martes, 26 de julio de 2016

Hadas, seres celestiales y hombres de la montaña en la mitología japonesa

Los japoneses siempre han creído en la existencia y la actividad de los espíritus, tanto los de los objetos naturales como los de los difuntos; pero de manera extraña, su mitología, como se desprende de la tradición sintoísta, está poblada por muy pocos seres fantásticos y es muy vaga respecto a la personalidad de los dioses. Muchas deidades apenas son más que nombres, otras son adoradas como antepasados de los diversos clanes, y sus leyendas las considera el pueblo más como hechos auténticos que como fragmentos de una imaginación poética. Esto se debe principalmente a que los primeros relatos sintoístas se compilaron, como dijimos, en forma de narrativa histórica, deseando sus autores producir algo que rivalizase con la historia china en antigüedad y supuesta autenticidad. Lo que hoy día reconocemos como mitos se consideró en sus orígenes como sucesos históricos, lo mismo que la historia oficial de China tuvo buen cuidado de transformar las leyendas raciales de su pueblo en supuestas crónicas de acontecimientos reales. El seudo racionalismo de los relatos sintoístas es ante todo un producto chino, o sea de la influencia de Confucio.
Sin embargo, no hay que suponer que los japoneses no fuesen capaces de imaginar la existencia de las hadas y otros seres semejantes. Hallaremos rastros abundantes de hadas y otros seres fantásticos en las antiguas tradiciones de los japoneses, y existe una considerable cantidad de leyendas de hadas en la literatura y en las tradiciones verbales de este pueblo. La mayor parte de esa clase de ficción parece haber derivado de fuentes chinas e indias, y se muestra más a menudo el genio japonés en la hábil adaptación de tales relatos a las condiciones locales que en las invenciones originales. El flujo de las ideas e historias indias pasó, naturalmente, por el canal de la literatura budista, que a su vez derivaba de la altamente refinada literatura védica y sánscrita. Primordialmente llegó a Japón a través de traducciones chinas.
Las historias chinas derivaban, ante todo, no de fuentes no confucianistas sino de la literatura taoísta. En un estudio estrictamente histórico de los cuentos de hadas japoneses sería preciso distinguir críticamente estos dos elementos de origen continental de la cantidad mucho menor de la tradición nativa. Pero en la presente obra nos limitaremos a considerar algunas de las leyendas e historias que circulan comúnmente entre el pueblo, sin tener en cuenta sus fuentes o los cambios sufridos durante el proceso de adopción.

 Las doncellas Hadas

Un hada totalmente indígena del Japón es Ko-no-hana-sakuya-hime, «la Dama que hace florecer los árboles». Ya nos referimos a ella al hablar de los mitos de los orígenes. Es el hada de las flores del cerezo, y se la representa volando y haciendo florecer los cerezos, probablemente respirando y soplando sobre ellos. Su casamiento con el nieto de la diosa del Sol puede considerarse como un ejemplo del casamiento de una doncella celestial con un ser humano.
Pero un ejemplo más típico de esa clase de uniones se ofrece en la historia de la doncella-Cisne. Esta doncella carece de nombre personal, y se concibe como una doncella celestial provista de plumas o vistiendo un traje hecho con plumas. La versión más idealizada de la historia es El vestido de Plumas en una de las obras No. Su resumen es como sigue:
Una vez, en un día muy hermoso, algunas hadas bajaron a la Tierra y se bañaron en un manantial, tras colgar sus ropas de plumas en los árboles próximos a la balsa formada por el agua. Pasó un hombre por aquel lugar y, al observar unas prendas tan bellas, cogió una descolgándola del árbol. Las doncellas, alarmadas por la intrusión del hombre volaron hacia el cielo, pero la doncella a la que le faltaba el vestido no pudo volar con las otras sino que tuvo que quedarse en la Tierra y casarse con el ladrón[37]. Luego dio a luz un niño y, tras recuperar su vestido gracias a una estratagema, regresó volando al Cielo.
Esta historia es una versión del cuento de la doncella-Cisne bien conocido en el folclore de varias naciones, aunque no hay pruebas de que la narración japonesa proceda de otros pueblos. Pero en la versión idealizada del No drama se representa a la doncella como a una de las hadas que espera al príncipe celestial que reside en el palacio Luna, idea claramente tomada de una leyenda budista sobre la Luna. Además, en esta versión la doncella conserva intacta su virginidad, y el motivo principal del cuento es el contraste entre la noble pureza de la doncella celestial y la codicia de la humanidad. La historia es como sigue:[38]

