domingo, 8 de diciembre de 2013

Beowulf

Beowulf es el poema épico más extenso de la literatura medieval germánica. La obra fue escrita en Inglaterra en old english o inglés antiguo, pero no hace ninguna referencia ni a Inglaterra ni a sus habitantes. Este hecho puede explicarse porque los descendientes de anglos, jutos y sajones que se habían establecido en la isla en el siglo V se consideraban germanos y no ingleses. La obra tiene su origen en la trasmisión oral escandinava si bien, con el paso del tiempo, la verdad histórica ha quedado tergiversada con la introducción de anacronismos y elementos fabulosos.
            El poema de Beowulf es básico para entender la figura del héroe en la Alta Edad Media, ya que el protagonista no es un héroe cristiano sino pagano, de modo que su heroicidad no viene marcada por su santidad. El autor de la versión más antigua del poema pudo ser un monje copista que habría introducido interpolaciones cristianas para dar sentido a los actos del héroe. Podríamos decir que Beowulf es un héroe pagano ético. Para entenderlo conozcamos su argumento con más profundidad.
            Skild llegó a las playas de Dinamarca siendo un niño sobre un escudo recubierto de paja, creció entre los daneses y con el tiempo se convirtió en un poderoso rey que infundía pavor a sus enemigos. A su muerte, sus guerreros obedecieron su voluntad y llevaron los restos del cuerpo a la orilla del mar dentro de un navío cargado de tesoros. Así, el niño que un día llegó de la mar volvía a ella después de crear una nueva dinastía de reyes, los skildingos.
            El rey Rodgar, hijo de Halfdan y de estirpe skildinga, reunió a su alrededor una gran hueste de bravos guerreros, y para albergar la corte decidió construir un lujoso castillo con el nombre de Hérot. En la hermosa mansión siempre reinaba la alegría y se hacían magnificas fiestas en las que el monarca repartía joyas entre sus vasallos. Pero sobre ellos se cernía una grave tragedia.
            En las profundidades del pantano habitaba un monstruo maligno con una ira terrible, era un animal de tiempos prehistóricos que respondía al nombre de Gréndel. La música y los cantos de los banquetes de Hérot turbaban su vida en la solitaria ciénaga. Una noche, aquel espantoso monstruo salió en dirección al hermoso palacio y, viendo que los daneses disfrutaban del dulce sueño que provoca el hidromiel, sembró con sus garras la muerte en la estancia. Después de haber matado a unos treinta vasallos escapó orgulloso para hundirse de nuevo en las lúgubres aguas del pantano.
            A la mañana siguiente, el rey Rodgar descubrió los estragos de Gréndel y su corazón se llenó de tristeza. El monstruo no quería la paz y cada noche salía de su morada para destrozar con sus garras a los guerreros de Hérot. Muchas veces los guerreros daneses, borrachos de hidromiel, prometían quedarse esperando y luchar contra Gréndel, pero cada mañana el palacio se levantaba teñido de sangre. Ya no había banquetes que celebrar y poco a poco el castillo fue quedando desierto, los skildingos sufrieron este ultraje durante doce años seguidos. Las noticias de las desgracias de Hérot se extendieron por todo el mundo y llegaron a oídos del país de los gautas, gobernados por el rey Híglak.
            Entre los guerreros gautas destacaba por su fuerza y coraje un joven llamado Beowulf, hijo de Ekto, que reunió a catorce hombres entre los mejores guerreros de la corte de Híglak y partió a bordo de un navío en socorro del rey Rodgar. Cuando llegaron a las costas danesas, un vigía los condujo hasta Hérot ante la presencia del rey.
            Beowulf ofreció su ayuda a Rodgar con estas palabras: «¡Te saludo, Rodgar! Yo soy pariente y vasallo de Híglak. Ya de joven logré muy gloriosas hazañas y noticia me vino en mi tierra natal de tu lucha con Gréndel. [...] Ahora quiero enfrentarme yo solo con Gréndel, acabar con el ogro». Solo le pidió al rey: «Envíale a Híglak si muero en la brega la cota de malla que cubre mi pecho, mi arnés excelente: es herencia de Rédel, una obra de Wéland. ¡Decida el destino!».
            La llegada de los bravos guerreros llenó de alegría las salas de Hérot y las jarras de cerveza se volvieron a alzar entre skildingos y gautas. Fuera, el sol había desaparecido, y el rey Rodgar decidió confiar la defensa de la sala principal a Beowulf ofreciéndole una gran recompensa si salía victorioso: «Guarda celoso la excelsa morada, piensa en tu gloria, muestra tu fuerza y espera al maligno. ¡Cuanto quieras tendrás si no pierdes la vida en la dura batalla!».
            Beowulf había decidido luchar contra Gréndel sin armas y le esperaba sin adentrarse en el sueño reparador. El monstruo salió de su ciénaga entre las sombras y se dirigió hacia el castillo de Hérot donde vio una sala repleta de los jóvenes héroes. Su primera presa fue un guerrero dormido al que destrozó con sus garras y del que bebió su sangre, pero de pronto Gréndel notó cómo un brazo le agarraba tan fuerte que sentía que se ahogaba. El monstruo trataba de escapar pero Beowulf le rompió un hueso del hombro y le arrancó un brazo, mientras los guerreros gautas le golpeaban con sus espadas, porque estos no sabían que un poderoso hechizo protegía a Gréndel de los filos de las armas. Herida de muerte, la pérfida fiera huyó al pantano y Beowulf clavó en la pared su trofeo para que lo vieran todos los skildingos.
