domingo, 27 de octubre de 2013

El ramayana (VI)

Hanuman va en busca de hierbas curativas


Entonces Vibhishana y Hanuman exploraron el campo, viendo miles de muertos y heridos, una horrible y triste vista; llegaron junto al rey de los osos, Jambavan, y le preguntaron si todavía vivía. Él les contestó débilmente, reconociendo la voz de Vibhishana, y preguntó si Hanuman estaba vivo; entonces Hanuman se inclinó ante Jambavan y cogió sus pies. Jambavan se alegró y, a pesar de sus heridas, habló al hijo del Viento:
«Haz esta labor por esta multitud de monos y osos, porque sólo vos podéis salvarlos. Vos saltaréis sobre el mar y alcanzaréis el Himalaya, rey de montañas, y traeréis de allí las cuatro hierbas que crecen sobre él y dan la vida, y volveréis con ellas para curar a las multitudes de monos.»
Entonces Hanuman rugió y saltó; y pasó a través del mar sobre las colinas y bosques y ríos y ciudades hasta que llegó al Himalaya y divisó sus ermitas. Recorrió la montaña, pero las hierbas estaban escondidas; y enojado e impaciente, Hanuman arrancó la montaña y saltó con ella dentro del aire y volvió a Lanka, aclamado por toda la multitud. Y los monos muertos y heridos se levantaron, como descansados después de un sueño, curados por el sabor de cuatro hierbas medicinales. Pero los rakshasas muertos habían sido lanzados al mar. Entonces Hanuman llevó otra vez el pico de montaña hasta el Himalaya y volvió a Lanka.
Ahora Sugriva, viendo que pocos rakshasas vivían para defender la ciudad, asaltó las puertas y una multitud de monos soportando ardientes hierros entró y quemó e hizo estragos en ella. La segunda noche había llegado, y la ciudad ardiendo brillaba en la oscuridad, como una montaña en llamas con fuego en sus bosques. Pero Ravana envió una multitud contra los monos una y otra vez. Primero Kumbha y Nikumbha encabezaron a los rakshasas, y fueron muertos en mortífera batalla; entonces Maharaksha, hijo de Khara, a su vez fue muerto, e Indrajit salió otra vez. El luchó invisible, como siempre, e hirió seriamente a Rama y Lakshmana. Entonces Indrajit se retiró y volvió otra vez, conduciendo un carro con una ilusoria y mágica figura de Sita, y condujo hacia arriba y hacia abajo por el campo, cogiéndola a ella por el pelo y golpeándola, y la derribó a la vista de todas las multitudes de monos. Hanuman, creyendo en el falso espectáculo, paró la batalla y llevó la noticia a Rama, y Rama se derrumbó, como un árbol cortado por las raíces. Pero mientras ellos se lamentaban, Indrajit fue al altar en Nikhumbila a hacer sacrificios al dios del Fuego.


