domingo, 27 de octubre de 2013

Shiva (II)

Notas sobre Daksha y Shiva

Sucede constantemente en la historia de la literatura india que una nueva ola de teología se convierte en la ocasión para recapitular una teoría más vieja del origen del universo. Este hecho es una suerte para los estudiosos posteriores, dado que sin ello no tendríamos una clave en la mayor parte de los casos para las concepciones antiguas. En ese orden, debemos entenderlo, está la historia de Daksha. Los promulgadores de las visiones arias y sánscritas establecieron que Brahma había sido, nablando vagamente, el creador de los mundos. Pero entre aquellos para los cuales él era sagrado creció, debemos recordarlo, la filosofía de la maldad inherente y dualidad de la existencia material. Y con el perfeccionamiento de esta historia se hizo popular el nombre de un nuevo dios, Shiva o Mahadeva, personificando la iluminación espiritual. Ahora, ¿qué papel pueden haber desempeñado, en la evolución del cosmos, estas diferentes divinidades? Éste era un mundo en que el bien traía la maldad, y la maldad traía el bien, y el bien sin el mal era una mera contradicción de términos. ¿Cómo, entonces, podía ser hecho el Gran Dios responsable por algo tan desastroso? Lisa y llanamente, no podía ser culpado.
Por ello se elaboró el mito de que Brahma había primero creado cuatro jóvenes hermosos para ser los progenitores de la humanidad, y que ellos se habían sentado en las orillas del lago Manasa rovara para rezar. Repentinamente se les acercó Shiva en la forma de un gran cisne —el prototipo de los Paramahamsa, o cisne supremo, el representante de un alma emancipada— que nadaba de acá y para allá, advirtiéndoles que el mundo a su alrededor era una ilusión y una esclavitud, y que su única forma de escapar estaba en negarse a convertirse en padres. Los jóvenes oyeron y comprendieron, y, sumergidos en meditación, permanecieron en las orillas del lago divino, inservibles para cualquier propósito del mundo. Entonces Brahma creó a los ocho señores de la creación, los Prajapatis, y fueron ellos quienes hicieron el desorden que es llamado este mundo.
La historia de las ideas es tal vez la única historia que puede ser seguida claramente en la India, pero ésta puede ser trazada con una claridad maravillosa. En este punto de la historia de Brahma, en que crea a los Prajapatis, en una historia cuyo claro objetivo es mostrar el papel jugado por Shiva en el proceso de creación, es obvio que estamos tirando repentinamente por la borda la totalidad de una más antigua cosmogonía. El hecho recíproco, de que los dioses de esa mitología se están encontrando por primera vez con una nueva serie de concepciones más espirituales y más éticas de las que les han sido familiares hasta aquí, es igualmente indiscutible según prosigue la historia. Uno de los nuevos Prajapatis tiene una convicción establecida —suficientemente incongruente en una nueva creación, pero natural en el caso de gran señorío—: que él mismo es Señor Supremo de los hombres y los dioses, y es muy lamentable para su desilusión y disgusto ver su rango y sus pretensiones ignoradas por ese dios que es conocido como Shiva o Mahadeva. En el mero hecho de la inmediatez de la ofensa dada, y en lo inesperado del desaire, tenemos una indicación adicional de que estamos tratando con la introducción de un nuevo dios al panteón hindú. Él será hecho miembro de su circulo familiar por un ardid que es al mismo tiempo antiguo y eternamente nuevo. El jefe Prajapati-Daksha tenía una hija llamada Sati, que es la misma encarnación de la piedad y la devoción femeninas. El alma entera de esta dama es entregada en secreto a la adoración y amor al Gran Dios. En ese momento ella es la última hija soltera de su padre, y el momento para que sea pedida en matrimonio y compromiso no puede demorarse mucho más. Se anuncia por ello que el swayamvara —la ceremonia de elección de su propio marido realizada por la hija de un rey— ha de celebrarse y las invitaciones son emitidas a todos los dioses y príncipes elegibles. Sólo Shiva no es invitado, y es a Shiva a quien el corazón de Sati está entregado irrevocablemente. Entrando en el pabellón donde se realiza la elección nupcial, por ello, con la guirnalda matrimonial en la mano, Sati hace una suprema apelación: «¡Si soy realmente Sati», exclamó, lanzando la guirnalda al aire, «entonces tú, Shiva, recibe mi guirnalda!» E inmediatamente él estaba allí en el medio de todos ellos con su guimalda alrededor del cuello. La historia del posterior desarrollo de las hostilidades ya ha sido relatada.
Antigua como es ahora la historia de la boda de la hija del más viejo Señor de la Creación con el recién llegado entre los dioses, está claro que en este momento Daksha era ya tan viejo que el origen de su cabeza de cabra ya había sido olvidado, y parecía requerir explicación por el inundo del momento en que se aceptó a Shiva. Para una época anterior al nacimiento del budismo puede haber sido suficientemente familiar, pero la predicación de esta fe a lo largo y a lo ancho de la India debe, para este momento, haber educado a la gente a demandar atributos morales y espirituales en sus deidades en lugar de una mera desordenada colección de poderes cósmicos, y así entrenados, ellos volvieron, parecería, a la concepción de Daksha como algo de cuyo significado se habían olvidado.

