domingo, 27 de octubre de 2013

El Mahabharata relatado en 15 episodios (VI) La historia de Shtshupala

Cuando llegó a Dhritarashtra la noticia de que los Pandavas no habían sido, después de todo, quemados en la casa de resma, sino que habían escapado y estaban ahora en la corte de Drupada, aceptados en su familia y provistos de muchos y poderosos amigos, el viejo rey no supo qué decir. Entonces llamó a su hijo Duryodhana y a todos sus consejeros, y les hizo la pregunta de qué actitud tomar.
Todos estuvieron de acuerdo con su inmediata llamada a Hastinapura, y alentaron a que se enviaran felicitaciones por su huida. Pero Duryodhana tenía la opinión de que, luego de eso, deberían proceder a deshacerse de ellos mediante una serie de fraudes, dividiendo sus intereses y enfrentándolos unos a otros, y así al fmal privarlos de todo recurso. Karna, en cambio, mantenía que ellos debían se enfrentados en batalla. Valor contra valor, nobleza contra nobleza, dijo. Esos hombres nunca podrían ser divididos. Un intento como ése sólo pondría en ridículo a quien lo llevara adelante. En cambio, una lucha justa debería ser el método de un soldado. Los Pandavas eran hombres, no eran dioses, y como hombres pueden ser vencidos en la batalla.
Bhishma, por otra parte, apoyado por Drona y Vidura, señaló que el derecho de los Pandavas al reino paterno era cuando menos el mismo que el de Duryodhana. Por eso, ellos deberían ser llamados y establecidos firmemente en la mitad del reino. Tan fuerte era la insistencia de estos buenos hombres sobre ese punto de vista, que Dhritarashtra no pudo hacer otra cosa que obedecer, y un embajador fue enviado a la corte de Drupada, con obsequios para los príncipes, para darles la enhorabuena por estar a salvo e invitarles a volver a la casa de sus ancestros. Para entonces se habían hecho amigos y consejeros de los Pandavas, no sólo Drupada, sino también los poderosos Krishna y su hermano Balarama, y hasta que todos ellos no lo aconsejaron no aceptaron las proposiciones de amistad hechas por su pariente Dhritarashtra. Al final, sin embargo, lo hicieron, y llevando a Kunti, su madre, y a Draupadi, su reina, partieron para la ciudad de Hastinapura..

El regreso de los Pandavas


Una vez llegados allí y habiendo estado el suficiente tiempo como para estar descansados, fueron convocados ante la presencia de Dhritarashtra, quien les dijo que para evitar todo inconveniente posterior en la familia deseaba dividir el reino y darles la mitad, asignando a ellos una cierta zona desierta para residencia. Siempre había sido el hábito de estos príncipes aceptar con alegría lo que les ofrecía el anciano soberano y con ello hacerlo lo mejor posible. Y en esta ocasión no rompieron su regla. Sin ver defecto aparente en este regalo de un árido desierto de monte para hogar, ellos rindieron homenaje a Dhritarashtra y partieron para su nueva capital.
Una vez allí, sin embargo, su energía no tuvo límites. Ofreciendo los sacrificios de propiciación necesarios, midieron el suelo para la nueva ciudad y procedieron a construirla, a fortificarla y a adornarla hasta que hubo sobre la llanura la famosa Indraprastha, una residencia adecuada para los mismos dioses, no digamos para emperadores, tal era su belleza y magnificencia. No conformes con construir una ciudad, los hermanos se dedicaron a organizar sus dominios y su administración, y sus súbditos, dándose cuenta de la sabiduría y de lo beneficioso de estos nuevos gobernantes, se sintieron realmente felices de haber quedado bajo su dominio. No había en este reino miseria causada por el cobro de impuestos. El campesino obtenía fácilmente acceso a su soberano. Se administraba justicia; se mantenía el orden; la paz y la prosperidad estaban unidas en todos los lugares. En ese momento se sugirió a Yudhishthira que debía celebrar un sacrificio de coronación, y la idea le sedujo. Sobre todos los asuntos pidió consejo a sus ministros, pero hasta que no hubiera obtenido el de Krishna, su nuevo y fiable amigo, no podría estar seguro del rumbo correcto. Él estaba alertado de los muchos motivos —amabilidad, halagos, propio interés y demás— que guiaban a los hombres a dar consejo, y en su mente no había más que una sola alma que estaba fuera de ese tipo de influencias. El sacrificio de coronación no era un rito para ser encarado livianamente. Significaba el establecimiento de un rey que actuara como soberano supremo sobre todos los otros soberanos. Para hacer esto era necesario poner juntos a una inmensa multitud de soberanos tributarios, y era bien sabido que en esa gran reunión de señores feudales se esconden inmensos peligros. Esas reuniones son oportunas para los orígenes de las revoluciones. Por tanto, era de incumbencia de quien ofrecía el sacrificio pensar bien sobre el estado de las cosas y considerar claramente lo que estaba abordando. Si tenía éxito, podía esperar ser considerado como el supremo soberano de todo el imperio para toda la vida. Pero el menor paso en falso podía resultar en un supremo desastre, arrojándolo del trono e incluso trayendo una guerra civil.

