jueves, 1 de agosto de 2013

113 La venganza de Orestes

a. Orestes fue criado por sus cariñosos abuelos Tindáreo y Leda y, de niño, acompañó a Clitemestra e Ifigenia a Aulide. Pero algunos dicen que Clitemestra lo envió a Fócide poco antes del regreso de Agamenón; y otros que en la víspera del asesinato, Orestes, que entonces tenía diez años de edad, fue salvado por su abnegada nodriza Arsínoe, o Laodamia, o Geilisa, quien envió a su propio hijo a que se acostara en el aposento de los niños de la familia real y dejó que Egisto lo matara en lugar de Orestes. Otros aún dicen que su hermana Electra, ayudada por el anciano preceptor de su padre, lo envolvió en un vestido que tenía bordados animales salvajes, que ella misma había tejido, y lo sacó a escondidas de la ciudad.

b. Después de mantenerlo oculto durante un tiempo entre los pastores del río Tano, que separa a Argólida de Laconia, el preceptor fue con Orestes a la corte de Estrofio, firme aliado de la Casa de Atreo, quien gobernaba en Crisa, al pie del monte Parnaso. Este Estrofio se había casado con la hermana de Agamenón llamada Astíoque, o Anaxibia, o Cindrágora. En Crisa Orestes tuvo por compañero de juegos a un muchacho aventurero, a saber, el hijo de Estrofio llamado Pílades, que era algo más joven que él, y su amistad estaba destinada a hacerse proverbial. Por el anciano preceptor se enteró con pesar de que el cadáver de Agamenón había sido sacado de la casa y enterrado apresuradamente por Clitemestra, sin las libaciones ni las ramas de mirto, y que a los habitantes de Micenas se les había prohibido asistir al funeral.

c. Egisto reinó en Micenas durante siete años; viajaba en el carro de Agamenón, se sentaba en su trono, empuñaba su cetro, llevaba sus túnicas, dormía en su lecho y dilapidaba sus riquezas. Pero a pesar de todos esos aderezos regios era poco más que un esclavo de Clitemestra, la verdadera gobernante de Micenas. Cuando se embriagaba solía saltar sobre la tumba de Agamenón y apedrear la lápida mientras gritaba: «¡Ven Orestes, ven a defender lo tuyo!» La verdad era, no obstante, que vivía con un abyecto temor a la venganza, incluso cuando lo rodeaba una guardia extranjera de confianza; no pasaba una sola noche en sueño profundo y había ofrecido una gran recompensa en oro por el asesinato de Orestes.

d. Electra se había comprometido en casamiento con su primo Castor de Esparta antes de la muerte y semideificación de éste. Aunque los principales príncipes de Grecia aspiraban a su mano, Egisto temía que pudiera dar a luz un hijo que vengara a Agamenón y en consecuencia anunció que no sería aceptado pretendiente alguno. De buena gana habría dado muerte a Electra, que le mostraba un odio implacable, para que no se acostara en secreto con algunos de los funcionarios del palacio y le diera un bastardo, pero Clitemestra, quien no sentía remordimientos de conciencia por su participación en el asesinato de Agamenón, y temía incurrir en el desagrado de los dioses, le prohibió que lo hiciera. Le permitió, sin embargo, que casara a Electra con un campesino de Micenas, quien, por temor a Orestes y porque era naturalmente casto, jamás llegó a consumar esa unión desigual.

e. Así, desatendida por Clitemestra, quien había dado a Egisto tres hijos llamados Erígona, Aletes y la segunda Helena, Electra vivía en una pobreza deshonrosa y sometida a una estrecha y constante vigilancia. Al final se decidió que, a menos que aceptase su destino, como había hecho su hermana Crisótemis, y se abstuviera de llamar públicamente a Egisto y Clitemestra «adúlteros asesinos», sería desterrada a alguna ciudad lejana y encerrada allí en un calabozo en el que nunca penetrara la luz del sol. Pero Electra despreciaba a Crisótemis por su subordinación y su deslealtad a su padre difunto, y en secreto enviaba frecuentes recordatorios a Orestes de la venganza a la que estaba obligado.

f. Orestes, quien había llegado a la edad viril, hizo una visita al Oráculo de Delfos para preguntar si debía o no destruir a los asesinos de su padre. La respuesta de Apolo, autorizada por Zeus, fue que si no vengaba a Agamenón se convertiría en un paria de la sociedad, se le prohibiría la entrada en todo altar o templo y enfermaría de una lepra que devora la carne y hace que brote en ella un moho blanco. Se le recomendó que hiciera libaciones junto a la tumba de Agamenón, que dejara un rizo de su cabello sobre ella y, sin ayuda de compañía alguna de lanceros, impusiera astutamente el
castigo debido a los asesinos. Al mismo tiempo la Pitonisa observó que las Erinias no perdonarían fácilmente un matricidio y, en consecuencia, en nombre de Apolo, dio a Orestes un arco de asta con el que podría rechazar sus ataques si se hacían insoportables. Después de cumplir sus órdenes, Orestes debía volver a Delfos, donde Apolo le protegería.

