domingo, 20 de octubre de 2013

Leyenda de Faon y Safo

En la mítica isla de Lesbos vivía un viejo de piel arrugada y enjuta, y tan
lleno de achaques, que parecía imposible conocer su edad. Su nombre era Faón
y tenía una barca con la que se ganaba la vida transportando personas y enseres
hasta las cercanas costas de Asia.
En cierta ocasión, se acercó a la barca de Faón una mujer de aspecto
avejentado, que cubría su desmirriado cuerpo con sucios harapos, y que venía a
solicitar los servicios del anciano barquero, pues tenía necesidad de pasar al
Continente cuanto antes. Faón, que había tomado a aquella mujer por una
pordiosera necesitada, se prestó a socorrerla en todo lo posible y, no sólo la
acomodó en su barca, sino que también la ayudó pecuniariamente para que, así,
pudiera seguir su camino. El viejo Faón recibió a cambio una cajita con
ungüento que, al decir de la extraña mujer, era una especie de elixir de la
juventud, pues tenía la propiedad de volver tersa y joven la piel de quienes se lo
aplicaran. No hizo mucho caso el viejo barquero a las palabras de la
desconocida, pero aceptó su regalo con muestras de agradecimiento.
Faon el joven
De regreso con su barca hacía Lesbos, Faón, acaso para matar el
aburrimiento, decidió aplicarse en su arrugado rostro aquella maravillosa crema
—siguiendo las instrucciones de la pordiosera— y su asombro fue mayúsculo
pues, al instante, la piel de su cara se trocó tan lisa y llana como la de un niño,
Probó a embadurnarse todo el cuerpo y, en unos momentos, se volvió tan lozano
y joven como un efebo. Se preguntó, entonces, quién sería la mujer indigente
que había llevado en su barca y llegó a pensar que se trataba de alguna deidad,
pues tanto poder no podía ser detentado por persona mortal alguna.
Efectivamente no andaba muy descaminado Faón en sus apreciaciones, ya que
aquella mujer que transportó en su barca era la mismísima diosa Venus, que se
había disfrazado de menesterosa para probar la sensibilidad del barquero ante la
desgracia ajena.
Pasó el tiempo y todas las mujeres se enamoraban de aquel hermoso joven
en que Faón se había transformado. Pero hubo una, en especial, que intentó
conquistar el corazón de Faón porque se había enamorado de él; se trataba de la

joven y hermosa poetisa Safo.
Morir de amor
Sin embargo, Faón hacia oídos sordos a toda pretensión y, cansado de
recibir tanto agasajo por parte de las muchachas de Lesbos, decidió abandonar
aquella región y establecerse en Sicilia. Pero, Safo, que ya no podía soportar la
ausencia de aquel amor, hasta entonces no correspondido, siguió a Faón hasta su
actual residencia y, una vez allí, le declara su amor y le recita suaves odas y
tiernos versos, compuestos por ella misma, por ver si así consigue ablandarle el
corazón. Mas, Faón el joven, se vuelve cada vez más arisco y desprecia sin
contemplación alguna el amor de la desdichada Safo, la cual decide poner fin a
su vida a causa de tanto desamor y desaire por parte del orgulloso efebo; la
muchacha sube decidida hasta la cima de una peña del monte Léucade y, sin
pensárselo dos veces, se arroja al mar desde lo alto para desaparecer, al instante,
entre las oscuras aguas del agitado océano.
Todo Lesbos lloró la muerte de Safo y, en su memoria, se erigieron templos
por toda la isla, en los que se le rendía culto y se le ofrecían sacrificios rituales,
cual si de una deidad se tratara. Además, se acuñó moneda con la efigie de la
desdichada muchacha, como recuerdo de su auto-inmolación en aras del amor
fallido.
Entre las capas populares de Grecia creció la admiración por aquella
muchacha que había sido capaz de morir de amor. Y, entre la población culta, se
valoraron y recitaron sus odas y elegías, especialmente aquellas que tenían como
tema principal la pasión amorosa. Incluso su nombre figuró al lado de las nueve
musas y, el halo de lirismo que desprendían las composiciones de tan singular
poetisa, se extendió por todos los rincones de la isla de Lesbos. Por doquier se la
veneraba a causa de sus versos cargados de sensibilidad y henchidos de ardor y

pasión, lo cual llevó a la población a considerarla como la "décima musa".

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