domingo, 27 de octubre de 2013

Buda

El fundamento histórico



La historia de Buda, puede decirse, no es un mito. Es verdad que es posible desenredar de la leyenda de Buda, como de la historia de Cristo, un núcleo de hechos históricos. Para hacer esto, y para claramente exponer su propia enseñanza, ha habido un gran esfuerzo de erudición oriental durante el último medio siglo. Aquí, sin embargo, nos referiremos a la totalidad de la historia mítica de Buda como es relatada en varios trabajos que no son, estrictamente hablando, históricos, pero tienen verdadero y distintivo valor propio tanto espiritual como literario. Pero antes de proceder a dar a conocer el mito de Buda, será útil resumir brevemente su núcleo histórico tanto como podemos determinarlo, y hacer cierto relato de las doctrinas de Buda.

La vida de Buda


Hacia el siglo y antes de Cristo los invasores arios de la India habían ya avanzado más allá de Panjab bien dentro de las planicies, y se establecieron en pueblos y pequeños reinos a lo largo del Ganges. Sólo una de las tribus arias, los shakyas, se estableció en Kapilavastu, unas cien millas al nordeste de la ciudad de Benarés y treinta o cuarenta millas al sur del Himalaya. Ellos eran agricultores, cuya supervivencia dependía principalmente del arroz y el ganado. El rajá de los shakyas era Suddhodana, quien se casó con dos hijas del rajá de una tribu vecina, los koliyans. Ninguna tuvo hijos hasta que a los cuarenta y cinco años (cerca del 563 a.C.) la mayor fue madre de un niño, muriendo ella misma siete días después. El nombre de familia del niño era Gautarna, y posteriormente se le dio el nombre de Siddhartha. Gautama se casó tempranamente con su prima Yashodhara, la hija del rajá de Koli, y vivió felizmente con ella, libre de preocupaciones por el cuidado o la necesidad. En su vigésimo noveno año, como resultado de cuatro visiones —de edad, de enfermedad, de muerte y, finalmente, de un retiro digno— o de alguna otra forma más normal, el problema del sufrimiento se expuso ante él repentina e impresionantemente. Embargado por la sensación de que toda felicidad era en realidad insegura, y con pena por los sufrimientos de los otros, sintió un creciente desasosiego e insatisfacción con la vanidad de la vida; y cuando, diez años después de su matrimonio, nació de él un hijo, sólo sintió que había una atadura más que romper antes de que pudiera dejar su protegido mundo para buscar una solución a los profundos problemas de la vida y un camino para escapar del sufrimiento que parecía inevitablemente asociado con ella.
La misma noche, cuando todos dormían, dejó el palacio, cogiendo sólo su caballo y atendido sólo por su cochero, Channa. Hubiera querido coger a su hijo en brazos por última vez, pero, encontrándolo dormido con Yashodhara, temió despertar a su madre, y entonces se marchó para siempre de todo lo que más había amado para convertirse en un vagabundo sin hogar. ¡Realmente, es el peligro y la privación, y no la seguridad y la felicidad, lo que resulta para el hombre un aliciente para las acciones!
Gautama se unió por turno a varios brahmanes ermitaños en Rajagriha en las colinas de Vindhyan; luego, insatisfecho con sus enseñanzas, se esforzó haciendo penitencias solitarias en el bosque, siguiendo los modos de los ascetas brahmanes, para alcanzar poder sobrehumano y comprensión de las cosas. Pero después de soportar las más severas privaciones y practicar automortificación durante un largo período, no se encontró a sí mismo más cerca de la iluminación, aunque adquirió gran reputación como santo. Entonces abandonó esa vida y otra vez comenzó a tomar comida regularmente; sacrificó su reputación y sus discípulos le abandonaron.