Era un bello día de primavera. Una doncella celestial descendió al pinar de Hiho, una playa arenosa de la costa del Pacífico donde hay una hermosa vista del Monte Fuji apuntando al cielo desde el otro lado de las aguas. La doncella quedose encantada ante la belleza de aquel lugar y olvidó su hogar celeste. Pasó por allí un pescador y percibió un aroma milagroso que perfumaba el aire, al mismo tiempo que veía una maravillosa prenda de plumas colgada de un pino. Mientras el pescador examinaba la prenda y se preguntaba qué era, se le apareció el hada y dijo que era su vestido de plumas, semejante al de todas las doncellas celestiales. Esto despertó la codicia del pescador, que se negó cruelmente a devolver el vestido. La doncella lloró por su perdida y finalmente convenció al pescador a devolverle la prenda bailando ante él una de las danzas celestiales. Esta escena se describe así:

(Lamento del Hada)

Hada

En vano mis miradas recorren la pradera celestial,

donde se levantan los vapores que envuelven el aire,

y ocultan los conocidos senderos de nube a nube.



Coro

¡Nubes! ¡Nubes viajeras! Ella suspira y suspira en vano,

volando como vosotras para volver a pisar el cielo;

en vano suspira para oír como antes oía

los mezclados acentos del ave del Paraíso;

esa bendita voz se debilita. En vano el cielo

resuena con el canto de la grulla que regresa;

en vano escucha, donde el océano lava la arena,

a la gentil gaviota o a las olas del mar;

en vano observa por donde el céfiro barre la pradera;

todo, todo puede volar... pero ella no volará nunca más.



(El hada baila)

Hada

Y en este firmamento se levanta un palacio en la Luna, construido por manos mágicas.



Coro

Y desde ese palacio gobiernan treinta monarcas,

de los que quince, hasta que está llena la Luna,

entran de noche, ataviados de blanco;

pero que, desde la decimosexta noche de luna llena,

cada noche ha de desvanecerse uno en el espacio,

y cincuenta monarcas vestidos de negro ocupan su lugar,

mientras, siempre girando en torno a cada rey feliz,

las hadas que les sirven entonan músicas celestiales.



Hada

Y una de estas soy yo.



Coro

Desde esas brillantes esferas

quietas por un momento, aparece esta dulce doncella.

Aquí en el Japón desciende (dejando detrás el cielo)

para enseñar el arte de la danza a la humanidad.

Y cuando el grupo emplumado

de hadas pase con sus alas plateadas,

se llevarán la roca de granito.

¡Oh, mágicos sones que llenáis nuestros entusiasmados oídos!

El hada canta y desde las esferas nubosas

resuenan al unísono los laúdes,

las cítaras y los címbalos de los ángeles

y sus flautas hermosamente plateadas.



Resuenan a través del cielo que brilla con tonos purpúreos,

como cuando la ladera occidental del Someiro muestra

los tintes del crepúsculo, mientras la ola azul

de isla en isla lava las costas vestidas con pinos;

desde la vertiente de Ukishima una bella tormenta

arranca las flores; y no obstante esa forma mágica,

esas alas nevadas, aleteando a la luz,

seducen nuestras almas con gracia y deleite.



Hada

¡Salud a los reyes que se alejan de la Luna!

El cielo es su hogar, y también lo son los Budas.

Coro

Las prendas mágicas cubren los miembros de las doncellas.



Hada

Son, como los mismos cielos, del más tierno color azul.



Coro

O, como las nieblas primaverales, todas de un blanco de plata,

fragante y bello... ¡demasiado bello para la mirada mortal!

Danza, dulce doncella, en tus horas felices...

Danza, dulce doncella, mientras las flores mágicas

coronando tus trenzas se agitan al viento

movidas por tus alas en movimiento.

Danza, porque jamás la danza mortal podrá

competir con esa dulce danza que traes del cielo;

y cuando, por entre las nubes, debas volver pronto

a tu hogar en la luna llena,

escucha nuestras plegarias, y con tu bella mano

derrama grandes tesoros sobre nuestra tierra dichosa.

Bendice nuestras costas, refresca todos los prados,

para que la tierra pueda producir más cosechas.

