lunes, 21 de octubre de 2013

El muchacho del corazón puro

Dos hombres sabios, Ti-Chi-Lo y Na-Lai, Vivian en la ladera de una montaña. Bebían agua, se alimentaban de hierbas y de fruta silvestre y empleaban el tiempo en meditar y orar. Cuando  soplaba el furioso viento del norte o llovía, se refugiaban en una caverna. Por lo demás, preferían estar al aire libre, con el inmenso techo del cielo sobre sus cabezas. Una tarde, Nai-Lai, debilitado por los continuos ayunos y por las noches en vela, se dejo vencer por el sueño mientras oraba. Su compañero, cuando las sombras cayeron sobre el monte, se extraño de no verlo y fue en su busca. Anduvo de acá para allá inútilmente. Por fin, cegado por la oscuridad, piso sin querer la cabeza del durmiente. El cual despertó con un grito. Cuando oyó la voz de Ti-Chi-Lo y se dio cuenta de que lo había atropellado, no pudo frenar su cólera.
-Yo soy amigo de Buda, llevo dentro de mi algo del espíritu divino. Por eso mi cuerpo es sagrado. Al insultarme, has insultado al señor del universo.
-Amigo mío –trato de excusarse Ti-Chi-Lo-, tú olvidas que también soy amigo de Buda, que también llevo dentro de mí el divino espíritu. Me duele sinceramente haberte atropellado. Pero no te había visto, créeme, no lo hice adrede.
El otro, en vez de calmarse, poníase cada vez mas colérico.
-¡Has puesto tu pie sobre mi cabeza! Mi cabeza llena de pensamientos divinos, y tú la has tratado como cosa inmunda.
-Hermano, la debilidad te hace injusto. Te respeto y te quiero, tú lo sabes.
-¡Famoso respeto, famoso afecto! Pretendías aplastarme el cráneo.
Al fin, también Ti-Chi-Lo perdió la paciencia. La disputa fue agriándose cada vez más, y los dos ermitaños se dirigieron mutuamente las más sangrientas injurias.
-¿Sabes que te digo? –vocifero, al fin, Na-Lai. Usando de los poderes que me ha otorgado Buda, ordeno que mañana al salir el sol, una espada invisible te decapite.
-También a mi –grito el otro es el colmo de la cólera- Buda me ha concedido altos poderes. Ordeno que mañana no salga el sol.
Los dos hombres, que por largos años habían vivido en la más santa concordia, se separaron enemigos. Uno de ellos se fue a ocultar en una cueva más estrecha aun.
Al día siguiente, no salió el sol. Y cuando hombres y mujeres se dieron cuenta de este fenómeno, la ciudad y las aldeas se alborotaron. Incluso el rey, en su alcázar, sintiose deprimido, mando llamar a los sabios del reino para que le explicaran el motivo inaudito. Los sabios expresaron las propias opiniones con mucha cautela. Uno hablo de una nube inflada de humo que ocultaba el sol; otro dijo que el sol habíase precipitado en el inmenso báratro de los espacios; un tercero insinuó la posibilidad de que los malos espíritus lo hubiesen destruido con la fuerza de su voluntad maléfica.
Las palabras de los sabios no satisficieron al rey. Fueron llamados a continuación adivinos, magos, ermitaños. Pero ninguno de ellos acertó a explicar el enigma. Cuando los relojes anunciaron las horas nocturnas, los ánimos se tranquilizaron un poco. Un hermoso cielo tachoneado de estrellas fulguraban sobre la ciudad, las aldeas, los bosques y los ríos. La gente se fue a dormir con la viva esperanza de que al día siguiente el bendito sol, reaparecería, como siempre, con todo su esplendor sobre la tierra.
Pero al día siguiente las cosas sucedieron de la misma manera. No hubo dulzura de alba, ni alegría de aurora. Las estrellas continuaron brillando  en un oscuro cielo nocturno. “Buda nos abandona”, se desesperaban todos.
Los ancianos, los niños, las mujeres lloraban. Y los hombres no acertaban a consolarlos. Por lo demás, también los hombres, hasta los más fuertes y valerosos, tenían el corazón lleno de terrible incertidumbre y de angustia.