La tentación


En este tiempo de soledad y fracaso llegó a él la gran tentación, simbólicamente descrita como presentada a él por Mara, el malvado, en la forma de tentación material y asalto. No derrotado, sin embargo, Gautama vagó por las orillas del río Nairanjara y se sentó bajo un gomero, donde recibió una simple comida de las manos de Sujata, hija de un poblador vecino, quien al principio lo confundió con una deidad de la selva. Durante el día estuvo sentado allí, todavía invadido por la duda y la tentación de volver a su casa. Pero al avanzar el día su mente se aclaraba más y más, y finalmente sus dudas se desvanecieron, y llegó a él una gran paz mientras el significado de todas las cosas se hizo aparente. Así pasó el día y la noche hasta que hacia el amanecer llegó el perfecto conocimiento: Gautama se convirtió en Buda, el iluminado.
Con perfecta iluminación vino hacia Buda una sensación de gran aislamiento; ahora ¿podía ser posible compartir su sabiduría con hombres menos sabios, menos ardientes que él?i,Era posible que pudiera persuadir a alguien de la verdad de la doctrina de autosalvación a través del dominio de sí mismo y con amor, sin ninguna dependencia sobre tales rituales o teologías como aquellas en las que el hombre se apoya en todas partes y tiempos? Ese aislamiento llega a todos los grandes líderes; pero el amor y la piedad por la humanidad decidió a Buda, ante todos los peligros de malentendido o fracaso, a predicar toda la verdad que había visto.
Buda de acuerdo con esto se dirigió a Benarés para «poner en marcha la rueda de la ley»; esto es, poner a rodar la rueda del carro de un imperio universal de verdad y rectitud. Se estableció en el «Parque del Ciervo» cerca de Benarés y, aunque su doctrina al principio no fue bien recibida, no tardó mucho en ser recibida por sus antiguos discípulos y por muchos otros. Algunos se hicieron sus seguidores personales; otros se convirtieron en discípulos laicos sin dejar su vida hogareña. Entre los que aceptaron sus enseñanzas estuvieron su padre y madre, su esposa e hijo. Después de un ministerio que duró cuarenta y cinco años, durante el cual predicó la nueva doctrina en Kapilavastu y los estados vecinos, y estableció una orden de monjes budistas, y también, aunque a disgusto, una orden de religiosas, Buda falleció o entró en Nirvana (cerca del 483 a.C.) rodeado de sus afligidos discípulos.

Las enseñanzas de Buda


Si sabemos comparativamente poco de la vida de Buda, tenemos, por otra parte, un confiable conocimiento de sus enseñanzas. Las concepciones de la personalidad del mismo Buda realmente han cambiado, pero la sustancia de sus enseñanzas se ha preservado intacta desde aproximadamente el 250 a.C, y hay una razón para creer que los trabajos aceptados formalmente como canónicos incluyen la parte esencial de su doctrina.
Es necesario, en primer lugar, darse cuenta que aunque un reformador, y tal vez desde el punto de vista de un sacerdote un hereje —si tal palabra puede usarse en conexión con un sistema que permite absoluta libertad de especulación—, Buda nació y fue criado y murió como un hindú. Comparativamente poco era original en su sistema, ya sea de doctrina o ética, o calculado para privarlo del apoyo y simpatía de los mejores entre los brahmanes, muchos de los cuales se convirtieron en sus discípulos. El éxito de su sistema fue debido a varias causas: la hermosa personalidad y dulce sensatez del mismo hombre, su coraje y constante insistencia sobre unos pocos principios fundamentales, y la forma en que hizo que su enseñanza fuera accesible a todos sin distinción de aristocracia de nacimiento o intelecto.
La idea de la no permanencia, de la inevitable conexión entre el dolor y la vida, y de la vida con el deseo, la doctrina del renacimiento, del karma (todo hombre debe cosechar lo que él mismo siembra) y una compleja y formal psicología —todo esto pertenece a la atmósfera intelectual del propio tiempo de Buda—. En lo que difería más profundamente con los brahmanes era en la negación del alma, de una entidad duradera en el hombre separada de sus asociaciones temporales produciendo la ilusión de una persona, el ego.
Esta diferencia es más aparente que real, y encontramos en tiempos posteriores que se volvió casi imposible distinguir entre el budista «vacío» y el brahmán «mismo». Como característica distintiva de cada uno está la misma ausencia de características; cada una es otra que Ser y otra que no-Ser. Incluso la palabra «Nirvana» es común al budismo y al hinduismo, y la controversia se desplaza a si Nirvana es o no es equivalente a la extinción. La pregunta es realmente impropia, dado que el significado de Nirvana no es más que liberarse de las trabas de la individualidad —dado que el espacio encerrado en la vasija terrenal es liberado de su limitación y se convierte en uno con espacio infinito cuando la vasija se rompe—. Si llamamos a este espacio infinito un Vacío o un Lleno es más un asunto de temperamento que de hechos; lo que es importante es darse cuenta de que las aparentes separaciones de cada porción de él son temporales e irreales, y son la causa del dolor.
La herejía del individualismo, entonces, es la gran desilusión que debe abandonar el que se va a proponer ir en busca del camino de la salvación por el budismo. El deseo de mantener esa ilusión, la propia individualidad, es la fuente de todo el dolor y maldad en nuestra experiencia. La idea del alma o individualidad es ilusoria, porque hay, de hecho, no un ser, sino sólo un porvenir eterno. Aquellos libres de esas ilusiones pueden entrar en la senda que lleva a la paz de conciencia, a la sabiduría, a Nirvana (liberación). Más brevemente, este pasaje es resumido en el celebrado verso:

Para cesar todo pecado,
Para conseguir la virtud,
Para purificar el propio corazón,
Esa es la religión de los budas.

Pasemos a otro asunto. Ahora veamos qué leyendas ha tejido la imaginación acerca de esta historia de El Iluminado. Debemos comenzar con su larga vida previa hasta convertirse en un buda, y con su posterior encamación en muchas formas, hasta que nació como el príncipe Shakya de que hemos hablado.

 

Cómo Sumedha se convierte en un elegido-buda


Hace unas cien mil edades, un rico, culto y recto brahmán vivía en la gran ciudad de Amara. Un día él se sentó y reflexionó sobre la miseria del renacimiento, ancianidad y enfermedad, exclamando:

¡Hay, debe haber, una evasión!
¡Es imposible que no la haya!
¡Haré la búsqueda y encontraré el camino Que nos alivie de la existencia!

Consecuentemente se retiró al Himalaya y vivió en una choza de hojas, donde alcanzó gran sabiduría. Mientras estaba en trance nació El-que-Superaba, Dipankara. Sucedió que este buda iba avanzando en su camino cerca de donde vivía Sumedha, y unos hombres estaban preparando una senda para que sus pies pisaran. Sumedha se unió a este trabajo, y cuando el buda llegó se tumbó en el barro, diciéndose a sí mismo:

Puedo evitarle el barro,
Grandes méritos se acumularán para mí.

Mientras estaba allí tumbado la idea vino a su mente: «¿Por qué no me deshago ahora de toda la maldad que hay en mí y entro a Nirvana? Pero no me dejéis hacerlo sólo; mejor dejadme también algún día alcanzar la omnipotencia y transportar a una multitud de seres a salvo hasta la lejana orilla con el barco de la doctrina sobre el océano del renacimiento.»
Dipankara, quien todo lo sabía, se detuvo a su lado y proclamó ante la multitud que en épocas posteriores él debía convertirse en un buda, y nombró su lugar de nacimiento, su familia, sus discípulos y su árbol. Ante esto la gente se alegró; pensando que, si no alcanzaban Nirvana ahora, en otra vida, enseñados por este otro buda, podrían otra vez tener una buena oportunidad para aprender la verdad, dado que la doctrina de todos los budas es la misma. Toda la naturaleza enseñó entonces símbolos y presagios en testimonio del compromiso y la dedicación de Sumedha: cada árbol tenía un fruto, los ríos se quedaron quietos, una lluvia de flores cayó del cielo, los fuegos del infierno se extinguieron. «No te vuelvas», dijo Dipankara. «¡Continúa! ¡Avanza! Con toda seguridad sabemos esto; seguramente serás un buda!» Sumedha estaba decidido entonces a cumplir con las condiciones de un buda: perfección en las almas, en guardar los preceptos, en renunciación, en sabiduría, en coraje, en paciencia, en verdad, en resolución, en buena voluntad y en indiferencia. Comenzando, entonces, a cumplir con las condiciones de la búsqueda, Sumedha volvió al bosque y vivió allí hasta que falleció.
Posteriormente renació en incontables formas: como un hombre, como un deva como un animal, y en todas estas formas se aferró al camino trazado, de modo que se dice que no existe una partícula en la tierra en que Buda no hubiese sacrificado su vida por el bien de las criaturas. La historia de estos renacimientos se da en el libro Jataka, en que se relatan quinientos cincuenta nacimientos. A

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