Sugestiones de mitos anteriores


Señales de algo aún más antiguo serán vistas en el próximo acto de este drama sagrado, cuando Shiva. vencido por la pena, avanza a zancadas por la tierra, destruyendo todo, soportando el cuerpo de la muerta Sati sobre su espalda. El suelo se seca, las plantas por tanto también y las cosechas se malogran. lbda la naturaleza tiembla bajo la pena del Gran Dios. Entonces Vishnu, para salvar a la humanidad, va detrás de Shiva y, tirando violentamente su disco una y otra vez, corta en pedazos el cuerpo de Sati, hasta que el Gran Dios, consciente de que el peso ha desaparecido, se re-tira solo a Kailas para sumirse una vez más en su eterna meditación. Pero el cuerpo de Sati ha sido cortado en cincuenta y dos pedazos, y dondequiera que un fragmento tocara la tierra un santuario de la madre-adorada se establecía, y Shiva mismo brillaba ante él suplicante como un guardián de ese sitio.
Toda esta historia trae otra vez a nosotros vivamente la búsqueda de Persefone por Demetrio, la gran diosa, ese hermoso mito griego del invierno nórdico; pero en los cincuenta y dos trozos del cuerpo de Sati recordamos irresistiblemente los setenta y dos fragmentos de otro cuerpo muerto, el de Osiris, que fue buscado por lsis y encontrado en el ciprés en Byblos. El año más viejo se dijo que había sido uno de dos estaciones, o setenta y dos semanas. De modo que el cuerpo de Osiris podría tal vez significar el año entero, dividido en sus más calculables unidades. En la historia más moderna nos encontramos ocupándonos otra vez de un número característico de semanas del año. Los fragmentos del cuerpo de Sati son cincuenta y dos. ¿Representa ella, entonces, alguna antigua personificación que puede haber sido la raíz histórica de nuestro actual recuento?
De un modo general, como sabernos, las diosas son muy anteriores a los dioses, y es interesante ver que en el mito más antiguo de Egipto es la mujer la que es activa, la mujer que busca y se lleva el cuerpo de un hombre. La comparativa modernidad de la historia de Shiva y Sati es vista, entre otras cosas, en el hecho de que su esposo busca, encuentra y acarrea a la esposa.