El consejo de Krishna


Incluso, Yudhishthira había pensado que, mientras otros le habían aconsejado alegremente llevar adelante el sacrificio, Krishna podía señalarle la línea de pensamiento que debía guiar a un monarca al enfrentarse cara a cara con tan seria iniciativa. Punto por punto discutió con él el estado de la política de los reinos rivales y las posibilidades de estabilidad en el país en general. Así le permitió ver qué guerras debían desarrollarse y cuáles áreas debían primero ser sojuzgadas antes que el sacrificio imperial pudiera ser ofrecido. Pero Krishna alentó a Yudhishthira, no menos calurosamente de lo que lo habían hecho sus propios ministros, acerca de su capacidad personal y la condición apropiada del propio reino y su gobierno para la orgullosa posición que él deseaba hacer suya. Tampoco sospechó Yudhishthira, o alguno de sus hermanos, que ese festival, además de establecerlos a ellos en la soberanía suprema, estaba destinado a su vez a revelar ante los ojos de todos los hombres, y no sólo ante los pocos de confianza que ya lo sabían, la grandeza y poder del mismo Krishna, quien en realidad no era rey pero sólo porque él estaba muy por encima de todos los reyes terrenales.
Habiendo tomado consejo de su más poderoso consejero, Yudhishthira procedió a ocuparse de todos .los detalles, y cuando todas las instrucciones estuvieron dadas anunció su intención de celebrar la fiesta de coronación. Aun después de esto los preparativos para el sacrificio llevaron un largo tiempo, pero finalmente todo estuvo listo y se enviaron invitaciones en todas direcciones, y reyes y héroes comenzaron a llegar. Y allí había uno, llamado Narada, que tenía íntima percepción y, estando en la reunión y viendo al señor Krishna como su verdadero centro, se llenó de pavor, y mientras los otros sólo veían brillo y festividad él era todo reverencia y se mantenía sentado mirando, perdido en la oración.
Ahora cuando el último día del sacrificio había llegado y el agua sagrada estaba por ser rociada sobre la cabeza de Yudhishthira, Bhishma, como cabeza de ambas casas reales, sugirió que por una cuestión de cortesía a los invitados debía homenajearse primero a cada uno por turno, de acuerdo con su rango y precedencia. Y agregó el anciano abuelo, mientras sus ojos miraban con cariño la cara de Krishna, a él primero que nadie, como la encamación de Dios, dejad que como jefe le sean dados estos honores reales. Y consintiéndolo Krishna mismo, los honores le fueron dados.

La disputa por la precedencia


Pero había alguien en la asamblea de reyes que guardaba rencor por la precedencia dada a Krishna entre los soberanos, como si él también fuera un monarca gobernante. Y este invitado, de nombre Shishupala, estalló en amargos reproches contra Bhishma y Yudhishthira por lo que consideraba como un insulto hecho a los vasallos que tributaban al poner ante ellos uno que no podía presentar ninguna reivindicación para la precedencia por derecho de independencia, o larga alianza, o edad, o parentesco. ¿Era Krishna, preguntó, el mayor de los presentes? ¿Cómo podía impulsarse tal reivindicación cuando Vasudev, su propio padre, tenía mayor derecho? ¿Era él valorado como maestro y profesor? Aquí estaba Drona el brahmán, que había sido tutor de todos los príncipes reales. O ¿era que los Pandavas le habían dado precedencia por su valor como aliado en tiempos de guerra? Si así era, allí estaba Dmpada, que era el que más lo merecía; dado que él era el padre de Draupadi, su reina, y nadie podía estar más ligado a ellos que él. Pero si eran el amor y la veneración los que habían guiado la oferta, entonces seguramente el viejo Bhishma, su pariente, el lazo entre dos linajes, tenía más derecho.
Ante estas palabras de Shishupala, un cierto número de invitados comenzó a manifestar desacuerdo con el sacrificio y su señor, y se hizo evidente que era Shishupala el líder de la facción que podía evitar el adecuado cumplimiento de la ceremonia. Si un sacrificio real no se llevaba a un adecuado término el hecho podía provocar gran desastre al reino y sus súbditos. Por ello Yudhishthira mostró gran ansiedad e hizo todo lo que pudo para conciliar al enojado rey. Él, sin embargo, como un niño consentido, o como un hombre severo y duro, se negó por todos los medios a ser apaciguado. Viendo esto Yudhishthira miró hacia Bhishma en busca de consejo. Bhishma, sin embargo, no se esmeró en calmar al enojado rey. Sonrientemente desestimó la gravedad de Yudhishthira. «¡Espera», dijo, «oh rey, hasta que el señor Krishna se dé cuenta del asunto! ¿Puede el perro matar al león? Realmente este rey se parece mucho a un león, dado que el león es estimulado a actuar, y entonces nosotros veremos lo que veremos.»
Pero Shishupala oyó las palabras dichas por Bhishma y, profundamente irritado por la comparación con un perro, se dirigió al venerable estadista con palabras que eran abiertamente insultantes y desenfrenadas. Le llamó viejo réprobo, que siempre parloteaba de moralidad y, como ellos podían oír, incluso llenaba de horror a sus propios amigos y aliados, haciendo caer sobre sus cabezas alguna sentencia olvidando la dignidad debida a su propio e igual rango. Bhishma, sin embargo, no mostró excitación. De pie allí tranquilamente, alzó su mano pidiendo silencio y tan pronto como este se estableció habló al enojado Bhima, hermano de Yudhishthira, cuyos ojos enrojecidos mostraban que consideraba las palabras dichas a su abuelo como un desafío a él mismo.

