martes, 26 de julio de 2016

Algunos episodios y mitos de los orígenes en la mitología japonesa

El ciclo de los mitos cosmológicos tiene como objetivo dilucidar el origen y la formación del mundo, de los objetos naturales y, lo que es mucho más importante según opinión de los compiladores de las antiguas tradiciones, el origen de la dinastía reinante. Al delinear la antigua mitología hemos omitido muchos episodios que sirven para explicar el origen de los objetos naturales, de las costumbres sociales y de las instituciones humanas. En estos mitos de los orígenes, la imaginación poética colaboró con las ideas supersticiosas, y los conceptos generales del mundo y la vida se combinaron con la creencia en la eficacia de las ceremonias. Sin embargo, algunas deberían quedar bien establecidas.
El dios-Luna, como dijimos, desempeña un papel muy pequeño en la mitología, pero existe una historia sobre él que sirve a dos propósitos. Es ésta:
La diosa-Sol le dijo en cierta ocasión a su hermano, el dios-Luna, que bajase a la Tierra y viese lo que hacía una diosa llamada Uke-mochi, «el genio de la Comida». El dios-Luna bajó al sitio donde estaba Ukemochi, cerca de un gran árbol-katsura[22]. El genio de los alimentos, al ver bajar al dios celestial, acto seguido de su boca salió cierta cantidad de arroz hervido; cuando volvió su cara al mar, salieron de su boca peces de todos los tamaños; y cuando miró hacia las montañas vomitó toda clase de animales de caza. En vez de apreciar esta diversión, el dios-Luna se enfureció por ofrecerle la diosa cosas salidas de su boca, llegando a matar a su desdichada anfitriona. Al momento, del cuerpo de la diosa-Comida salieron diversos alimentos: el caballo y la vaca nacieron de su cabeza; sus cejas produjeron las lombrices; su frente dio el mijo; el arroz surgió de su abdomen, etcétera.[23] Tal fue el origen de estas cosas útiles.
Cuando el dios-Luna regresó a los cielos y le contó a su hermana aquella experiencia, la diosa-Sol se enfadó contra la irritabilidad y crueldad de aquél y le recriminó:
—¡Oh, hermano cruel, no quiero verte nunca más!
Por esto la Luna sólo aparece después de la puesta de sol, y los dos jamás se encuentran cara a cara.
Otra historia relata el origen de una ceremonia que sirve para solicitar los favores del dios de las Cosechas.
Cuando el Gran Amo de la Tierra cultivaba sus arrozales, les dio a sus trabajadores carne de vaca como comida. Entonces llegó un hijo de Mitoshi-na-kami, dios de las Cosechas, el cual vio los campos manchados por las impurezas causadas por la ingestión de la carne.
Se lo refirió a su padre y el dios de las Cosechas envió a los campos una nube de langostas que al momento devoraron todas las plantas de arroz. Gracias a sus poderes de adivinación, el Gran Amo de la Tierra supo que aquella catástrofe había sido producida por el dios de las Cosechas y a fin de reconquistar el favor de dicho dios le ofreció un jabalí blanco, un caballo blanco y un gallo blanco. El dios de las Cosechas se apaciguó y le enseñó al otro a restaurar sus arrozales, a esparcir el cáñamo, a erguir un falo y a ofrecerle varios frutos y bayas. Las langostas se alejaron y el dios de las Cosechas quedó aplacado. Desde entonces, los tres animales mencionados fueron siempre ofrecidos al dios de las Cosechas.[24] Esta es una historia sencilla de propiciación, pero lo más curioso es que comer ternera debe considerarse una ofensa contra el dios de las Cosechas.
Ya hemos visto cómo la relación entre los nacimientos y las muertes tuvo su origen en una disputa entre las primitivas deidades. Bien, existe una curiosa historia que explica la corta vida de los príncipes imperiales.
Ko-no-hana-akuya-hime, «la Dama que hace florecer los árboles», era la hermosa hija de Oh-yama-tsumi, el dios de las Montañas y su hermana mayor era la fea Ivva-naga-tsumi, «la Dama de la perpetuidad de las Rocas». Cuando Ninigi, el Augusto Nieto, descendió a la Tierra se sintió atraído por la belleza de la Dama Florida y le pidió a su padre el consentimiento para casarse con ella. El padre le ofreció sus dos hijas, pero la elección de Ninigi recayó en la menor. No tardó la Dama Florida en tener un hijo. La Dama Roca exclamó:
—Si el Augusto Nieto me hubiera tomado por esposa, sus descendientes habrían gozado de una larga vida, tan eterna como una roca; mas como se casó con mi hermana menor su posteridad será frágil y de vida breve como las flores de los árboles.
Los árboles a los que se refería eran los cerezos, y la historia probablemente tuvo su origen al pie del Monte Fuji. El Fuji es un elevado volcán y en su cumbre las rocas desnudas se alzan como desafiando al cielo, mientras que su parte inferior está cubierta de árboles y arbustos. Muy común es la especie de cerezo silvestre con ramas colgantes y delicadas flores. La Dama Florida es adorada en un paraje amable donde el agua fría fluye de la roca virginal y su capilla está rodeada por un bosquecillo de esta clase de cerezos. El santuario está allí desde tiempo inmemorial y la personificación del Padre de las Montañas y sus dos hijas debe de ser muy antigua.
En la historia, los objetos personificados tienen relación con la familia imperial y el mito se cambia en una explicación de la corta vida de sus miembros. En este proceso, la historia ha perdido gran parte de su carácter primitivo y, no obstante, es interesante la transformación de una leyenda local, elaborada con fantasía poética, en un mito explicativo. En otras historias y en representaciones pictóricas, la Dama Florida es un hada que planea sobre los árboles, esparciendo por el cielo nubes rosadas de flores de cerezo. También se la llama «el genio de las cerezas», porque a estos frutos, a veces, se les denomina «flores».
La homóloga de la Dama Florida es Tatsuta-hime, «La Dama que teje el brocado» (de hojas otoñales). Seguramente fue en su origen una diosa del viento y, por tanto, del tiempo climático, pero como el lugar donde se alza su capilla, Tatsuta, era famoso por sus arces magníficamente coloreados en otoño, se la conoció mejor como el genio del otoño. Otra diosa, el genio de la primavera, de nombre Saho-yama-hime, también se menciona en varios poemas. Su nombre deriva probablemente de la colina Sahoyama, que se eleva al este de Nara (la residencia imperial durante gran parte del siglo VIII), puesto que el este se considera el sitio por donde viene la primavera. Asimismo, hay que tener en cuenta que el río Tatsuta está al oeste de Kara, y el oeste es la región por donde aparece el otoño.
De los muchos poemas que hablan de estas dos diosas, elegimos dos de la versión inglesa hecha por Clara A. Walsh[25].