¡Mas ah, la hora, la hora de partir suena!

Cogidas por la brisa, las alas mágicas del hada

la llevan al cielo desde la costa de los pinos.



¡Más allá de la marisma inmensa de Ukishima,

más allá de las alturas de Ashitaka y de donde se extienden

las nieves eternas de la cabeza del Fujiyama,

cada vez más alto a los cielos azules,

hasta que las nieblas viajeras la ocultan a nuestros ojos!



La «danza de Azuma», como se llama, tuvo su origen en la danza de esa hada en la playa de Miho, y de esta manera la «Goset» o «Danza de los Cinco Tactos» se atribuye a las hadas de las flores de cerezo. Cuando el emperador Temmu, que reinó en el siglo VIII, tocaba el Koto en el palacio de Yoshino, el paraje de los cerezos floridos, aparecieron en el cielo cinco hadas tañendo sus instrumentos en armonía con el real músico, y bailaron ante él la danza de los cinco tactos. Después, la música y la danza formaron una de las festividades observadas regularmente tras cada coronación imperial. En el teatro No, el coro describe la escena con estas palabras:

¡Oh, qué maravilla!
Se oye música en el cielo,
Milagros as aromas llenan el aire,
caen pétalos del cielo como gotas de lluvia...
¿No son éstos los signos de un reino pacífico?
¡Escuchad!, más allá de toda imaginación son dulces
los sonidos que resuenan al unísono,
arpas y guitarras, flautas y cuernos,
campanas y tambores de todas clases;
una gran orquesta torna armonioso el aire sereno,
la sedante brisa de la primavera.
Con el acompañamiento de la música celestial
bailan las doncellas celestiales, flotando en el aire,
agitando sus mangas de plumas,
volando y agitándose entre las flores de los cerezos.

Otra historia en la que un hada doncella desciende a la Tierra es la de «La Dama Resplandeciente» (Kaguya-hime). Una de sus versiones es la siguiente:
Érase una vez un anciano que vivía en la provincia de Suruga, donde se levanta el Monte Fuji. Cultivaba bambúes. Una primavera dos luciérnagas hicieron su nido en el bosquecillo de bambúes, y allí encontró el viejo a una niña encantadora que dijo llamarse Kaguya-hime. El anciano cogió a la niña y la crió con todo su amor. Cuando la niña creció se convirtió en la joven más bella del país. Así fue llamada a la corte imperial y se convirtió en la princesa consorte del Emperador. Transcurrieron siete años y un día la princesa le dijo a su esposo:
—Yo no soy como tú, un ser humano, aunque un cierto lazo me une a ti. Ahora termina ya mi tiempo en la Tierra y debo regresar a su morada celestial. Lamento abandonarte, pero es mi deber. En memoria mía guarda este espejo en el que verás mi imagen.
Con estas palabras desapareció de la vista del Emperador. Este echó tanto de menos a su cónyuge que decidió seguirla al Cielo. Entonces, subió a la cumbre del Fuji, el monte más alto del país, llevando el espejo en la mano. Pero al llegar a la cima no vio ningún rastro de la doncella perdida, ni logró ascender más hacia los cielos. Su pasión era tan poderosa que surgió una llama de su pecho[39] y se incendió el espejo. El humo derivó al cielo, y desde aquel día sigue ascendiendo desde la cumbre del Fuji.
Se conoce otra versión de la misma leyenda con el nombre de «El plantador de bambúes». Según esta versión, el anciano halló a la niña dentro de un tallo de bambú, y cuando creció muchos la pretendieron en matrimonio. Ella pedía a sus pretendientes que realizaran alguna proeza muy difícil y prometía casarse con el que mejor efectuase la tarea asignada. Cinco pretendientes accedieron a someterse a la prueba y a cada uno se le pidió que trajese un precioso objeto a la damita. Los pretendientes hicieron lo que pudieron, pero todos fracasaron. Por esto, cada uno inventó una hábil mentira para justificar el fallo. Pero la doncella adivinó la verdad y los rechazó a todos. Esta historia, por tanto, es didáctica y satírica.
Bien, el Emperador reinante, al enterarse de la hermosura de la joven, la llamó a palacio, pero ella se negó a ir aunque le envió cartas y poemas. El Emperador se consoló un poco con esta correspondencia, pero de pronto supo que la doncella era de origen celestial y que iba a regresar al palacio de su padre en la Luna cuando ésta estuviese a mediados de otoño. El Emperador, deseando retener a la doncella en la Tierra, envió un ejército ordenando a los soldados que custodiasen la casa de la joven. Llegó la noche, apareció un banco de nubes en el cielo, y los soldados no pudieron disparar ni luchar porque sus brazos y piernas estaban paralizados. Así, la doncella fue llevada a su morada por su padre, el Rey de la Luna. No obstante, dejó un cofre con medicinas y una carta para el Emperador. Tras la desaparición de la doncella, el Emperador envió sus hombres con el cofre a la cumbre del Monte Fuji. Allí quemaron las medicinas y desde entonces humea aquel volcán.