El hijo de Ravana es muerto


Mientras tanto Vibhishana llegó a Rama y lo encontró abrumado por la pena, y Lakshmana le dijo que Sita había sido matada por Indrajit. Pero Vibhishana adivinó que esto había sido una representación ilusoria, con menores posibilidades de ser real que de que se vacíe el océano. «Es un ardid», dijo, «para retrasar al ejército de monos hasta que Indrajit haya completado su sacrificio al Fuego y conseguido el deseo de ser invencible en la batalla. Entonces no os apenéis, pero daros prisa para prevenir los resultados de sus ofrendas, ya que los mismos dioses estarán en peligro cuando las termine.» Entonces Rama se levantó, y con Lakshmana y Vibhishana persiguieron al hijo de Ravana; y ellos se adelantaron a él y le alcanzaron antes de llegar a Nikhumbila, montado sobre un ardiente carro. Entonces ocurrió la peor y la más encarnizada de las batallas aún ocurridas: Lakshmana aguantó lo más recio del combate y se dijo que los ancestros de los dioses, los pájaros y serpientes protegieron a Lakshmana de los mortíferos dardos. Y éste fue al final el modo en que Indrajit murió: Lakshmana cogió un dardo de Indra, y haciendo un acto de verdad, el rogó a la deidad que allí vivía: «Si Rama es correcto y veraz, el primero de todos los hombres en heroísmo, entonces matad al hijo de Ravana», y llevando la rápida y certera flecha a su oreja, la soltó y partió el cuello del rakshasa, de modo que la cabeza y el cuerpo cayeron al suelo, y todos los rakshasas, viendo a su líder muerto, huyeron. Ante esto todos los monos se alegraron, dado que ningún héroe rakshasa permanecía vivo, salvo el mismo Ravana. Entonces Rama dio la bienvenida al herido Lakshmana con gran cariño, y ordenó a Sushena que administrara medicinas a él y a los monos heridos; y el jefe mono acercó una droga potente a la nariz de Lakshmana, oliéndola, la aparente ida de su vida se detuvo, y se curó.
Ravana se apenó amargamente por su hijo. «Los mundos triples, y esta tierra con sus bosques, parecen estar vacíos», gritó, «dado que tú, mi héroe, que eras quien debía hacer realizar mis ntos funerarios y no yo los tuyos, te has ido a la morada de Yama», y ardió de rabia y pena. Entonces tomó la decisión de matar a Sita en venganza, pero su buen consejero Suparshwa lo detuvo, diciendo: «Vos no debéis matar a una mujer; cuando Rama esté muerto vos la poseeréis.»
Todo Lanka resonaba con las lamentaciones de las rakshasis por los rakshasas muertos en batalla, y Ravana se sentó furioso, tramando medios para conquistar a Rama: rechinó sus dientes y mordió sus labios y rió, y fue con Gran Vientre y Ojos Bizcos y Gran Ijada al campo de batalla, seguido por el último ejército de demonios, y jactándose: «Haré que llegue el fin de Rama y Lakshmana hoy.»