Uma

Satí vuelve a nacer corno hija de la gran montaña Himalaya, cuando su nombre era Urna, siendo su nombre familiar Haimavati en su nacimiento; otro nombre que ella tenía era Parvati, hija de la montaña. Su hermana mayor era el río Ganga. Desde su niñez Urna fue devota a Shiva, y ella se marchaba furtivamente por la noche para ofrecer flores y frutos y encender luces ante la columna (monolito). Un deva, también, un día predijo que ella se convertiría en esposa de un gran dios. Esto despertó el orgullo de su padre, por lo que estaba ansioso por que ella se comprometiera en matrimonio; pero nada podía hacerse, dado que Shiva permanecía inmerso en profunda contemplación, inconsciente de todo lo que sucedía, estando toda su actividad volcada a su interior. Urna se convirtió en su sirviente y atendía todos sus requerimientos, pero no podía distraerle de la práctica de austeridades o despertar su amor.
Por esa época un terrible demonio llamado Taraka atacaba repetidamente a los dioses y al mundo, cambiando todas las estaciones y destruyendo sacrificios; no podían los dioses vencerlo, dado que en una época pasada había conseguido su poder del mismo Brahma practicando austeridades. Los dioses, entonces, fueron hasta Brahma y le rogaron su ayuda. Éste explicó que no sería adecuado que él actuara en contra del demonio, a quien él mismo había dado poderes; pero prometió que un hijo nacería de Shiva y Parvati, que llevaría a los dioses a la victoria.
El jefe de los dioses, hidra, se dirigió a Kamadeva, o Deseo, el dios del Amor, y le explicó la necesidad de su colaboración. Deseo acordó prestar su ayuda y partió con su esposa, Pasión, y su compañero la Primavera a la montaña donde habitaba Shiva. En esa estación los árboles estaban dando nuevas flores, la nieve se había ido y los pájaros y las bestias se estaban apareando; sólo Shiva permanecía inmóvil en su sueño.
Incluso Deseo estaba desalentado hasta que tomó nuevo coraje ante la vista del amor de Urna. Eligió un momento en que Shiva comenzó a relajar su concentración y en que Parvati se aproximó para adorarlo; apuntó con su arco y estaba a punto de disparar cuando el Gran Dios lo vio y disparó un rayo de fuego desde su tercer ojo, consumiendo totalmente a Deseo. Shiva partió dejando a Pasión inconsciente, y Parvati fue llevada por su padre. Desde ese momento Manga, «Sin Cuerpo», ha sido uno de los nombres de Kamadeva, dado que él no fue muerto, y mientras Pasión lamentaba la perdida de su señor una voz le dijo: «Tu amante no está perdido para siempre; cuando Shiva se case con Urna restituirá el cuerpo de Amor a su alma, un regalo de boda para su joven esposa.»
Parvati reprobó su inútil belleza, dado que ¿de qué sirve ser bella, si ningún amante ama esa belleza? Ella se convirtió en una sannyasini, una anacoreta, y estando lejos de toda joya, con el cabello despeinado y un vestido de ermitaña hecho de corteza, ella se retiró a una montaña solitaria y pasó su vida meditando en Shiva y practicando austeridades tales como las que son apreciadas por él. Un día un joven brahmán la visitó, dándole felicitaciones por la constancia de su devoción, pero le preguntó por qué razón perdía su vida en autonegación cuando ella tenía juventud y belleza y todo lo que su corazón podía desear. Ella contó su historia y dijo que desde que Deseo estaba muerto no vio otra forma de conseguir la aprobación de Shiva que su devoción. El joven intentó disuadir a Parvati de desear a Shiva, contándole las terribles historias de sus desfavorables acciones: cómo él llevaba una serpiente venenosa y una sangrienta piel de elefante, cómo él vivía en suelos crematorios, cómo él cabalgaba sobre un toro y era de nacimiento pobre y desconocido. Parvati se enojó y defendió a su señor, declarando finalmente que su amor no podría ser cambiado por lo que él dijera, ya fuera verdadero o falso. Entonces el joven brahmán tiró su disfraz y se reveló como el mismo Shiva, y le dio a ella su amor. Parvati volvió a casa a contar a su padre su feliz fortuna, y los arreglos preliminares de la boda fueron hechos en la debida forma. Finalmente llegó el día, tanto Shiva y su novia estaban listos, y el primero, acompañado por Brahma y Visimu, entró en la ciudad del Himalaya en procesión triunfal, montando a través de las calles hundido hasta los tobillos en flores esparcidas, y Shiva se llevó a su joven esposa a Kaila; sin embargo, antes restituyó el cuerpo de Deseo a su solitaria esposa.
Durante muchos años Shiva y Parvati vivieron con felicidad en su paraíso del Himalaya; pero finalmente el dios Fuego apareció como un mensajero de los dioses y reprochó a Shiva que él no había tenido un hijo para salvar a los dioses del sufrimiento. Shiva confirió el fértil germen al Fuego. quien lo llevó y finalmente lo entregó al Ganges. que lo preservó hasta que las seis Pléyades vinieron a la bañarse en sus aguas al amanecer. Lo pusieron en una cesta de juncos, donde se convirtió en e! niño-dios Kumara, el futuro dios de la guerra. Entonces Shiva y Parvati lo encontraron y lo llevaron a Kailas, donde pasó su feliz niñez. Cuando se había convertido en un joven fuerte los dioses requirieron su ayuda, y Shiva le envió como su general para liderar su ejército contra Taraka. Él conquistó y mató al demonio, y restauró la paz en el cielo y la Tierra.
El segundo hijo de Shiva y Parvati fue Ganesha, él es el dios de la sabiduría y el liberador de obstáculos. Un día la orgullosa madre, en un descuidado momento, pidió al planeta Saturno que vigilara a su niño: su funesta mirada redujo la cabeza del niño a cenizas. Parvati pidió consejo a Brahma, y él le dijo que reemplazara la cabeza con la primera que ella pudiera encontrar: ésta fue la de un elefante.

