domingo, 27 de octubre de 2013

El nacimiento de Ganga

Hubo una vez un rey de Ayodhya, de nombre Sagara. Él deseaba ansiosamente niños, pero no tenía descendencia. Su esposa mayor era Keshini, la segunda Sumati, hermana de Garuda. Con las dos se fue al Himalaya a practicar una austera penitencia. Cuando cien años habían pasado, el rishi Brigu, a quien él había honrado, le otorgó su deseo. «Tú alcanzarás un renombre sin paralelo entre los hombres», dijo. «Una esposa tuya, Keshini, traerá un hijo que perpetuará tu linaje; la otra dará a luz a sesenta mil hijos.» Esas hijas de reyes se quedaron contentas, y adorando al rishi, le preguntaron: «i,Sabremos quién de nosotras tendrá un hijo y quién muchos?» El les preguntó su deseo: «i,Quién quiere cada cual de esos dos deseos», dijo, «un único perpetuador del linaje o sesenta mil hijos famosos, que no continuarán el linaje?» Entonces Keshini escogió el hijo solo y la hermana de Garuda escogió los muchos. Luego de esto el rey reverenció al santo con circunvalación y respeto y volvió a su ciudad.
En su debido momento Keshim tuvo un hijo, a quien se le dio el nombre de Asamanja. Sumati dio a luz a una calabaza, y cuando se partió y se abrió salieron sesenta mil hijos; la niñeras los criaron en botes de manteca hasta que crecieron jóvenes y hermosos. Pero el mayor, el hijo de Keshini, no los amaba, y quería echarlos al río Sarayu y verlos hundirse. Por esta malvada disposición y por los males que hizo a ciudadanos y pobladores honestos de Asamanja fue desterrado por su padre. Pero él tuvo a su vez un hijo llamado Suman, de buena fama y bien amado.
Cuando habían pasado muchos años Sagara decidió celebrar un poderoso sacrificio. El sitio para ello estaba en la región entre el Himalaya y Vindhya. Entonces el caballo fue liberado, y Anshumat, un poderoso auriga de batallas, le siguió para protegerlo. Pero sucedió que un cierto Vasava, adquiriendo la forma de una rakshasi, robó el caballo. Entonces los sacerdotes brahmanes informaron al rey, y le encomendaron que matara al ladrón y trajera de vuelta al caballo, porque si no el sacrificio fallaría y traería mala fortuna a todos los involucrados.
Entonces Sagara envió a sus sesenta mil hijos a buscar el caballo. «Buscad en toda la tierra de mar a mar», dijo, «legua por legua, sobre el suelo o bajo él.» Entonces estos grandes príncipes recorrieron la Tierra. Sin encontrar el caballo sobre su superficie, comenzaron a investigar con manos como rayos y poderosos arados, y entonces la tierra gritó de dolor. Grande fue el alboroto de las serpientes y demonios que fueron muertos entonces. Durante sesenta mil leguas cavaron como si fueran a alcanzar las más bajas profundidades. Desenterraron todo Jambudwipa, de modo que los mismos dioses temieron y fueron hasta Brahma reunidos en consejo. «Oh gran señor», dijeron, «los hijos de Sagara están excavando la tierra entera y por ello muchos son muertos. Gritando que alguien ha robado el caballo de Sagara, están trayendo la destrucción de todas las criaturas.» Entonces Brahma contestó:
«Toda esta tierra es consorte de Vasudeva; él es realmente su señor, en la forma de Kapila la sostiene. Por su cólera serán muertos los hijos de Sagara; por ello no deberíais temer.» Entonces habiendo abierto toda la tierra y habiéndola recorrido toda, los hijos volvieron a Sagara y le preguntaron qué debían hacer, dado que no podían encontrar el caballo. Pero él ordenó otra vez que cavaran en la tierra y encontraran al caballo. «Entonces dejad», dijo, «no antes.» Otra vez cavaron en las profundidades. Entonces llegaron al elefante Virupaksha, que soporta al mundo entero sobre su cabeza con sus colinas y sus bosques, y cuando sacude su cabeza ocurre un temblor. Le adoraron debidamente y siguieron. Luego llegaron al Sur, hasta otro poderoso elefante, Mahapadma, como una montaña, soportando la tierra sobre su cabeza; de la misma forma llegaron también al elefante occidental llamado Saumanasa, y de allí al Norte, donde está Bhadra, blanco como la nieve, soportando la tierra sobre su frente. Dejándolo con honores, llegaron al Nordeste; allí ellos vieron al eterno Vasudeva en la forma de Kapila, y sujetado por él vieron al caballo paciendo a su antojo. Se abalanzaron furiosos sobre Kapila, atacándolo con árboles y cantos rodados, palas y arados, gritando:
«Tú eres el ladrón; ahora has caído en las manos de los hijos de Sagara.» Pero Kapila dio un terrible rugido y lanzó una ardiente llama sobre los hijos que quedaron reducidos a cenizas. Ninguna noticia de esto llegó hasta Sagara.