La furia de Ravana


No bien los monos se ponían delante de él, eran destruidos como moscas en el fuego; pero Sugriva se enredó en una lucha cuerpo a cuerpo con Ojos Bizcos y terminó con él; y con ello los dos ejércitos se enfrentaron otra vez, y hubo una mortífera matanza en ambos bandos, y cada ejército retrocedió como una charca en el verano. Luego Gran Vientre fue muerto por Sugriva, y Angada provocó la muerte de Gran Ijada, de modo que los monos rugían por el triunfo. Pero ahora Ravana avanzó al ataque, trayendo un arma de Brahma, y dispersó a los monos a derecha e izquierda.
Él no pasó hasta que llegó ante los hijos de Dasharatha. Rama estaba a un lado, con sus grandes ojos como pétalos de loto, con su poder de largo alcance, inconquistable, sosteniendo un arco tan inmenso que parecía estar pintado en el cielo. Rama puso flechas al arco y tensó la cuerda, de modo que mil rakshasas murieron de terror cuando le escucharon tañir; y entonces comenzó una mortífera batalla entre los héroes. Aquellas flechas penetraron al rey de Lanka corno serpientes de cinco cabezas, y cayeron siseando al suelo; pero Ravana alzó una temeraria arma asura e hizo caer sobre Rama una lluvia de flechas con caras de león y tigre, y algunas con bocas abiertas como lobos. Rama contestó a esto con dardos con cara de sol y estrellas, corno meteoros o rayos, destruyendo los dardos de Ravana. Entonces Ravana peleó con otras armas celestiales, y levantó una fecha de Rudra, irresistible y ardiente, con ocho ruidosas campanas colgando, y la arrojó a Vibhishana; pero Lakshmana se puso delante salvando a Vibhishana de la muerte. Rama, viendo el arma caer sobre Lakshmana, rezó: «¡La paz sea con Lakshmana! Frustraos y dejad partir la energía.» Pero el dardo encendido pegó a Lakshmana en el pecho y le hizo caer, no pudiendo ningún mono quitar el dardo de su cuerpo. Rama se inclinó y lo sacó y lo rompió en dos, y entonces, aunque inmensamente apenado por Lakshmana y enojado por su dolor, Rama llamó a Hanuman y Sugriva, diciendo: «Ahora es el momento indicado. Hoy debo cumplir un acto del cual todos, hombres y dioses y todo el mundo, contarán tanto tiempo como la tierra soporte una criatura viviente. Hoy mi tristeza tendrá un fin y todo por lo que he trabajado ocurrirá.»
Entonces Rama se concentró en la batalla, pero Hanuman fue otra vez al Himalaya y trajo el monte de hierbas de la salud para Lakshmana, y Sushena cogió la planta que da la vida e hizo a Lakshmana sentir su sabor, de manera que él se levantó entero y saludable; Lakshmnana abrazó a su hermano y le impulsó a cumplir su promesa ese mismo día. Sakra envió del cielo su carro y auriga, llamado Matali, para ayudar al hijo de Dasharatha en su lucha, y Rama fue hasta él y le saludó; montando sobre él, pareció alumbrar al mundo entero con su esplendor. Pero Ravana disparó un arma rakshasa y sus dorados dardos, con feroces caras vomitando llamas, se descargaban sobre Rama desde todos los sitios y se convertían en serpientes venenosas. Pero Rama cogió un arma de Garuda y lanzó una escuadrilla de doradas flechas, que cambiaban a pájaros según su voluntad, que devoraron todos los dardos-serpiente del rakshasa. Entonces los dioses de todas las armas se acercaron a Rama, y con este auspicioso presagio y otros felices signos Rama comenzó a acosar a Ravana seriamente, y lo hirió, de modo que su auriga, viendo que parecía a punto de morir, se largó del campo de batalla. Entonces el sagrado Agastya llegó hasta allí con los dioses para ser testigos de la derrota de Ravana, se acercó a Rama y le dio instrucciones: «Rama, Rama, poderoso héroe, mi niño, escucha el secreto eterno, el Corazón del Sol, con lo cual podrás vencer a cualquier enemigo. ¡Adora al Sol, señor del mundo, en quien vive el espíritu de todos los dioses! ¡Salva! ¡Salva! ¡Oh señor de los mil rayos! ¡Salvas a Aditya! ¡Tú que despiertas a los lotos! ¡Tú que eres fuente de vida y muerte, destructor de toda oscuridad, luz del alma, que despiertas con todos dormidos y vives en cada corazón! Tú eres los dioses y cada sacrificio y las frutas de éstos. Adora con este himno al señor del universo y conquistarás a Ravana hoy.»

Ravana es muerto


Entonces Rama entonó un himno al Sol y se purificó a sí mismo con sorbos de agua, y estaba alegre, y se volvió para enfrentarse a Ravana, dado que los rakshasas habían regresado a él y estaban ansiosos por luchar. Cada uno como un león ardiente peleó con el otro; Rama cortó con sus flechas mortíferas cabeza tras cabeza al de los Diez Cuellos, pero nuevas cabezas siempre salían en el sitio de las cortadas, y la muerte de Ravana no parecía de ninguna manera más cercana que antes —las flechas que habían muerto a Mancha y Khara y Vali no podían llevarse la vida del rey de Lanka—. Entonces Rama cogió el arma de Brahma dada a él por Agastya: el Viento estaba en sus alas, el Sol y Fuego en su cabeza, en su cuerpo el peso de Meru y Mandara. Bendiciendo ese dardo con mantras védicas, Rama lo puso en su arco y lo soltó, y voló a su punto indicado penetrando en el pecho de Ravana y, bañado de sangre, volvió y entró en el carcaj de Rama humildemente.
Así fue muerto el señor de los rakshasas, y los dioses hicieron llover flores sobre el carro de Rama y cantaron himnos de agradecimiento, porque su deseado fin estaba ahora cumplido —aquel fin para el cual Vishnu había cogido la forma humana—. El cielo estaba en paz, el aire se puso más claro y brillante, y el sol brilló sin nubes sobre el campo de batalla.