Un muchacho de quince años, Vu-Li, que vivía en una mísera cabaña en el confín del bosque, no se entrego a la desesperación como hacían todos, no corrió a la ciudad, no sintió deseos de interrogar al rey y a los sabios, ni de hacerse consolar por los ermitaños y magos. Dijo entonces el abuelo.
-Tal vez Buda quiere que durmamos.
El pobrecito estaba siempre cansado, porque se afanaba de lo lindo en el bosque cortando leña y preparando haces con las ramas de los árboles derribados. Se echo sobre la yacija al lado del abuelo y se entrego al sueño. Y en sueños precisamente se le apareció Buda y le explico el motivo de la noche continua. Luego le dijo: “Tu eres una criatura inocente y pacífica. Pero quiero ponerte a prueba”. Entonces entro un hombre tosco de mirada fogosa e impertinente. “Quiero el árbol más alto del bosque”, dijo “Voy a tomarlo”. Vu-Li busco a Buda, pero había desaparecido. Solo veía al hombre tosco de los ojos pérfidos, oía su voz imperiosa.
-Voy a tomar el árbol alto, el más alto del bosque –gritaba.
El muchacho se echo a llorar y contesto entre sollozos.
-No es fácil desraizar un árbol y traerlo aquí. Mis fuerzas no me permiten satisfacer tu deseo.
-Ve, ve –vociferaba el energúmeno.
Y comenzó a golpearle. Entonces apareció el abuelo. Y también el parecía ser ahora enemigo suyo; se puso a abofetearle, a darle puñetazos y puntapiés.
-¿Qué mal he hecho? – se quejaba el muchacho. Y su alma era oscura y le daba más aflicción que los golpes que recibía en su cuerpo.
-Obedece rápidamente –se puso a gritar también el abuelo-, ve a buscar el árbol.
Vu-Li se fue, suspirando, al bosque. Por el camino encontró a dos pilluelos, que se empezaron a burlar de él.
-Ve, tonto, ve a arrancar l árbol. Note dará mucho trabajo, se trata de una cosa demasiado sencilla. ¡Ja,Ja!
Vu-Li habría podido deshacerse de aquel par de granujas con algunos pescozones. Pero no quería golpear a nadie, menos aun a las criaturas más débiles que el. Opto por suplicar:
-Dejadme. Debo obedecer a mi abuelo.
Los pilluelos siguieron atormentándolo. Uno de ellos le tiro un canto que le hirió en la cabeza; otro se abalanzo encima por sorpresa, como un bólido y lo hizo caer.
-Dejadme –rogo, levantándose con trabajo. ¿Qué mal os he hecho?
Llego finalmente al bosque. Vio al árbol alto y su alma inocente sintiose confortada. “Hare lo posible para contentar al abuelo”, se dijo, No se acordaba de la injustificable severidad del anciano, ni de sus bofetadas. En su alma limpia y generosa, solo había lugar para la ternura.
“¡Oh, Buda!”, rezo, “ayúdame en este difícil trabajo”.
Y entonces Buda apareció ante sus ojos atónitos cual una nube esplendorosa.
-Tienes un alma noble y por eso te ofrezco el don de hacer milagros. Ti-Chi-Lo y Na-Lai son indignos de mi gracia y ya no tendrán poderes sobrehumanos. Preséntate al rey y pórtate según tu corazón.  Cuando el muchacho se despertó, la oscuridad seguía envolviendo la tierra.
-Estamos condenados a tinieblas perpetuas
-Lamentose el abuelo. Se levanto de la yacija y tomo la linterna.
-No te asustes -dijo el nieto. Buda está con nosotros. Espérame con fe.
Tomo la linterna y se fu al alcázar. No le resulto difícil ser recibido por el rey.
-¿Qué quieres? –le pregunto el monarca.
Inspirado por Buda, el muchacho del alma limpia hablo:
-Hubo dos hombres que un día se amaban y que hoy se odian. Y ha sido su odio el que nos ha sumergido en las tinieblas. Pero yo he recibido del señor de las almas y de los astros el don de hacer milagros. Y por esto ordeno al sol que vuelva a brillar para alegría de todos.
Justo en aquel momento, un paje que estaba junto a la ventana lanzo un grito de júbilo.
-¡El alba! ¡El cielo clarea en Oriente!
Estallo en la ciudad, las aldeas y en el alcázar una alegría incontenible.
Y el muchacho, que llevaba en su limpio corazón la señal de la voluntad divina, se fue hacia los ermitaños sin paz para librar también sus almas de las tinieblas del odio.

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