domingo, 27 de octubre de 2013

El ramayana (VII)

Las ordalías de Sita


Entonces Sita, haciendo un círculo alrededor de Rama, con la vista baja, se aproximó al fuego; con las manos unidas se detuvo y oró: «En vista de que mi corazón nunca se ha apartado de Rama, protegedme vos, oh fuego, testigo de todos los hombres; dado que Rama me rechaza como impura, cuando en realidad estoy inmaculada, sed vos mi refugio.» Entonces Sita se acercó al fuego y penetró en las llamas, de modo que todos los reunidos, tanto jóvenes como viejos, fueron sobrecogidos por la pena y el ruido de los supremos gemidos y lamentaciones se alzó en todos los lugares.
Rama se mantuvo inmóvil y ensimismado, pero los dioses bajaron a Lanka en sus carros radiantes y, uniendo sus manos, rogaron a Rama retractarse: «Vos que protegéis los mundos, ¿por qué renunciáis a la hija de Janaka, dejándola elegir la muerte por el fuego? ¿Cómo puede ser que vos no supierais lo que hacíais? Vos erais al principio, y seréis al final, antes que nada los dioses, vos mismo el gran señor y creador. ¿Por qué tratáis a Sita de la misma forma que a una persona común?», dijeron. A ellos Rama respondió: «Me conozco a mí mismo sólo como hombre, Rama, el hijo de Dasharatha; ahora decidme gran señor quién soy y de dónde vengo.»
Entonces Brahma contestó: «¡Escuchad, vos cuya virtud descansa en la verdad! Oh señor, vos sois NaRavana, con el disco y la maza; vos sois el verraco de un solo colmillo; vos estáis más allá del presente, el pasado y el futuro; vuestro es el arco del tiempo; vos sois la creación y la destrucción; vos sois el verdugo de los enemigos, vos el perdón y control de las pasiones, vos sois el refugio de todos los dioses y ermitaños; vos estáis presente en todos las criaturas, en vacas y brahmanes, en cada punto cardinal, en el cielo y el río y los picos de las montañas; y mil miembros, mil ojos, mil cabezas son vuestras; yo soy vuestro corazón, vuestra lengua Sarasvati; el cierre de vuestros ojos es la noche, su apertura el día: Sita es Lakshmi, y vos Vishnu y Krishna. Y, oh Rama, ahora Ravana está muerto, ascended al cielo, vuestro trabajo está cumplido. Nada faltará a aquellos cuyos corazones están en vos, no fallarán quienes canten vuestra disposición.»
Entonces el fuego, oyendo esas felices palabras, se alzó con Sita sobre su regazo, radiante como el sol de una mañana, con joyas doradas y cabello negro y rizado, y la devolvió a Rama, diciendo: «Oh Rama, aquí está vuestra Sita, a quien ninguna mancha a tocado. Ni con palabras ni con pensamientos ni miradas se ha apartado Sita de vos. Aunque tentada de todas formas, ella no pensó en Ravana aun en su más íntimo corazón. Dado que ella está inmaculada, cogedla otra vez.» Rama se mantuvo en silencio por un instante, con los ojos brillantes sopesó el discurso de Agni; entonces contestó: «Dado que esta belleza vivió mucho tiempo en la casa de Ravana, ella requería reivindicación ante el pueblo reunido. Si la hubiese acogido sin reprobación, la gente hubiese dicho que Rama, hijo del rey Dasharatha, fue movido por el deseo, y no por una ley social. Sé bien que el corazón de Sita sólo está conmigo, y que su propia virtud fue su único refugio de los asaltos de Ravana; ella es mía como los rayos solares son del Sol. Yo no puedo renunciar más a ella, pero me place obedecer vuestras felices palabras.» Así el glorioso hijo de Dasharatha recuperó a su joven esposa y su corazón estaba feliz.


Las visiones de los dioses


Pero ahora Shiva cogió la palabra, y señaló a Rama a su padre Dasharatha apostado sobre un brillante carro entre los dioses, y Rama y Lakshmana se inclinaron ante él; y él, viendo a su más querido hijo, cogió a Rama sobre su regazo, y dijo: «Aun en el cielo entre los dioses no soy feliz, faltando tú. Aún hoy recuerdo las palabras de Kaikeyi, y tú debes redimir mi promesa y liberarme de toda deuda. Ahora he oído que eres la misma encarnación del macho por el alcance de la muerte de Ravana. ¡Kaushalya estará contenta de verte volver victorioso! ¡Benditos sean los que te verán instituido como señor de Ayodhya! El período del exilio ha concluido. ¡Ahora gobernad con vuestros hermanos en Ayodhya y tened una larga vida!» Entonces Rama pidió a su padre: «Perdonad vos ahora a Kaikeyi, y retirad la maldición temeraria con que habéis renuciado a ella y a su hijo.» Entonces Dasharatha dijo: «Que así sea», y a Lakshmana: «Puedan el bien, la verdad y el honor ocurrirte a ti, y alcanzarás un lugar privilegiado en el cielo. Sirve a Rama, a quien los dioses adoran con manos unidas.» Y a Sita le dijo: «No debes sentirte resentida por haber Rama renunciado a ti; lo hizo por tu bien. ¡Ahora has alcanzado una gloria difícil de ser conseguida por una mujer! Tú conocías bien el deber de una esposa. No es necesario para mí contarte que tu marido es tu mismo dios.» Entonces Dasharatha en su carro volvió al cielo de Indra.

Indra, de pie ante Rama, con sus manos unidas se dirigió a él, diciendo: «Oh Rama, primero de los hombres, no puede ser en vano que hemos venido hasta vos. Pedid el deseo que es más querido a vos.» Entonces Rama habló, encantado: «Oh señor del cielo y el más destacado de los elocuentes, aseguradme esto: Que todos los monos muertos en la batalla retornarán a la vida y verán otra vez a sus esposas y niños. Devolved esos osos y monos que lucharon por mí y trabajaron duramente y no temieron a la muerte. Y dejad que haya flores y frutas y raíces para ellos, y ríos de aguas claras, aun fuera de estación, adondequiera que ellos vayan.» E Indra le aseguró el gran deseo, de modo que una multitud de monos se levantó preguntando como quien recién se despierta: «¿Qué ha sucedido?» Entonces los dioses una vez más se dirigieron a Rama, diciéndole: «Retomad a Ayodhya, conduciendo a los monos en su camino, Consolad a Sita, buscad a vuestro hermano Bharata y, estando instituido como rey, conferid buena fortuna a cada ciudadano.» Con esto los dioses se marcharon y el feliz ejército hizo su acampada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario