jueves, 1 de agosto de 2013

115 La pacificación de las Erinias

a. En agradecimiento por su absolución Orestes dedicó un altar a Atenea Belicosa, pero las Erinias amenazaron con que, si no se revocaba la sentencia, dejarían caer una gota de la sangre de sus corazones que haría estéril la tierra, arruinaría las cosechas  y destruiría a todos los habitantes de Atenas. Pero Atenea calmó su ira mediante la lisonja: reconoció que eran mucho más sabias que ella y les sugirió que podían fijar su residencia en una gruta de Atenas, donde reunirían una multitud de adoradores, más de los que podían esperar hallar en ninguna otra parte. Contarían con altares domésticos apropiados para las deidades infernales, así como con sacrificios moderados, libaciones a la luz de las antorchas, primicias ofrecidas después de la consumación de matrimonio o del nacimiento de los hijos, e incluso asientos en el Erecteón. Si ellas aceptaban esta invitación, Atenea decretaría que ninguna casa en la que no se les  rindiera culto pudiera prosperar;  pero ellas,  a cambio, debían comprometerse a invocar vientos favorables para sus barcos, fertilidad para su tierra y casamientos fecundos para los habitantes de su ciudad, así como a extirpar a los impíos, de modo que ella pudiera juzgar conveniente conceder a Atenas la victoria en la guerra. Las Erinias, tras una breve deliberación, aceptaron de buena gana las propuestas.

b. Con expresiones de agradecimiento y de buenos deseos, y encantamientos contra los vientos perjudiciales, la sequía, el añublo y la sedición, las Erinias —a las que en adelante se las llamó las Solemnes— se despidieron "e Atenea y fueron conducidas por su gente en una procesión con antorchas de jóvenes, matronas y ancianas (vestidas de púrpura y que llevaban la antigua imagen de Atenea) a la entrada de una profunda gruta situada en el ángulo sudeste del Areópago. Allí les ofrecieron los sacrificios adecuados y ellas se introdujeron en la gruta, que es ahora un templete oracular y, como el templo de Teseo, un lugar de refugio para los suplicantes.

c. Sin embargo, sólo tres de las Erinias habían aceptado la oferta generosa de Atenea; las restantes siguieron persiguiendo a Orestes; y algunas personas incluso se atreven a negar que las Solemnes fueran Erinias. El primero que dio a las Erinias el nombre de «Euménides» fue Orestes, al año siguiente, después de su temerario aventura en el Quersoneso táurico, cuando por fin consiguió apaciguar su furia en Carnea con el holocausto de una oveja negra. También las llaman Euménides en Colono, donde nadie puede entrar en su antigua arboleda y en la Cerinia aquea, donde, hacia el final de su vida, Orestes les dedicó un nuevo templo.

d. En la gruta de las Solemnes en Atenas —que está cerrada sólo para los destinados dos veces, es decir, aquellos cuya muerte ha sido llorada prematuramente— su tres imágenes no tienen un aspecto más terrible que el de los dioses infernales situados a su lado, a saber Hades, Hermes y la Madre Tierra. Allí los que han sido absueltos de la acusación de asesinato por el Areópago sacrifican una víctima negra; otras muchas ofrendas se hacen a las Solemnes de acuerdo con la promesa de Atenea; y una de las tres noches que el Areópago destina cada mes a la vista de los juicios por asesinato es asignada a cada una de ellas.

e. Los ritos de las Solemnes se realizan en silencio; de aquí que el sacerdocio sea hereditario en el clan de los hesíquidas, quienes ofrecen un sacrificio preliminar de un carnero a su antepasado Hesiquio en su altar de héroe fuera de las Nueve Puertas.

f. Un altar doméstico se ha dedicado también a las Solemnes en Flia, pequeño municipio del Ática; y un bosquecillo de encinas siempre verdes les está consagrado cerca de Titane, en la orilla más lejana del Asopo. En el festival que se les dedica en Flia y que se celebra anualmente se sacrifican ovejas preñadas, se hacen libaciones de aguamiel y se llevan flores en lugar de las habituales guirnaldas de mirto. Ritos análogos se realizan en el altar de las Parcas, que se halla en el bosque de
encinas, sin protección contra la intemperie.

1.      La «sangre de los corazones» de las Erinias con la que estaba amenazada el Ática parece ser un eufemismo por la sangre menstrual. Un encantamiento inmemorial utilizado por las hechiceras que quieren maldecir una casa, un campo o un establo, consiste en correr desnudas a su alrededor, en sentido contrario al del movimiento del sol, nueve veces, mientras tienen la menstruación. Esta maldición es considerada más peligrosa para las cosechas, el ganado y los niños durante un eclipse lunar, y completamente inevitable si la hechicera es una virgen que tiene la menstruación por primera vez.

2.      Filemón el Comediante tenía razón al poner en tela de juicio la identificación de las Erinias con las Solemnes. Según las autoridades más respetadas, las Erinias eran solamente tres: Tisífone, Alecto y Megera (véase 31.g), quienes vivían permanentemente en el Erebo y no en Atenas. Tenían cabeza de perro, alas de murciélago y serpientes por cabellera; sin embargo, como señala Pausanias, a las Solemnes se las representaba como matronas augustas. La oferta de Atenea, en realidad no fue la que Esquilo ha descrito, sino un ultimátum del sacerdocio de la Atenea nacida de Zeus a las sacerdotisas de las Solemnes —la antigua Triple Diosa de Atenas— de que, si no aceptaban la nueva opinión de que la paternidad era superior a la maternidad, y consentían en compartir su gruta con los dioses del Infierno, como Hades y Hermes, perderían el derecho a cualquier clase de culto y con él a los gajes tradicionales de las primicias.

3.      A los hombres destinados a una segunda muerte se les prohibía entrar en la gruta de las diosas infernales porque era de esperar que les ofendiese que las personas dedicadas a ellas siguiesen vagando libremente en el mundo superior. Una dificultad análoga se produce en la India cuando los hombres salen de un estado semejante a la muerte de camino a la pira fúnebre en el siglo pasado, según Rudyard Kipling, se les solía negar la existencia oficial y los llevaban a escondidas a una colonia-prisión destinada a los muertos. La encina siempre verde, llamada también coscoja porque produce coscojos (cochinillas), de la que los griegos extraían el tinte escarlata, era el árbol del heredero que mataba al rey sagrado, y por lo tanto apropiada para un bosquecillo de las Solemnes. Los sacrificios de ovejas preñadas, miel y flores las incitarían a no causar daños al resto del rebaño durante la aparición de los corderos, favorecer a las abejas y enriquecer los pastos.

4.      La continua persecución de Orestes por las Erinias, a pesar de la intervención de Atenea y Apolo, indica que, en el mito original, fue a Atenas y Fócide para purificarse, pero sin conseguirlo, como en el mito de Erifila, cuando Alcmeón fue inútilmente a Psófide y Tesprotia. Puesto que no existe información alguna de que Orestes encontrara la paz en el terreno de aluvión de ningún río (véase 107.e) —a menos que fuera el Escamandro (véase 114.2)— debió de morir en el Quersoneso táurico o en Braurón (véase 116.1).

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