lunes, 21 de octubre de 2013

Leyenda de Alcioneo

Existen varias versiones a propósito de la personalidad de Alcioneo y muy
poco se parecen unas a otras, A nosotros nos interesa, de manera especial, la
historia amorosa de Alcioneo, por ser la que más cuajó, y la más conocida, entre
amplios grupos populares de la antigüedad clásica. Sin embargo, conviene que
enumeremos algunas otras versiones del mito de Alcioneo que también son
relativamente conocidas.
Por ejemplo, hay dos versiones de la leyenda de Alcioneo que lo presentan
como un ser desproporcionado, como un gigante. Su valor y fortaleza eran de tal
calibre que, según la leyenda, se atrevió a plantar cara a los dioses y a librar con
ellos cruentas batallas. Se le reconocía como líder y caudillo de los hijos de
Gea/Tierra y Urano/cielo, es decir, de los Gigantes. Su talla era descomunal, y
estaba dotado de una resistencia física difícil de abatir. Hasta tal punto que,
como narran las crónicas, los propios dioses tuvieron que pedir ayuda al gran
héroe Hércules/Heracles. Este entabla con el gigante una dura lucha, que
comienza en un solitario lugar del istmo de Corinto, y consigue traspasar su
fornido cuerpo con una enorme flecha impregnada en la sangre venenosa de la
Hidra de Lerna —monstruo de innumerables cabezas que, apenas eran cortadas,
volvían a reproducirse— pero, curiosamente, el gigante Alcioneo no sufre daño
alguno; antes bien se levanta reconfortado y vuelve a la lucha. Arranca dos
enormes peñascos de la tierra y los lanza contra Hércules con la intención de
aplastarle, pero no lo consigue porque el avisado héroe había huido hacia la
región de Beocia pues, según le había informado la diosa Atenea, era el único
lugar en el que se podía vencer a Alcioneo. Las dos enormes piedras quedaron
delimitando el istmo de Corinto, como prueba de la lucha entre tan feroces
contrincantes. Ciertas narraciones de la presente leyenda, identifican al gigante
Alcioneo con uno de los numerosos ladrones que, por aquel tiempo, merodeaban
y operaban en el istmo de Corinto.
Persecución
Detalles aparte, lo cierto es que Alcioneo persiguió a Hércules hasta Beocia
y allí lo atacó rabiosamente. Aunque otras versiones explican que fue Hércules
mismo quien trasladó a hombros a Alcioneo desde Corinto hasta Beocia para,
así, poder acabar con él, puesto que en la región del gigante no era posible darle
muerte, ya que la Tierra —su madre— lo hacía revivir de nuevo.
La lucha entre ambos colosos tuvo un desenlace fatal para Alcioneo que, en
cierto modo, ya se encontraba bastante debilitado por efecto del veneno que
contenía la flecha que llevaba aún clavada en su cuerpo. El héroe Hércules se
mostró implacable para con su enemigo y, en cuanto vislumbró signos de
abatimiento en él, le lanzó un enorme y certero mazazo —pues la maza era uno
de los atributos que caracterizaban al héroe Hércules, y una de sus más temibles
armas—que acabó con la vida del temible gigante Alcioneo. En realidad, parece
inexplicable que los dioses del Olimpo tuvieran necesidad de aliarse con un
mortal como Hércules, para poder vencer al gigante Alcioneo; mas, así son
narrados los hechos en la época clásica. Se dice también que, en cuanto las hijas
de Alcioneo se enteraron de la muerte de su padre, decidieron arrojarse al mar y

convertirse, así, en criaturas marinas, especialmente en peces alciones —nombre con que se conoce, también, al Martín Pescador—; de entre todas las hijas de
Alcioneo fue Palene, convertida en agua de sus otras hermanas, quien vivió de
forma muy especial la muerte de su padre. Ante tan nefasta noticia, la muchacha
se vio invadida por el dolor y la desesperación más agudos y, no pudiendo
sobreponerse a la pérdida de su padre Alcioneo, se tiró al mar y, al instante,
quedó convertida en un escamoso y escurridizo alción.
Venganza cruel de Era
No obstante, hay un relato de la vida de Alcioneo que apenas tiene nada en
común con lo hasta aquí expuesto. Según una tradición griega, Alcioneo era un
hermoso joven que moraba en la ciudad de Delfos, famosa porque en ella tenía
su sede el oráculo de Apolo.
En una de las montañas cercanas a la mítica ciudad de Delfos había una
caverna oscura que servía de refugio a un monstruo de enormes proporciones y,
al que la población temía porque, según una tétrica leyenda, raptaba a los niños
de los contornos para chuparles la sangre. Al parecer, el bestial monstruo era la
personificación de una antigua doncella que, asediada con insistencia por Zeus,
consintió yacer con el poderoso rey del Olimpo, lo cual provocó la ira de la
celosa Hera — esposa de aquél— quien, de forma fulminante, convirtió a la

infeliz doncella en el horroroso monstruo Síbaris.

La fuente de Sibaris
Era tal el daño que aquel terrible animal infligía a la población de Delfos
que, como último recurso, decidieron consultar al oráculo de Apolo. Este
respondió que, para aplacar al sanguinario Síbaris, había que llevarle un joven
efebo de la ciudad de Delfos, y abandonarlo a la entrada misma de la pestilente
madriguera del monstruo, para que fuera sacrificado por éste. El joven elegido
fue Alcioneo que, sin protesta alguna por su parte —puesto que tal era la
recomendación de la sibila—, se dejó conducir hasta el lúgrube lugar señalado
por el oráculo.
Cuando la comitiva había llegado a la entrada de la gruta, salió de entre los
presentes un muchacho joven, llamado Euríbato, que se ofreció a ser canjeado
por Alcioneo, pues se había enamorado de él apasionadamente. Todos los aquí
congregados se quedaron perplejos ante la petición del muchacho y, sin más
preámbulos, aceptaron su ofrecimiento. Euríbato sutituyó a Alcioneo, como
víctima propiciatoria y, al ver que este último le miraba con temura, y que de sus
ojos caían lágrimas de agradecimiento, pensó que el amor todo lo puede y, en
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vez de dejarse morir pasivamente, penetró con decisión en la hedionda cueva y
atacó al monstruo. Lo arrastró hasta la salida y aplastó su disforme cabeza contra
el saliente de una roca; la bestia reculó como por ensalmo y se precipitó para
siempre en la hon dura abismal de la gruta. Nunca más se supo de Síbaris pero,
en el lugar en que Euríbato le estrelló su cabeza, nació un manantial del que
brotaron las más frescas y cristalinas aguas de toda la región de Delfos. En
memoria de todos los hechos allí acaecidos se llamó aquel lugar Fuente de
Síbaris. Y, más tarde, cuando los Locros —pueblo al que pertenecía Euríbato—
se establecieron definitivamente en Italia, fundaron una cuidad a la que, en
recuerdo de la efeméride reseñada, pusieron por nombre Síbaris.

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