g. En el octavo año —o, según algunos, al cabo de veinte años— Orestes volvió en secreto a Micenas, pasando por Atenas, decidido a matar a Egisto y a su madre. Una mañana, acompañado por Pílades, fue a visitar la tumba de Agamenón y allí se cortó un mechón del cabello mientras invocaba a Hermes Infernal, patrono de la paternidad. Al ver que se acercaba un grupo de esclavas, sucias y desgreñadas, para actuar como plañideras, se refugió en un matorral cercano para observarlas. La noche anterior Clitemestra había soñado que daba a luz una serpiente, a la que envolvía en pañales y amamantaba. De pronto gritó en su sueño y alarmó a todo el palacio declarando que la serpiente le había sacado del pecho sangre además de leche. La opinión de los adivinos con los que consultó fue que había incurrido en la ira de los muertos; y en consecuencia las esclavas plañideras iban en su nombre a hacer libaciones en la tumba de Agamenón, con la esperanza de aplacar a su ánima. Electra, que formaba parte del grupo hizo las libaciones en su propio nombre, no en el de su madre, ofreció a Agamenón plegarias en favor de la venganza y no del perdón, y rogó a Hermes que invocase a la Madre Tierra y los dioses del Infierno para que escucharan su súplica. Al ver el mechón de cabellos colocado sobre la tumba, dedujo que sólo podía pertenecer a Orestes, porque se parecía mucho al suyo en el color y la contextura y porque ninguna otra persona se habría atrevido a hacer semejante ofrenda.

h. Luchando entre la duda y la esperanza, estaba Electra comparando sus pies con la huellas que había dejado Orestes en la arcilla junto a la tumba y descubriendo en ellas un parecido familiar, cuando él salió de su escondite, hizo ver a su hermana que el mechón era suyo y le mostró la túnica con la que había huido de Micenas. Electra lo acogió con gran alegría, y juntos invocaron a su antepasado el Padre Zeus, a quien recordaron que Agamenón le había tributado siempre grandes honores y que si se extinguiera la Casa de Atreo no quedaría en Micenas nadie que le ofreciera las hecatombes acostumbradas, pues Egisto adoraba a otros dioses.

i. Cuando las esclavas refirieron a Orestes el sueño de Clitemestra, se reconoció a sí mismo en la serpiente y declaró que, en efecto, él desempeñaría el papel de la astuta serpiente y extraería sangre del cuerpo pérfido de su madre. Luego ordenó a Electra que entrara en el palacio y no le dijera a Clitemestra nada de su encuentro; él y Pílades la seguirían poco tiempo después y pedirían hospitalidad en la puerta como extranjeros y suplicantes, simulando que eran focenses y hablando el dialecto parnasiano. Si el portero se negaba a admitirlos, la inhospitalidad de Egisto escandalizaría a la ciudad; si les admitía, no dejarían de vengarse. Poco después Orestes llamó a la puerta del palacio y preguntó por el dueño o la dueña de la casa. Salió Clitemestra en persona, pero no reconoció a Orestes. Él fingió que era un eolio de Dáulide que le llevaba malas noticias de un tal Estrofio al que había encontrado por casualidad en el camino de Argos; tenía que comunicarle que su hijo Orestes había muerto y que sus cenizas estaban guardadas en una urna de bronce. Estrofio deseaba saber si debía enviarlas a Micenas o enterrarlas en Crisa.

j. Clitemestra hizo entrar inmediatamente a Orestes y ocultando su alegría a los sirvientes, envió a su anciana nodriza, Geilisa, en busca de Egisto, que se hallaba en un templo cercano. Pero Geilisa reconoció a Orestes a pesar del disfraz y, alterando el mensaje, le dijo a Egisto que se regocijase porque ahora podía acudir solo y sin armas a saludar a los portadores de la buena noticia: su enemigo había muerto. Sin sospechar nada, Egisto entró en el palacio donde, para crear una nueva distracción, acababa de llegar Pílades con una urna de bronce. Le dijo a Clitemestra que esa urna contenía las cenizas de Orestes, que Estrofio había decidido enviar a Micenas. Esta aparente confirmación del primer mensaje hizo que Egisto confiara por completo, por lo que Orestes no tuvo dificultad para desenvainar su espada y darle muerte. Clitemestra reconoció entonces a su hijo y trató de aplacarlo descubriéndose el pecho y apelando a su deber filial, pero Orestes la decapitó de un solo golpe con la misma espada y su madre cayó junto al cuerpo de su amante. Erguido sobre los cadáveres, Orestes habló a los sirvientes del palacio, sosteniendo en alto la red todavía manchada con sangre en la que Agamenón había muerto y disculpándose elocuentemente por el asesinato de Clitemestra, recordándoles su traición y agregando que Egisto había sufrido la sentencia prescrita por la ley para los adúlteros

k. No satisfecho con matar a Egisto y Clitemestra, Orestes acabó con la segunda Helena, hija de ambos, y Pílades rechazó a los hijos de Nauplio, que habían venido a socorrer a Egisto.

l. Algunos dicen, no obstante, que estos acontecimientos tuvieron lugar en Argos, en el tercer día del Festival de Hera, cuando iba a comenzar la procesión de las vírgenes. Egisto había preparado un banquete para las ninfas cerca de las praderas de los caballos, antes de sacrificar un toro a Hera, y reunía ramas de mirto para coronarse la cabeza. Se añade que Electra, al encontrar a Orestes junto a la tumba de Agamenón, no creyó al principio que era su hermano perdido hacía tanto tiempo, a pesar de la semejanza de su cabello y de la túnica que le mostró. Por fin, una cicatriz que tenía en la frente le convenció, porque en otro tiempo, cuando eran niños, habían cazado juntos un ciervo y él se había resbalado y caído, haciéndose un corte en la cabeza con una piedra afilada.

m. Obedeciendo las instrucciones que ella le dio en voz baja, Orestes fue inmediatamente al altar donde sacrificaban al toro, y cuando Egisto se inclinaba para examinar las entrañas, le cortó la cabeza con el hacha de los sacrificios. Entretanto Electra, a quien presentó la cabeza, hizo salir a Clitemestra del palacio, alegando engañosamente que diez días antes había dado un hijo a su marido campesino, y cuando Clitemestra, ansiosa por ver a su primer nieto, fue a la choza, Orestes, que la esperaba detrás de la puerta, la mató sin misericordia.

n. Otros, aunque convienen en que el asesinato tuvo lugar en Argos, dicen que Clitemestra envió a Crisótemis a la tumba de Agamenón con las libaciones, pues había soñado que Agamenón, resucitado, arrancaba el centro de las manos de Egisto y lo plantaba en tierra tan firmemente que florecía y echaba ramas que arrojaban sombra en todo el territorio de Micenas. Según este relato, la noticia que engañó a Egisto y Clitemestra fue que Orestes había muerto accidentalmente cuando competía en una carrera de carros en los Juegos Píticos, y Orestes no mostró a Electra un mechón, ni una túnica bordada, ni una cicatriz, como prueba de su identidad, sino el sello de Agamenón, tallado con un pedazo del hombro de marfil de Pélope.

o. Otros niegan que Orestes matara a Clitemestra con sus propias manos y dicen que la sometió a la decisión de los jueces, quienes la condenaron a muerte, y que su única culpa, si se le puede llamar culpa, fue no haber intercedido en su favor.

1.      Este es un mito decisivo con numerosas variantes. El olimpianismo se había formado como una religión de transacción entre el principio matriarcal pre-helénico y el principio patriarcal helénico; la familia divina se componía al comienzo de seis dioses y seis diosas. Un equilibrio de poder inquieto se mantuvo hasta que Atenea volvió a nacer de la cabeza de Zeus, y Dioniso, renacido de su muslo, ocupó el asiento de Hestia en el Consejo divino (véase 27.k); en adelante la preponderancia masculina en todos los debates divinos estaba asegurada —situación que se reflejaba en la Tierra— y se podía desafiar con buen éxito las antiguas prerrogativas de las diosas.

2.       La herencia matrilineal era uno de los axiomas tomados de la religión pre-helena. Puesto que todos los reyes tenían que ser necesariamente extranjeros que gobernaban en virtud de su casamiento con una heredera al trono, los príncipes reales aprendieron a considerar a su madre como el principal soporte del reino y al matricidio como un crimen inimaginable. Se les criaba de acuerdo con los ritos de la religión anterior, según la cual el rey sagrado había sido engañado siempre por su esposa diosa, muerto por su heredero y vengado por su hijo; sabían que el hijo nunca castigaba a su madre adúltera, quien había actuado con toda la autoridad de la diosa a la que servía.

3.       La antigüedad del mito de Orestes es evidente por su amistad con Pílades, con quien se halla en exactamente la misma relación que Teseo con Pirítoo. En la versión arcaica era sin duda un príncipe fócense quien mató ritualmente a Egisto al término de los ocho años de su reinado y se convirtió en el nuevo rey casándose con Crisótemis, la hija de Clitemestra.