La diosa de la Primavera ha extendido
sobre el florido sauce
su amable tejido de hilos de seda;
¡Oh, viento primaveral, sopla con suavidad
y dulzura para que se enreden los hilos del sauce!

Y:

Diosa buena de los pálidos cielos de otoño,
quisiera saber cuántos telares posee,
 pues cuando teje hábilmente su tapicería
deja su fino brocado de hojas de arce...
Y en cada monte, a cada ráfaga de viento,
en distintos matices su vasto bordado resplandece.

La antigua mitología del Japón se halla curiosamente desprovista de historias relativas a las estrellas. Se hizo una leve referencia en relación con el funeral de Amo-no-Waka-hiko, «el Joven celestial», después de cuya muerte un amigo suyo fue confundido con él. En la canción entonada por la esposa de aquél en la que explica que él no es Waka-hiko sino su amigo, la palabra tana-bata se usa para describir los brillantes rasgos del que brilla en el Cielo, porque el funeral de Waka-hiko tuvo lugar en el Cielo.
Tana-bata aunque de etimología oscura, es una fiesta celebrada la noche del séptimo mes lunar en honor de las dos constelaciones estelares llamadas el Partos y la Tejedora. La historia de ambas es que pueden encontrarse en los dos lados del Ama-no-kaca, «el Río Celeste» en esa noche, sólo una vez, ésta, al año. Evidentemente, esta historia procede de China. Su carácter romántico gustó a los japoneses desde el principio y la fiesta lleva muchos siglos celebrándose.
La referencia a tana-bata, por tanto, no es una parte integral de la mitología japonesa, sino una alusión figurativa que todos los japoneses deben entender y apreciar. Pero la historia de la celebración estaba tan completamente naturalizada que para la misma se empleó un vocablo japonés.
El interés que tuvieron los poetas japoneses por esta historia queda ilustrado por un poema del siglo VIII que reproducimos de Master Singers of Japan, de Walsh.

La brillante corriente del Río Celeste reluce,
una cinta de plata fluye en color azul,
y en la orilla donde su resplandor espejea,
 el solitario Pastor vuelve a sentir su pena.

Desde los tiempos en que el mundo era joven,
su alma ha suspirado por la Tejedora,
y viendo esa corriente un corazón se oprime
con un pensamiento de amor ardiente, de pasión eterna.

Ansioso cruzaría el río en una barca pintada de rojo,
provista de remos poderosos brillantes de espuma,
para surcar las aguas con la quilla al oscurecer,
o cruzarlo al amanecer en la tranquila marea.

Así espera el amante en esas anchas aguas,
contemplando sosegadamente el abovedado cielo,
así está el amante en la marea resplandeciente,
exhalando los suspiros de un corazón desesperado.

Y ve ondear la cinta que adorna la cabeza de la Tejedora,
con la que juega el viento bravío,
y con los brazos extendidos, su alma se inflama de amor,
mientras el otoño se demora
y no hay alas veloces que abran camino a su deseo.

La celebración de esa fiesta es hoy día universal, observada mayormente por jóvenes y mujeres. Plantan cañas de bambú y cuelgan papeles coloreados de las ramas de los árboles, y en esos papeles escriben poesías en alabanza a las dos estrellas, o bien plegarias pidiéndoles sus favores en los asuntos amorosos. Atan hilos de colores en los bambúes, como ofrendas a la Tejedora, simbolizando el ansia nunca saciada de amor. Aparte de estas ofrendas, las mujeres vierten agua en una jofaina y ponen en ella las hojas del árbol Jeaji, mirando los reflejos de las parpadeantes estrellas en el agua. Creen que así hallarán conjuros en el agua y las hojas.



[23] Señaló el doctor S. Kanazawa que la correspondencia de esos productos con las partes del cuerpo forman un juego de palabras, no en japonés sino en coreano. Los paralelismos en coreano son como sigue: morí por cabeza y mar por caballo; nun por ojos y nuc por gusano de seda; pai por vientre y pió por arroz; pochi por los genitales y pori por trigo; kui por orejas y kuiri por pánico; kho por nariz y khong por cereales (el Teikoku Bungaku, 1907, págs. 99 y ss.) Esto parece demostrar la hipótesis de que la historia llegó a Japón desde Corea, o que se originó antes de la separación de ambos pueblos.
[24] A Tatsuta-hime, la diosa del viento y el clima, le ofrecían un caballo blanco, lo mismo que al genio del otoño, cuando se imploraba la lluvia. Se ofrecía un caballo negro al hacer rogativas para que cesase la lluvia. Hablaremos más de esta diosa.
[25] C. A. Walsh, The Master Singers of Japan (en la serie Wisdom ofthe East), págs. 74, 84.

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