            El rey Rodgar, al ver que colgaba del techo una garra de Gréndel, dijo: «¡Ya demos las gracias al dios Poderoso por esto que vemos! [...] Hace aun poco tiempo pensaba que nunca, jamás en mi vida, hallaría remedio a mi dura desgracia». Pero Beowulf estaba inquieto porque el monstruo había conseguido escapar con vida. Después de esto, el castillo de Hérot organizó una gran fiesta y Rodgar repartía tesoros, caballos y armas entre los gautas, como agradecimiento por su valentía. Cuando terminó el festín, quedaron durmiendo en la sala muchos guerreros como pasaba antaño, nadie podía adivinar que el horror volvería a llamar a las puertas de Hérot.
            En el mismo pantano vivía la madre de Gréndel; las heridas causadas por Beowulf a su hijo provocaron en ella un terrible odio, y aquella misma noche se dirigió a Hérot en busca de venganza. Al llegar a la sala donde dormían los guerreros, cazó al primero que tuvo a su alcance y huyó sin esperar a encontrarse con Beowulf. Su víctima era Asker, el más fiel de los vasallos de Rodgar, y la noticia volvió a ensombrecer la corte del monarca. Beowulf consuela al rey diciendo: «¡No te aflijas, oh rey! ¡Más cumple en el hombre vengar al amigo que mucho llorarlo!». Y juró no volver sin haber vencido al monstruo.
            Gautas y skildingos siguieron su rastro por sendas de bosques y campos abiertos hasta llegar a un precipicio. En el fondo había un pantano con aguas ensangrentadas, y la cabeza de Asker colgaba de un árbol. El monstruo estaba cerca. Beowulf tomó sus mejores armas para luchar contra la madre de Gréndel y uno de sus guerreros, Únfer, le ofreció la antigua espada curtida en sangre de muchas batallas conocida como Estacón. El príncipe gauta cogió carrerilla y desapareció sumergido en las aguas del pantano. Estuvo nadando gran parte del día, hasta que la madre de Gréndel advirtió su presencia y salió a su encuentro atrapándolo con sus garras feroces y arrastrándolo a su cueva.
            El héroe golpeaba con todas sus fuerzas la espada Estacón contra el monstruo, pero no le ocasionaba daño alguno. Siguió la lucha en un cuerpo a cuerpo y la madre de Gréndel con sus garras tumbó a Beowulf en el suelo y sacó un cuchillo para vengar a su hijo. La cota de malla salvó la vida a Beowulf que, exhausto, levantando la cabeza vio una espada de hierro, forjada por gigantes, que solo un hombre con su fuerza podía manejar. En un último suspiro de rabia, cogió la excelente espada y asestó un golpe mortal en el cuello a la madre de Gréndel que cayó moribunda ahogándose en su sangre. Beowulf decidió explorar la cueva y descubrió a Gréndel agonizando en un lecho. Recordando todo el dolor que había provocado en Hérot, le cortó la cabeza.
            Arriba en el pantano, los skildingos y los gautas observaban como las aguas se teñían de sangre y auguraban el peor final al ver que su héroe no volvía. Los skildingos decidieron regresar al castillo, y solo los gautas esperaron tristes la llegada de Beowulf, que apareció al cabo de unas horas con el preciado botín de la cabeza de Gréndel. El trofeo tuvo que ser transportado al castillo por cuatro guerreros, y el rey Rodgar, al verlo, quedó asombrado, alabó el valor de Beowulf y organizó un banquete de despedida para los gautas. A la mañana siguiente, marcharon Beowulf y sus hombres a su patria querida intercambiando palabras de amistad con los skildingos y cargados con todos los regalos que el rey les había ofrecido. Así terminan las aventuras de Beowulf en el país de los daneses.
            Con el paso del tiempo, tras la muerte del rey gauta Híglak, Beowulf se convirtió en un prudente monarca por espacio de cincuenta años. Siendo ya un anciano, un dragón que había venido a habitar sus tierras guardaba un valioso tesoro en lo alto de un túmulo al que se accedía por un sendero oculto. Pero un hombre encontró el tesoro maldito, y robó una copa de oro adornada con preciosas incrustaciones mientras el dragón dormía. La serpiente voladora «trescientos inviernos llevaba guardando los ricos anillos allá en su mansión cuando vino aquel hombre a encenderle su furia»; y llena de odio decidió vengarse incendiando casas y sembrando la muerte entre los gautas.
            Los súbditos acudían en masa a pedir a Beowulf que les librara del castigo del dragón. El héroe se había salvado de muchos peligros en duros combates, y de nuevo decidió ir a la busca del reptil con once valerosos guerreros gautas. Al llegar a la gruta, un mal augurio le asaltó, intuía que el destino le llevaría a la muerte y se despidió de sus fieles vasallos antes de entrar en busca del dragón.
            La gruta de la cueva expulsaba olas de fuego, nadie podía acercarse al tesoro sin antes quemarse. Beowulf gritaba con fuerza llamando al dragón al combate y este salió de las profundidades golpeando el escudo del señor de los gautas. Esta vez el valor de Beowulf no se veía correspondido con la fortuna en la batalla y las llamas del dragón le causaron graves heridas. Su tropa observaba a lo lejos la derrota y solo Wíglaf, hijo de Wistan, acudió en su ayuda diciendo al resto de guerreros:  
             
