martes, 26 de julio de 2016

Historias de animales en la mitología japonesa

El animismo sintoísta todavía es una fuerza vital entre el pueblo japonés. Como ya vimos, la mitología japonesa basó su concepto de las cosas en la creencia de que todo lo animado y lo inanimado tiene un alma, con actividades más o menos análogas a las del alma humana. Esta creencia no es demasiado firme hoy día, pero durante el período en que se originaron los mitos y las leyendas la imaginación popular estuvo llena de una imaginería animista. No sólo se suponía que los animales y las plantas podían pensar y obrar al estilo del hombre y la mujer, sino que sus metamorfosis en otras formas de vida o en seres humanos constituían el tema principal de sus tradiciones.
El budismo alentó esta concepción animista de la naturaleza con las enseñanzas de la transmigración. La humanidad es, según esa doctrina, sólo una de las múltiples fases de la existencia que incluye a los seres celestiales, a los animales, a las plantas e incluso a los duendes y los demonios. Los animales, por supuesto, son menos autoconscientes que la humanidad, y las plantas todavía son menos móviles e inteligentes, pero sus vidas pueden pasar a los seres humanos y a otras formas de existencia. Filosóficamente hablando, la doctrina budista no es sólo animista, sino que, dentro de la mente popular, llega a una elaboración y extensión muy grandes del original animismo sintoísta. Por esto, los relatos ingenuos sobre animales y plantas, que proceden de los tiempos más remotos, han sido a menudo enriquecidos con signos de piedad y simpatía, o con tristes reflexiones sobre las miserias de la existencia en general, que muestran claramente la influencia de las enseñanzas budistas. Como un amigo muy querido, después de su muerte, puede nacer otra vez metamorfoseado en animal o planta, y como uno mismo puede haber pasado también por una de estas fases de transmigración, no es posible considerar otras existencias como extrañas o remotas, sino relacionadas de una forma u otra con nosotros mismos, bien por un parentesco en el pasado o en el futuro. Estas reflexiones y sentimientos determinaron pronto la actitud del pueblo hacia los demás seres, estimuló la propensión mitopoética de su imaginación, y ahondó su interés por los seres de quienes se contaban tales relatos.
A menudo, es la odisea astucia de algún animal o una divertida peculiaridad de su conducta lo que constituye la base del cuento animal. También hay muchas historias sobre animales que muestran una gratitud o un afecto especial a los seres humanos, y usualmente reflejan la interdependencia mutua de todas las existencias y el especial énfasis puesto por el budismo y el confucianismo en la virtud de la gratitud. Naturalmente, estas fábulas, pues esto son, en efecto, tienen frecuentemente un propósito didáctico o moral, y de algunos hablaremos al referirnos a los cuentos didácticos tan queridos del folclore japonés.

Tal vez la más antigua de las historias de animales sea la de «La Liebre Blanca de Inaba», contada en relación con las aventuras de Oh-kuni-nushi, el héroe de la tribu Izumo.
En otros tiempos vivía en la isla de Oki una liebre blanca. Esta liebre quiso un día cruzar las aguas y llegar al continente. Para ello le preguntó a un cocodrilo si tenía tantos parientes como tenía ella, y luego fingió creer que el cocodrilo superaba las dimensiones de su familia. Acto seguido le pidió al cocodrilo que llamase a cada uno de los miembros de su tribu y los obligase a tenderse sobre la superficie del mar, formando una larga fila.
—De este modo pasaré por encima de vosotros e iré contando cuántos cocodrilos hay en el mundo —explicó la liebre.
Los cocodrilos accedieron a esta proposición y formaron una larga fila desde Oki al continente; la liebre fue saltando de uno en otro hasta que al fin estuvo cerca de la costa. Orgullosa del éxito de su estratagema, la astuta liebre se echó a reír ante la facilidad con que había engañado a los estúpidos cocodrilos. Pero se burló demasiado pronto, ya que el último cocodrilo la cogió, la despellejó y la hundió en el agua. Y así, la desdichada liebre tuvo que llegar a la costa desnuda y muerta de frío.
En Izumo había una familia compuesta de muchos hermanos. Y todos ellos ansiaban lograr el amor de una princesa que vivía en Inaba. Por eso se dirigieron a Inaba para sitiar el corazón de la joven, pero los hermanos mayores se mostraron crueles con el menor, Oh-kuni-nushi, obligándole a acarrear todo el equipaje. De modo que el pobre hermano fue siguiendo a los otros con mucho retraso. Mientras andaban por la costa, los hermanos mayores vieron a la liebre y, en vez de simpatizar con el dolor del pobre animal, la engañaron haciéndole creer que podían aliviar su pesar sumergiéndola en el agua y luego exponiendo su empapado cuerpo al viento y el sol.
Cuando la liebre siguió el malvado consejo, su piel se agrietó y sangró, padeciendo un dolor intolerable. Fue entonces cuando llegó Oh-kuni-nushi, el cual se compadeció de la liebre y le aconsejó que se lavase con agua fresca y cubriera su cuerpo con el suave polen de la planta cola de gato. La liebre le quedó muy agradecida al muchacho, y le dijo: «Ninguno de tus crueles hermanos se casará con la princesa de Inaba. Sólo tú conquistarás su corazón».
Las palabras de la liebre tuvieron fiel cumplimiento. Oh-kuni-nushi se casó con la princesa y llegó a ser el rey de Izumo, y cuando después de su muerte erigieron una capilla en su memoria y la de su esposa, la Liebre Blanca de Inaba compartió con ellos tan gran honor.

 


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