Los juegos de Uma

Mahadeva se sentó un día sobre una montaña sagrada del Himalaya sumergido en profunda y ardua contemplación. Alrededor de él estaban los deliciosos y floridos bosques, superpoblados de pájaros y bestias, ninfas y espíritus. El Gran Dios se sentó en una pérgola donde flores celestiales se abrían y resplandecían con luz radiante; el aroma a sándalo y el sonido de música celestial se sentía en todas partes. Más allá de todo lo que se dice estaba la belleza de la montaña, radiante con la gloria de la penitencia del Gran Dios, haciendo eco con el zumbido de las abejas. Toda la estación estaba allí presente, todas las criaturas y poderes residían allí con sus mentes firmemente puestas en yoga, en concenitrados pensamientos.
Mahadeva tenía sobre su lomo una piel de tigre y una piel de león sobre las espaldas. Su cordón sagrado era una terrible serpiente. Su barba era verde; sus cabellos colgaban en mechas enmarañadas. Los rishis se inclinaron hasta el suelo en adoración; por esta visión maravillosa ellos eran purificados de todo pecado. Entonces vino Urna, hija de Himalaya, esposa de Shiva, seguida de sus sirvientes espirituales. Ella iba vestida corno su señor, e hizo las mismas reverencias. La tinaja que ella sostenía estaba llena de agua de cada tirtha, y las damas de los ríos sagrados la seguían. Flores brotaban y perfumes se esparcían a cada lado según ella se iba aproximando. Entonces Urna, con una boca sonriente, con humor juguetón, cubrió los ojos de Mahadeva, poniendo sus amorosas manos sobre ellos desde atrás.
Inmediatamente decayó la vida en el universo, el Sol palideció y los seres vivos se acobardaron de temor. Entonces la oscuridad desapareció otra vez, dado que brilló un ojo encendido en la frente de Shiva, un tercer ojo como un segundo sol. Entonces encendiendo una llama procedente de ese ojo el Himalaya fue quemado con todos sus bosques, y las manada de ciervos y otras bestias corrieron precipitadamente hasta el trono de Mahadeva para pedirle su protección, haciendo que el poder del Gran Dios irradiara con extraño brillo. El fuego mientras tanto ardió hasta el mismo cielo, cubriendo los cuatro puntos cardinales como la totalmente destructora conflagración de un fin de eón. En un momento se consumieron las montañas, con sus rocas, sus picos y radiantes hierbas. Entonces la hija del Himalaya, viendo a su padre así destruido, se adelantó y se detuvo frente al Gran Dios con sus manos juntas en plegaria. Mahadeva, viendo a Urna apenada, lanzó miradas benignas sobre la montaña, e inmediatamente el Himalaya fue restituido a su estado inicial antes del fuego. Todos los árboles dieron sus tiores, y los pájaros y bestias se alegraron.
Después Urna con manos unidas dijo a su señor: «Oh, tú el sagrado, señor de criaturas», dijo, «te ruego que resuelvas mi duda. ¿Por qué ha aparecido este tercer ojo tuyo? ¿Por qué ha sido quemada la montaña y todos sus bosques? ¿Por qué has restítuído ahora la montaña a su estado original después de destruirla?»
Mahadeva respondió: «Inmaculada dama, dado que tú cubriste mis ojos en un juego irreflexivo, yo creé un tercer ojo para proteger a todas las criaturas, pero la energía encendida a partir de él destruyó la montaña. Por tu bien he rehecho todo el Himalaya otra vez.»