Ravana es llorado


Pero Vibhishana se lamentó por su hermano amargamente, y Rama le consoló diciéndole: «Un héroe muerto en batalla no debe ser llorado. El éxito en la batalla no es para siempre: ¿porqué te apenas si aun el que hizo huir al mismo Indra caerá al final? Sería mejor que hicieras los ritos funerarios. Consuélate, también, con esto: con muerte se termina nuestra enemistad, y Ravana me es tan querido como tú.» Entonces salieron de Lanka una multitud de rakshasas llorando, buscando a su señor y gimiendo amargamente, y Mandodari, reina de Ravana, hizo este lamento:
«Oh tú, poderoso, hermano más joven de Vaisravana, quien podía enfrentarse a ti. Habías amedrentado a dioses y rishis. ¡No había nacido el hombre que, luchando a pie, podía vencerte! Pero tu muerte ha sucedido por Sita, y yo soy una viuda. Tú no hiciste caso a mis palabras, ni pensaste cuántas bellas damas tú tenías además de ella. ¡Ay de mí! ¡Qué hermoso eras y qué amable sonrisa: ahora estás bañado en sangre y atravesado con flechas! Ya no dormirás en una cama de oro; ahora yaces en el polvo. ¿Por qué te vas y me dejas sola? ¿Por qué no me das la bienvenida?» Pero las otras esposas de Ravana la consolaron y la levantaron diciéndole: «La vida es incierta para todos y las cosas cambian.» Mientras tanto Vibhishana preparó la pira funeraria, y Ravana fue llevado al suelo de quema y quemado con todos los ritos y honores debidos a los héroes. Las esposas de Ravana volvieron a Lanka, y los dioses regresaron a su propio sitio. Entonces Lakshmana, cogiendo agua traída del océano por Sugriva en una jan-a dorada, untó a Vibhishana como señor de la ciudad de Lanka y rey de los rakshasas, y con ello los monos y los rakshasas se alegraron.

