domingo, 27 de octubre de 2013

El Mahabharata relatado en 15 episodios (XIV) El gran anfitrión de la muerte

Éste era un momento terrible para los Pandavas, con sus propios corazones llenos de pena por la aflicción de la batalla; ellos tenían que presentarse ante el anciano Dhritarashtra y su reina Gandhari, quienes habían perdido la totalidad de su centenar de hijos. La victoria de Kurukshetra había hecho a Yudhishthira rey de todo el territorio, y Dhritarashtra reconoció este hecho anunciando su intención de dejar el mundo y retirarse con Gandhari y Pritha a las proximidades del Ganges, para vivir allí sus vidas con piedad y devoción. Durante el primer mes los príncipes Pandavas fueron hasta allí, y les acompañaron y se quedaron con ellos para rezar juntos por sus ilustres muertos. Y al finalizar el mes fueron visitados por Vyasa, el jefe de los sacerdotes reales, un hombre famoso por sus dotes de espiritualidad y conocimiento. Sentados con Vyasa, Gandhari, Kunti y Dhritarashtra hablaron de muchas viejas penas y buscaron la explicación de misterios que les tenían perplejos desde largo tiempo atrás. Entonces volviéndose a Gandhari, atendiendo a su tristeza que era la mayor que puede soportar una mujer y hablando al corazón que se había quedado sin palabras para pronunciar, Vyasa dijo: «¡Oye, oh reina! Tengo una bendición que ofrecer. Esta noche tú verás otra vez a tus hijos y parientes, como hombres que se levantan de un sueño. Así tu pena se aliviará y tu corazón podrá descansar.»
Entonces toda la gente allí reunida, creyendo escasamente que las palabras de Vyasa fueran cumplidas, cogieron sus sitios expectantes en las orillas del Ganges. El día pasó, pareciéndoles a ellos como un año, por su ansiedad por volver a ver a los príncipes fallecidos. Pero al final el Sol se puso y todos finalizaron su baño vespertino junto con sus rezos. Cuando llegó la noche y todos estaban sentados en grupos y en solitario en protegidos sitios a lo largo de las orillas del Ganges, Vyasa llamó con voz clara a los muertos de ambos bandos para concederles una vez más su visión a los mortales a fin de que sus corazones dolidos de pena pudieran ser consolados por un rato.

La procesión


Entonces un extraño sonido se oyó desde dentro de las aguas, y gradualmente, en sus tropas y compañías, con el esplendor de formas radiantes, y banderas y coches, surgieron todos los reyes y con ellos todas sus tropas. Allí estaban Duryodhana y todos los hijos de Gandhari y Dhritarashtra. Allí estaban Bhishma y Drona y Kama. Allí estaba Shikhandin y allí estaba Drupada, y allí había otros mil. Todos estaban vestidos con ropas celestiales y brillantemente adornados. Estaban libres de pena y odio y despojados de todos sus celos. La escena era como un gran festival de alegría, o parecía un cuadro pintado sobre un lienzo. Y Dhritarashtra el rey, ciego toda su vida, vio a sus hijos por primera vez, con el ojo de una aguda visión, y conoció en toda su intensidad el júbilo de la paternidad.
Y la muerte avanzó y se mezció con los vivos. No había pena, mii miedo, ni desconfianza, y no había descontento en esa noche sagrada. Karna aceptó a Kunti como madre y se reconcilió con los Pandavas como sus hermanos. Y la dolorosa pena de Gandhari por Duryodhana y el resto de sus hijos se apaciguó.
Y cuando llegó el amanecer, aquellas sombras de esos poderosos muertos se hundieron otra vez en el Ganges y fueron cada uno a su propia morada, y los vivos, con la pena aliviada, volvieron a sus obligaciones de la vida y se dedicaron a las tareas que se les presentaban.


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