            Yo el día recuerdo en que estando en la sala bebiendo hidromiel juramento prestamos al gran soberano que anillos nos daba de estar a su lado si falta le hacía y pagarle en la lucha. [...] Ha llegado el momento en que mucho al monarca el apoyo le urge de buenos vasallos. ¡Acudamos al rey! ¡Prestémosle ayuda! ¡El fuego terrible y las llamas lo abrasan! Dios es testigo que yo por mi parte prefiero morir con mi buen soberano.
             
            Wíglaf avanzó solo por la humareda de la gruta para ayudar a su rey, en tanto que el dragón atacaba con ira a los dos caballeros y en su tercera embestida cogió a Beowulf por el cuello entre sus dientes causándole graves heridas. En un último aliento Beowulf tomó un puñal que llevaba en la cota de malla y lo clavó en el dragón partiéndolo en dos. La serpiente había muerto, pero no hay gloria ninguna en esta victoria porque esta era la última hazaña de Beowulf. Antes de morir, Wíglaf le mostró el asombroso tesoro que el monstruo había guardado celosamente en su cueva.
            En su última voluntad, Beowulf pidió que, después de incinerarlo, construyeran un túmulo alto, grande y glorioso en la orilla del mar para que fuese visto por los navegantes y perpetuara la memoria del héroe entre su pueblo. Así se cumplieron los últimos deseos del rey, en diez días acabaron la tumba y en ella enterraron el tesoro del dragón.
            La figura de Beowulf es legendaria, pero el trasfondo histórico del poema parece gozar de gran verosimilitud, ya que coincide con la información obtenida en las excavaciones arqueológicas y las fuentes escritas. La acción se desarrolla en los siglos V y VI, pero el manuscrito que se ha conservado en el Museo Británico está fechado alrededor del siglo X y existe un gran debate acerca de si el autor del manuscrito es el mismo autor del poema o un monje copista que le añade algunos elementos cristianos. Beowulf es el poema épico más antiguo que nos ha legado el mundo germánico, por ello su importancia es equiparable a otras grandes narraciones medievales como El Cantar del Mío Cid, La Chanson de Roland o el Lebor Gábal Érenn.
            Las referencias al cristianismo dentro del poema aluden al poder divino que rige el destino de los hombres: «El Señor de la vida, el Dios Celestial, concedióle renombre: fue famoso Beowulf»; y a escenas de la creación en el Antiguo Testamento para justificar la existencia de Gréndel:  
             
            Desde tiempos remotos vivía esta fiera entre gente infernal, padeciendo la pena que Dios infligió a Caín y a su raza. Castigó duramente el Señor de la Gloria la muerte de Abel, no obtuvo Caín de su hazaña provecho: Dios le exilió y apartó de los hombres. Es de él que descienden los seres malignos, los ogros y silfos. 

Estos elementos no pueden borrar el espíritu pagano del poema original, son añadidos posteriores que intentan crear un paralelismo con la lucha entre el bien y el mal en el cristianismo.
            Sus 3.182 versos narran tres hazañas de Beowulf ordenadas de menor a mayor dificultad y con diferente grado de motivación, que van desde el heroísmo juvenil a las obligaciones de un rey. En realidad, podemos hablar de dos poemas en uno solo, el primero narra las gestas de Beowulf en Dinamarca ayudando al rey Rodgar contra Gréndel y su madre; y el segundo es el enfrentamiento con el dragón en el país de los gautas que le lleva a la muerte siendo ya un anciano.
            El final trágico del poema muestra los límites de Beowulf. La leyenda pagana sugiere que el ideal heroico está vacío después de la muerte ya que no hay nada más allá de ella. Por contra, la muerte del héroe cristiano siempre estaba dentro de un objetivo más grande, como por ejemplo salvar a la cristiandad del peligro musulmán. El ideal cristiano de la Edad Media va más allá de la propia heroicidad y está marcado por la redención y el destino.

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