Sita es traída a Rama


Pero ahora Rama llamó a Hanuman y envió a buscar a Sita y a informarle de todo lo que había sucedido; la encontró todavía junto al árbol Asoka, vigilada por rakshasis. Hanuman se pasó ante ella humildemente y le contó la historia, y ella le dio un mensaje:
«Yo deseo ver a mi señor.» Entonces el mono radiante fue hasta Rama y le dio el mensaje de Sita. Rama lloró ante esto y se sumergió en pensamientos, y con un fuerte suspiro dijo a Vibhishana:
«Trae a Sita aquí pronto, bañada y apropiadamente adornada con pasta de sándalo y joyas.» Él se dirigió a ella y le dio la orden; ella hubiera ido hasta él sin bañar. «Pero vos debéis actuar según las palabras de vuestro señor», dijo. «Entonces así será», ella respondió, y cuando estuvo lista, portadores apropiados la llevaron sobre un palanquín hasta Rama. Rama, viéndola luego de haber estado tanto tiempo prisionera de Ravana, dominado por la angustia, sintió al mismo tiempo furia, felicidad y pena. «Oh señor de los rakshasas, oh amable rey», dijo a Vibhishana, «trae a Sita junto a mí.» Entonces Vibhishana apartó a la multitud de monos, osos y rakshasas, y los acompañantes con cañas y tambores animaron a la multitud reunida. Pero Rama les ordenó que desistieran, y ordenó que Sita debía dejar el palanquín y llegar a él a pie, diciendo a Vibhishana: «Tú deberías calmar en lugar de ostigar a este nuestro propio pueblo. No existe pecado cuando una mujer es llevada en tiempos de guerra o peligro, o se marcha por una autoelección[1][3], o al casarse. Sita está ahora en peligro y no puede ser un error verla, y más aún yo estoy aquí para protegerla.» Vibhishana, deprimido ante esta reprimenda, trajo a Sita humildemente hasta Rama; y ella permaneció avergonzada, escondiendo su interior en su forma exterior, viendo la cara de Rama maravillada, con alegría y amor. Cuando él la miró su pena se desvaneció, y brilló radiante como la luna.
Pero Rama, viéndola parada humildemente junto a él, no podía contener su habla y gritó: «¡Oh tú la amable! Yo he sometido a tu enemigo y limpiado una mancha sobre mi honor. Los esfuerzos de Hanuman, al cruzar las profundidades y llegando hasta Lanka; de Sugriva, con su ejército y su consejo, y de Vibhishana han dado su fruto y yo he cumplido mi promesa, por mi propio poder llevando a cabo el deber de un hombre.» Entonces Sita miró a Rama apenada, como un ciervo, con los ojos llenos de lágrimas; y Rama, feliz de verla tan cerca, pero también pensando en la opinión de otros hombres allí presentes acerca de su honor, se dividió a sí mismo en dos y exclamó: «Yo he limpiado el insulto a nuestra familia y a mí mismo», dijo, «pero vos estáis manchada por vivir con otro distinto de mí. ¿Qué hombre de alto grado recibe devuelta a una esposa que ha vivido largo tiempo en la casa de otro? Ravana te ha tenido en su regazo y te ha mirado con ojos lujuriosos. Yo he vengado su malvada acción, pero no estoy sujeto a ti. Oh tú la amable, estoy forzado por un sentido del honor a renunciar a ti, dado que ¿cómo te iba a pasar por alto Ravana, tan hermosa y tan delicada como tú eres, cuando te tenía sometida a su voluntad? Elige el hogar que quieras, ya sea con Lakshmana, o Bharata, o Sugriva, o con Vibhishana.»
Entonces Sita, oyendo de Rama ese discurso cruel, aunque mal expresaba lo que él deseaba en realidad, tembló como una parra que se balancea, y lloró con grandes lágrimas, y ella se sintió avergonzada delante de la gran multitud. Pero se limpió las lágrimas de su cara y le contestó: «Ah, ¿por qué dices palabras tan rudas y crueles? ¡Viendo las maneras de otras mujeres, tú no confiarías en ninguna! Pero, oh tú poderoso héroe, yo soy el propio y suficiente testigo de mi pureza. No fue con mi consentimiento que otro haya tocado mi persona. Mi cuerpo no estaba en mi poder pero mi corazón, que se encuentra bajo mi propio dominio, ha estado sólo contigo. Oh tú mi señor y fuente de honor, nuestro cariño ha crecido por vivir juntos durante largo tiempo; y ahora, si tú no reconoces mi fidelidad, estaré destruida para siempre. Oh rey, ¿por qué no renunciaste a mí cuando vino Hanuman a yerme? Entonces hubiera renunciado a la vida, y tú no hubieses necesitado pasar por toda esta labor, ni poner esa carga sobre tus amigos. Tú estás enojado; como un hombre común tú no ves en mí otra cosa que femineidad. Yo soy conocida como hija de Janaka, pero, en realidad, yo nací de la Tierra; tú no conoces mi verdadera identidad.» Entonces Sita se volvió hacia Lakshmana, y dijo con culposas palabras: «Oh hijo de Sumitra, constrúyeme una pira funeraria; allí dentro estará mi único refugio. Yo no viviré marcada con un estigma no merecido.» Lakshmana, lleno de pena y enojo, se volvió’ hacia Rama, y en obediencia a su gesto preparó la pira funeraria.

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