No sólo las doncellas celestiales descienden a la Tierra y se casan con seres humanos en el folclore japonés, sino que una doncella de las profundidades del mar a veces se convierte en la esposa de un mortal, aunque cuando se produce uno de tales casamientos, según los relatos, el hombre usualmente desciende a la mansión de su esposa. Universalmente, sin embargo, el hada y su amante mortal están destinados a una temprana separación. Estas historias de las doncellas marinas no son simples cuentos de amor, sino que narran ampliamente el mundo que hay en el océano o más allá del mismo. La separación de las parejas casadas es el resultado de la añoranza del ser, que ha abandonado su elemento natural, por su antiguo hogar. Cuando la doncella baja del Cielo, su regreso se debe a la expiración de su tiempo en la Tierra, mientras que cuando un esposo humano ha descendido al mar, la separación es consecuencia de una ruptura de la promesa que hizo. Además, la estancia del esposo en el reino ideal le parece muy corta, pero cuando vuelve halla que en realidad ha sido muy larga. Su morada terrestre ha desaparecido y todos sus parientes han muerto ya. Este tema, que recuerda al lector la experiencia de Rip van Winkle[40], apunta al contraste entre la existencia evanescente de la humanidad y la duración interminable de la vida ideal.
La idea de un mundo más allá del nuestro fue estimulada por las enseñanzas budista y taoísta, viéndose con claridad estas influencias en el posterior desenvolvimiento de tales historias.

La narración más famosa de este tipo es la del joven pescador Urashima, o más apropiadamente Urashima Taro, «el Hijo de la Isla de Arena». Generalmente, se sitúa su lugar natal en Tango, en el Mar del Japón, pero a veces en Sumi-no-ye, en el Mar Interior. Las versiones más antiguas se encuentran en las crónicas sintoístas y en una antología del siglo VIII. En las crónicas, su estancia en el mundo del más allá duró setecientos años y su regreso se menciona como un hecho histórico. Este relato fue relacionado más tarde con la tradición budista del Palacio del Dragón (Ryu-gu) y a la doncella de la historia se la llama Oto-hime, la hija menor del Rey Dragón.