Entonces Sagara se dirigió a su nieto Suman, ordenándole que buscara a sus tíos y averiguara su destino, «y», dijo, «hay fuertes y poderosas criaturas viviendo en la Tierra; honra a aquellos que no te estorban, mata a aquellos que se enfrenten a ti, y vuelve cumpliendo mi deseo». A su vez él llegó hasta él elefante del Este, al del Sur, al del Oeste y al del Norte, y todos le aseguraron el éxito; finalmente llegó al montón de cenizas de los que habían sido sus tíos; allí gimió con corazón apesadumbrado con amarga pena. Allí, también, él vio al caballo deambulando. Él deseaba celebrar los ritos funerarios por sus tíos, pero no podía encontrar agua en ningún sitio. Entonces divisó a Garuda pasando a través del aire; él gritó a Suman: «No te lamentes; porque éstos han sido destruidos por el bien de todos. El gran Kapila consumió a estos poderosos; por ello no deberías hacer las acostumbradas ofrendas de agua. Pero allí está Ganga, hija del Himalaya; deja que esa purificadora de cada mundo lave esta pila de cenizas; entonces los sesenta mil hijos de Sa-gaza alcanzarán el cielo. Lleva de vuelta el caballo y lleva a término el sacrificio de tu abuelo.» Entonces Suman condujo el caballo de vuelta, y la ceremonia de Sagara fue completada; pero él no sabía cómo llevar a la Tierra a la hija del Himalaya. Sa-gaza murió y Suman fue elegido rey. Él fue un gran gobernador, y fmalmente entregó el reino a su hijo y se retiró a vivir en los bosques del Himalaya; a su debido tiempo él también falleció y alcanzó el cielo. Su hijo, el rey Dilipa, constantemente reflexionaba acerca de cómo traer el Ganga para que las cenizas pudieran ser purificadas y los hijos de Sagara alcanzaran el cielo. Pero después de treinta y cinco años también él murió, y su hijo Bhagiratha, un santo real, le siguió. Poco después entregó el reino al cuidado de un consejero y se fue al Himalaya, sometiéndose a terribles austeridades durante mil años para bajar el Ganga desde los cielos. Entonces Brahma estaba agradecido por su devoción y se apareció ante él ofreciéndole un deseo. Él pidió que las cenizas de los hijos de Sagara fueran lavadas por agua de Ganga, y que a él pronto pudiera nacerle un hijo. «Grande es mi poder», respondió el gran señor, «pero no deberías invocar a Mahadeva para recibir a Ganga cayendo, dado que la Tierra no pudo soportar su caída.»
Entonces durante un año Bhagiratha adoró a Shiva; y éste, bien agradecido, se comprometió a soportar la caída de la hija de la montaña, recibiendo al río sobre su cabeza. Entonces Ganga, en poderoso torrente, se lanzó desde el cielo sobre la graciosa cabeza de Shiva, pensando orgullosa: «Yo arrastraré al Gran Dios en mis aguas, hacia las tierras bajas.» Pero cuando Ganga cayó sobre las mechas enredadas de Shiva, ni siquiera pudo alcanzar el suelo, así que merodeó por allí incapaz de escapar por muchos largos años. Entonces Bhagiratha otra vez se comprometió en muchas y arduas austeridades, hasta que Shiva liberó al río; ella cayó en siete torrentes: tres para el Este, tres para el Oeste, mientras otro siguió al carro de Bhagiratha. Las aguas al caer hicieron un ruido como el de un trueno; la tierra apareció muy hermosa, cubierta de peces caídos y cayendo, tortugas y marsopas. Devas, rishis, gandharvas y yakshas fueron testigos de la gran visión desde sus elefantes y caballos y autopropulsados carros; todas las criaturas se maravillaron con el descenso de Ganga. La presencia de los radiantes devas y el brillo de sus joyas iluminaron el cielo como si hubiera cien soles. El cielo se llenó de veloces marsopas y peces como destellos de brillantes rayos; los copos de espuma parecían grullas color blanco, nieve pasando sobre cargadas nubes otoñales. Así cayó Ganga, ya directamente hacia adelante, ya a un costado, a veces en arroyos muy estrechos, y otra vez en un ancho torrente; ahora subiendo colinas, luego cayendo otra vez en un valle. Muy hermosa era la visión del agua cayendo del cielo sobre la cabeza de Shankara, y de la cabeza de Shankara a la Tierra. Todos los brillantes del cielo y todas las criaturas celestiales se apresuraron a tocar las aguas sagradas que lavaban todo pecado. Entonces Bhagiratha se adelantó con su carro y Ganga le siguió; y detrás de ella vinieron los devas y rishis, asuras, rakshasas, gandharvas y yakshas, kinnaras, nagas y apsaras, y todas las criaturas que habitan las aguas les acompañaron. Pero mientras Ganga seguía a Bhagiratha ella inundó la tierra del poderoso Jalma, y él se enojó mucho, y en su cólera se tragó todas sus maravillosas aguas. Entonces las deidades le suplicaron y le rogaron que la dejara en libertad, hasta que él se compadeció y la liberó por sus orejas, y otra vez ella siguió el carro de Bhagiratha. Finalmente ella llegó al poderosos río Océano y se sumergió en regiones subterráneas; allí ella lavó los montones de cenizas, y los sesenta mil hijos de Sagara fueron purificados de todo pecado y alcanzaron el cielo.

Entonces Brahma le habló a Bhagiratha: «Oh muy poderoso hombre», dijo, «ahora los hijos de Sagara han ascendido al cielo y permanecerán allí tanto como las aguas del océano permanezcan en la Tierra. Ganga será llamada tu hija y recibirá tu nombre. Ahora debes hacer ofrendas de estas aguas sagradas por tus ancestros, Sagara, Suman y Dilipa, y bañarte en estas aguas y, libre de todo pecado, asciende al cielo, adonde ahora yo me dirijo.» «Y, oh Rama», dijo Vishvamitra, «te he relatado la historia de Ganga. Tenlo presente. El que relata esta historia gana fama, larga vida y cielo; el que la oye llega a vivir hasta el fmal de los días, y alcanza los deseos y la limpieza de pecados.»

No hay comentarios:

Publicar un comentario