Shiva pescando

Sucedió un día que Shiva se sentó cori Parvati en Kailas exponiendo a ella el texto sagrado de los Vedar. Estaba explicando un punto muy complicado cuando alzó la vista y vio que Parvati estaba manifiestamente pensando en otra cosa, y cuando le pidió que repitiera el texto ella no podía, dado que, de hecho, ho había estado escuchando. Shiva estaba muy enojado, y dijo: «Muy bien, está claro que tú no eres una esposa apropiada para un yogui; tú nacerás sobre la Tierra como la esposa de un pescador, donde no escucharás ningún texto sagrado.» Inmediatamente Parvati desapareció y Shiva se sentó a practicar uno de sus más profundos pensarnieritos. Pero no podía concentrarse; continuaba pensando en Parvati y sintiéndose muy incómodo. Finalmente se dijo a sí mismo: «Me temo que he estado demasiado intempestivo, y ciertamente Parvati no debería estar abajo en la Tierra como la mujer de un pescador; ella es mi esposa.» Mandó buscar a su sirviente Nandi y le ordenó que adquiriera la forma de un terrible tiburón y molestara a los pobres pescadores, rompiendo sus redes y haciendo naufragar sus embarcaciones.
Parvati había sido encontrada en la costa por el jefe de los pescadores y la adoptó como una hija. Ella creció para convertirse en una muy hermosa y amable niña. Todos los jóvenes pescadores deseaban casarse con ella. Para ese momento las acciones del tiburón se habían vuelto totalmente intolerables; de modo que el jefe de los pescadores anunció que entregaría a su hija adoptiva en matriinonio a quienquiera que cogiera al gran tiburón. Éste fue el momento previsto por Shiva; él asumió la forma de un apuesto pescador y, apareciendo como una visita que venía de Madura, se ofreció a cazar el tiburón y por ello tiró primero de la red. Los pescadores estaban muy agradecidos de deshacerse de su enemigo, y la hija del jefe de los pescadores fue dada en matrimonio al joven de Madura, para gran disgusto de sus anteriores pretendientes. Pero Shiva adquirió ahora su propia forma y, ofreciendo su bendición al padre adoptivo de Parvati, partió con ella otra vez a Kailas. Parvati pensó que realmente ella debía ser más atenta, pero Shiva estaba tan agradecido de tener a Parvati otra vez con él que se sintió completamente en paz y totalmente dispuesto para sentarse y retomar sus sueños interrumpidos.

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