nereidas, el dios Poseidón.
Perseo buceó hacia la serpiente marina y le cortó la cabeza. Después,
desencadenó a Andrómeda, la llevó a su palacio y pidió autorización para casarse con
ella. El rey Cefeo le respondió:
—¡Insolente! Ya está prometida con el rey de Tiro.
—Entonces, ¿por qué no la salvó el rey de Tiro?
—Porque tenía miedo de ofender a Poseidón.
—Pues yo no tengo miedo de nadie. Maté al monstruo. Andrómeda es mía.
Mientras Perseo hablaba, el rey de Tiro llegó al frente de su ejército y gritó:
—¡Fuera de aquí, extranjero, o te cortaremos en pedazos! Perseo le dijo entonces a Andrómeda:
—Por favor, princesa, cierra bien los ojos.
Andrómeda obedeció y Perseo sacó la cabeza de Medusa de la bolsa y
transformó a todo el mundo que miraba en piedra.
Cuando Perseo regresó volando a Sérifos, con Andrómeda en brazos, descubrió
que Polidectes, después de todo, le había engañado, y que, en lugar de casarse con
aquella princesa de la península, seguía molestando a su madre Dánae. Así que Perseo
convirtió a Polidectes y a su familia en piedra y nombró rey de la isla a su amigo
pescador. Luego, le dio la cabeza de Medusa a Atenea y le pidió amablemente a Hermes
que devolviera el casco, el zurrón y las sandalias a las náyades de la laguna Estigia. De
esta manera, demostró tener mucho más sentido común que Belerofonte, que continuó
usando el caballo alado Pegaso después de matar a Quimera. Los dioses decidieron que
Perseo se merecía una vida larga y feliz, y le permitieron casarse con Andrómeda,
convertirse en el rey de Tirinto y construir la famosa ciudad de Micenas cerca de allí.
En cuanto al rey Acrisio, Perseo se lo encontró una tarde en una competición
atlética:
—¡Saludos, abuelo! Mi madre Dánae me pide que te perdone. Si la
desobedezco, las furias me azotarán, así que estás a salvo de mi venganza —le dijo.
Acrisio se lo agradeció; sin embargo, cuando Perseo participaba en un concurso
de lanzamiento de discos, un golpe de viento desvió el disco que había lanzado y le
rompió el cráneo a su abuelo Acrisio, cumpliéndose así el oráculo. Más tarde, Perseo y
Andrómeda se convirtieron en constelaciones, así como los padres de Andrómeda,
Cefeo y Casiopea.

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