4.      Otros rastros denunciadores de la versión arcaica subsisten en Esquilo, Sófocles y Eurípides. Egisto es muerto durante el festival de la diosa de la Muerte, Hera, mientras corta ramas de mirto, y lo ultiman como al toro Minos, con un hacha de los sacrificios. La salvación de Orestes («montañés») por Geilisa en una túnica «bordada con fieras», y la estada del preceptor entre los pastores de Taños, recuerdan juntos la conocida fábula del príncipe real envuelto en una túnica y abandonado en una montaña a merced de las fieras y cuidado por pastores, con la túnica reconocida finalmente, como en el mito de Hipótoo (véase 49.a). La sustitución por Geilisa de la víctima regia con su propio hijo se refiere, quizás, a una etapa de la historia religiosa en que el niño que sustituía anualmente al rey no era ya miembro del clan real.

5.      ¿Hasta qué punto pueden ser aceptadas, por tanto, las características principales le la fábula tal como las dan los dramaturgos áticos? Aunque es improbable que las Erinias hayan sido introducidas injustificadamente en el mito —que, como el de Alcmeón y Erifila (véase 107.d) parece haber sido una advertencia moral contra la menor desobediencia, perjuicio o insulto que un hijo podía hacer a su madre— es igualmente improbable que Orestes matara a Clitemestra. Si lo hubiera hecho, Homero sin duda lo habría mencionado y no le habría llamado «semejante a los dioses»; pero solamente escribe que Orestes mató a Egisto, cuyo banquete fúnebre celebró conjuntamente con el de su odiada madre (Odisea iii.306 y ss.). La Crónica paria tampoco menciona el matricidio en la acusación contra Orestes. Es probable, por tanto, que Servio haya conservado el verdadero relato: que Orestes, después de matar a Egisto, se limitó a entregar a Clitemestra a la justicia popular, cosa que recomienda significativamente Tindáreo en el Orestes de Eurípides (496 y ss.). Sin embargo, ofender a una madre negándose a defender su causa, por malvadamente que hubiera obrado, bastaba bajo la antigua ley divina para hacer que le persiguieran las Erinias.

6.      Parece, en consecuencia, que este mito, que circulaba ampliamente, había colocado a la madre de una familia en una posición tan fuerte cuando surgía alguna disputa familiar, que el sacerdocio de Apolo y de Atenea nacida de Zeus (traidora a la vieja religión) decidió suprimirlo. Lo consiguieron haciendo que Orestes no se limitase a someter a juicio a Clitemestra, sino que la matase y luego consiguiese la absolución en el tribunal más venerable de Grecia: con el apoyo de Zeus y la intervención personal de Apolo, quien también había incitado a Alcmeón a asesinar a su traidora madre, Erifila. La intención de los sacerdotes era invalidar, de una vez por todas, el axioma religioso de que la maternidad es más divina que la paternidad.


7.      En la revisión el casamiento patrilocal y la descendencia patrílineal se dan por supuestas, y se desafía con buen éxito a las Erinias. Electra, cuyo nombre, «ámbar», indica el culto paternal de Apolo Hiperbóreo, contrasta favorablemente con Crisótemis, cuyo nombre recuerda que el antiguo concepto del derecho matriarcal seguía prevaleciendo en la mayor parte de Grecia, y cuya «subordinación» a su madre había sido considerada hasta entonces piadosa y noble. Electra está «por completo en favor del padre», como la Atenea nacida de Zeus. Además, las Erinias habían intervenido siempre en favor de la madre únicamente; y Esquilo fuerza el lenguaje cuando habla de las Erinias cargadas con la vengadora sangre paterna (Las suplicantes 283-4). La amenaza de Apolo de que Orestes enfermaría de lepra si no mataba a su madre era sumamente atrevida; infligir o curar la lepra había sido desde hacía mucho tiempo prerrogativa únicamente de la Diosa Blanca Leprea, o Alfito (Diosa Blanca, capítulo 24). En la continuación no todas las Erinias aceptan el fallo deifico de Apolo, y Eurípides apacigua a sus espectadoras permitiendo que los Dioscuros sugieran que los mandatos de Apolo habían sido muy imprudentes (Electra 1246).

8.      Las grandes variaciones en la escena del reconocimiento y en la trama mediante la cual Orestes se da maña para matar a Egisto y Clitemestra tienen interés solamente como prueba de que los dramaturgos clásicos no estaban atados por la tradición. La suya era una nueva versión de un mito antiguo, y tanto Sófocles como Eurípides trataron de mejorar a Esquilo, el primero que lo formuló, haciendo la acción más verosímil.

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