La historia, en su forma más simple, es como sigue: el joven pescador Urashima se hallaba en alta mar con su barca cuando vio venir hacia él una joven. Esta quiso llevarle a su casa y él la siguió hasta su distante reino de las aguas profundas, donde se alzaba un bellísimo palacio. La joven era la hija del rey, y Urashima se casó con ella. Al cabo de tres años de matrimonio feliz Urashima sintió el deseo urgente de ir a ver a sus padres. Su esposa era demasiado tierna para resistirle y, al partir, le entregó un cofrecillo gracias al cual podría volver al palacio del Dragón, a condición de no abrirlo jamás. Urashima regresó a su país natal y lo encontró totalmente cambiado. Ante su asombro vio que habían transcurrido setecientos años desde su partida y que su misteriosa desaparición era ya una tradición entre sus paisanos. Experimentando una gran confusión mental, y esperando hallar algún consuelo en el cofre entregado por su esposa a fin de poder volver al Reino del Dragón, levantó la tapa, y ante su enorme sorpresa vio unas volutas de humo que salían de su interior y volaban hacia el mar. Tan pronto como quedó vacío el cofre, todo el cuerpo del joven experimentó un intenso escalofrío, su cabello se tornó blanco y en conjunto se transformó en un viejo que contaba cientos de años. Allí mismo murió Urashima, y ahora tiene una capilla en la costa de Tango.[41]
La historia de Urashima estimuló la invención de varios cuentistas que añadieron algunos detalles de creación propia. Una versión, probablemente del siglo XV, dice que Urashima, después de abrir el cofrecillo, se metamorfoseó en una grulla, ave que se supone vive centenares de años, y que él, como grulla, y su esposa, como tortuga, viven eternamente. Este cuento ilustra una particularidad de la edad: el rechazo de la gente a escuchar historias que tuvieran un carácter poco trágico a pesar de, o quizás a causa del hecho de que fue una época de guerras y desintegración social. Por otra parte, un escritor moderno que ha dramatizado la historia pinta a Urashima como el representante típico del joven actual, que busca ideales soñadores sin grandes esfuerzos ni someterse a un entrenamiento metódico.
Una historia similar relativa a la hija del Rey del Mar se atribuye a la abuela del legendario fundador del Imperio.
Hiko-Hohodemi, «la llamarada», perdió en cierta ocasión un anzuelo que le había pedido a su hermano mayor Ho-no-susari, «la llama moribunda». Cuando el hermano mayor le rogó al menor que le devolviese el anzuelo, éste no supo qué hacer ni qué decir, pero una vieja deidad le aconsejó que viajase más allá del mar. Llamarada cruzó el mar en una barca y llegó a un palacio edificado con un material parecido a las escamas de los peces. Era la residencia del Rey del Mar, donde Hiko-Hohodemi conoció a una joven muy hermosa. Se llamaba Toyo-hama-hime, «La Dama con Abundancia de Joyas», hija del rey, y a éste le sedujo la idea de que su hija se casase con una deidad celeste, ya que Hiko-Hohodemi era descendiente de la diosa del Sol. Casada la pareja, vivieron muy felices durante tres años, cuando el esposo le reveló a su mujer que había llegado a su reino en busca del anzuelo perdido. Fue un asunto de poca monta para su suegro, el rey de las profundidades marinas, encontrar el anzuelo, por lo que Hiko-hohodemi regresó a su lugar natal seguido de su esposa.
Bien, una vez en su morada terrestre, la esposa dio a luz un niño. Pero antes del parto la madre, siguiendo la costumbre, fue trasladada a un pabellón construido para tal ocasión. Ella le pidió a su marido que no mirase dentro del pabellón en el momento del parto, porque en aquel trance debía tomar su forma original de mujer-dragón. Pese a su promesa, el esposo atisbo por una ventana y por eso su esposa abandonó a su marido y a su hijito y regresó a su palacio más allá del mar.
Las influencias budista y taoísta tuvieron suma importancia en el desenvolvimiento de la tradición de las hadas en el Japón, y los conceptos primitivos de existencias ideales o fantásticas quedaron, gracias a esas influencias, mucho más definidas y elaboradas. En general, las importaciones budistas fueron de dos categorías, siendo una las Devatas (en japonés Tennyo o Tennin, las doncellas celestiales), que vuelan por los cielos, y la otra es la de las Nagas (en japonés Ryujin o espíritus dragones), que residen en las profundidades marinas. La literatura china o taoísta introdujo el Hsien (en japonés Sennin), literalmente «los Hombres de las Montañas», que son seres celestiales, casi todos de origen humano y que ejecutan proezas mágicas, viviendo existencias inmortales. Son de ambos sexos, viejos y jóvenes, algunos de aspecto raro y otros con facciones nobles y hermosas, pero todos se alimentan con bocados ambrosíacos y llevan una vida de total emancipación, ni molestados ni ocupándose de los asuntos humanos. Aunque los seres de estas distintas categorías fueron ocasionalmente amalgamados en un nuevo reino de invención completamente japonesa, usualmente son algo muy distinto. Estudiaremos las tres categorías, una tras otra, y examinaremos algunas historias que ilustran el papel que desempeñan en la mitología del Japón.
[37]  En una de las versiones atribuidas a Hinu-yama en Tango, el hombre es un anciano que adopta al hada. Muchos hombres se disputan sus favores, pero todos fracasan. Esta historia se parece, pues, a la de la Dama Brillante, que se narra más adelante. Cuando sus pretendientes la urgen a casarse, ella huye hacia el Cielo.
[38]  Véase una traducción inglesa en B. H. Chamberlain, The Classical Poetry of the Japanese, Londres, 1880. Aquí se reproduce la última parte de esa traducción.
[39]  La expresión japonesa para una fuerte pasión es «el pecho inflamado».
[40] Famoso cuento del escritor estadounidense Washington Irving. (N. del T.)

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