La historia de Bhishma


«Tranquilízate, oh Bhima», dijo Bhishma, «y escucha la historia de este mismo Shishupala. Él nació de linaje regio, teniendo tres ojos y cuatro brazos, y no bien nació rebuznó como un asno. Y su padre y madre, estando asustados por estos augurios, se habían decidido a abandonar al niño, cuando oyeron una voz que les hablaba desde el aire diciendo: “No temáis nada; quered a este niño. Su momento aún no ha llegado. Ya ha nacido alguien que lo matará con armas cuando llegue su fm. Antes de esto será tan afortunado como bien considerado.” Entonces la reina, su madre, reconfortada por estas palabras, tomó coraje y preguntó: “¿Quién es el que matará a mi hijo?”
Y la voz respondió: “Aquel sobre cuyo regazo el niño estará sentado cuando su tercer ojo desaparezca y sus dos brazos sobrantes se calgan.”
Después de esto, el rey y la reina de Chedi hicieron juntos unas visitas oficiales, y dondequiera que ellos iban pedían al rey que los hospedaba en ese momento que cogiera al niño en sus brazos. Pero en ningún sitio perdió los brazos sobrantes ni desapareció su tercer ojo.
Entonces, desconcertados, volvieron a su ciudad y a su palacio. Y cuando habían estado en su hogar durante un tiempo fue a visitarlos el príncipe Krishna y su hijo mayor. Y ellos comenzaron a jugar con el niño. Pero cuando Krishna lo cogió en su regazo, entonces el tercer ojo del niño se atrofió lentamente y desapareció, y los dos brazos extraños se marchitaron. Entonces la reina de los chedis supo que éste era el destinado a matar a su hijo, y cayendo sobre sus rodillas, dijo: “¡Oh señor, concédeme un deseo!”
Y el señor Krishna contestó: “¡Habla!”
Y ella dijo: “Prométeme que cuando mi hijo te ofenda lo perdonarás.”
Y élcontestó: “Sí, aunque me ofenda cien veces, cien veces le perdonaré.”
Ése es Shishupala —continuó Bhishma— quien aún ahora, abusando de la compasión del señor, os induce a vosotros a la batalla. En realidad él es una porción de energía que el Todopoderoso podría reabsorber ahora mismo dentro de sí. Por eso es que él provoca su propia destrucción ocasiona tanto enojo y ruge como un tigre ante nosotros, sin preocuparse por las consecuencias. »
El enojo de Shishupala había aumentado más y más durante el discurso de Bhishma, y cuando terminó sacudió su espada amenazadoramente y dijo: «¡No sabes que estás vivo en este momento sólo por mi amabilidad y la de estos otros reyes?»
«Da igual si esto es así o no», contestó Bhishma con gran altanería y calma. «Sabe que tengo poca estima a todos los reyes de la Tierra. Tanto si yo soy muerto como una bestia del campo o quemado hasta la muerte en un incendio en el bosque, cualquiera sea la consecuencia, aquí pongo mi pie sobre la cabeza de todos vosotros. Aquí ante nosotros se encuentra el Señor. A él he orado. ¡Deja que entre en conflicto con él sólo quien desea una muerte rápida.; ese puede incluso emplazarse en la batalla —el de oscuro color, que es quien maneja el disco y la maza— y, cayendo, entrará y se confundirá con el cuerpo de su dios!»

La muerte de Shishupala


Al terminar las solemnes palabras de Bhishma todos los presentes involuntariamente volvieron sus ojos a Krishna. Él se encontraba absorto, mirando tranquilamente hacia el furioso Shishupata, como uno cuya mente podría estar emplazando las armas celestiales en su ayuda. Y cuando Shishupala rió en su cara, él simplemente dijo: «¡La copa de las fechorías, oh pecador, ahora está llena! » Y al hablar el encendido disco se alzó desde atrás de él y, pasando sobre el círculo de reyes, bajó sobre el casco de Shishupala y lo atravesó clavándose de la cabeza a los pies. Entonces se adelantó el alma de este malvado, como si hubiese sido una masa de llamas, y, siguiendo su propio camino, se inclinó y se derritió hasta desaparecer dentro de los pies del mismo Krishna. Tal como Bhishma había dicho, cayendo, entró y se confundió en el cuerpo de ese dios.

Así terminó Shishupala, que había pecado hasta ciento una veces y había sido perdonado. Porque incluso los enemigos del Señor se salvan pensando exclusivamente en él.

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