martes, 26 de julio de 2016

Relatos heroicos en la mitología japonesa

En todos los pueblos las hazañas de sus héroes primitivos adoptan inevitablemente un carácter mítico o semimítico, y si el héroe vivió en un pasado muy remoto su fama se ve afectada por este proceso mitopoético hasta tal punto que resulta difícil separar los hechos históricos de los adornos legendarios. Todavía hay otra clase de héroes cuya existencia real no se puede establecer, pero cuyas proezas legendarias forman ya tanta parte de la tradición popular que se piensa en ellos como personas tan reales, como aquéllos cuyas acciones son incuestionablemente auténticas. En una breve ojeada a las narraciones heroicas de los japoneses veremos ilustraciones de los dos tipos.

Un héroe muy famoso de la antigua mitología fue Susa-no-wo[58], el dios Tormenta, el cual, como ya sabemos, venció al dragón de ocho cabezas y salvó a una joven de ser sacrificada a aquel monstruo. Historias semejantes se cuentan de sus hijos, los cuales, al parecer, subyugaron a varios «dioses» que encontraron en sus dominios, la actual provincia de Izumo. Pero no necesitamos demorarnos en estas historias que son puramente míticas, pues las narraciones estrictamente heroicas empiezan con el valiente Yamato-Takeru.
Este príncipe, hijo de un emperador, vivió en el siglo II de esta era. Fue enviado en una expedición hacia las desobedientes tribus del Oeste para vengar las atrocidades cometidas contra sus hermanos. En cierta ocasión, disfrazado de mujer, logró ser admitido en la mansión de un jefe, y su disfraz era tan ingenioso que el enemigo no sospechó la verdad. El jefe se emborrachó en un festín que dio en honor de la supuesta dama, y el Príncipe le apuñaló, dominando a toda la tribu. Acto seguido, el moribundo jefe le dio a Yamato el título de «Guerrero heroico del Japón», admirado por el valor y la sutileza del príncipe[59].
Tras su triunfal retorno, el príncipe fue enviado a las provincias orientales, donde también quedaron dominados los aborígenes ainu. De camino, oró ante la sagrada capilla de Atsuta, donde estaba depositada la espada que Susa-no-wo arrancó del dragón de ocho cabezas al que había dado muerte. Yamato, pues, cogió la espada milagrosa y fue esta arma la que le salvó de todo peligro entre los ainu. Estos bárbaros pretendieron lograr la rendición del príncipe, invitándole a una cacería por la vasta pradera, pero mientras el príncipe se hallaba en medio del yermo, prendieron fuego a la maleza. El héroe cortó los hierbajos que le rodeaban con la espada, y después de escapar ileso del incendio venció a los bárbaros. Desde entonces, a la espada milagrosa se la conoce con el nombre de Kusa-nagi, «la Podadera».
Otra vez, durante la misma expedición, la barca del príncipe se vio terriblemente zarandeada por una fortísima tormenta. Sabiendo que la misma se debía a la cólera de los dioses contra el poseedor de la espada que les había sido arrebatada, y que no se calmaría la tempestad sin un sacrificio humano, la consorte del príncipe se arrojó al agua. Al momento, la embarcación pudo cruzar el océano ya en calma.
Tras diversas aventuras, el príncipe regresó a Atsuta. Allí se enteró de que un espíritu maligno se había rebelado en una montaña no lejos del lugar, y el príncipe allí se dirigió para dominar también al espíritu Sin embargo, ésta fue la última de sus aventuras, ya que cayó enfermo de las fiebres que el espíritu malvado llevaba consigo. El príncipe todavía volvió a Atsuta pero ya no se recuperó de la enfermedad. Cuando murió y fue debidamente enterrado, un pájaro blanco surgió del túmulo. Entonces, levantaron otro en el sitio por el que el pájaro había desaparecido. Pero de nuevo el pájaro salió del segundo túmulo, por lo que fue erigido un tercero, de modo que hay tres sitios, en cada uno de los cuales se dice que reposa el príncipe.[60] La metamorfosis de éste en pájaro puede interpretarse de varias maneras, pero aquí no hay espacio para estudiarlas.
Después de Yamato-Takeru viene la emperatriz Jingo, que dominó al principado de Corea en el siglo III. Emprendió la acción obedeciendo al oráculo de una deidad, y el viaje se efectuó con la ayuda de dos joyas que le ofrecieron los Dioses del Mar. Una de dichas joyas poseía la milagrosa virtud de elevar el nivel de las aguas del mar, y la otra la de bajarlas. Gracias a estos tesoros, la emperatriz pudo controlar las mareas y llevar a salvo sus tropas a tierra firme.

Sea cual sea el origen histórico de esta leyenda, la protagonista, junto con su hijo[61], nacido al regreso de aquella expedición, y su anciano consejero, forman un célebre trío de héroes. Sus imágenes suelen ser llevadas en procesión durante la fiesta anual de las muñecas para niños, y se invoca su ayuda a fin de que los jóvenes puedan convertirse en héroes y llevar a cabo victoriosas proezas.


En el siglo XI se inició la época heroica del Japón, caracterizada por el auge de la clase guerrera. El clan que desempeñó el papel principal en la historia de aquellos tiempos fue el Minamoto, y entre los primeros héroes de dicho clan, Yoshi-iye es el más popular. Yoshi-iye celebró la ceremonia que señalaba su mayoría de edad ante el santuario dedicado a Hachiman, el hijo de Jingo, y en tiempos posteriores estos dos héroes fueron reverenciados como los patronos y protectores del clan Minamoto y, por consiguiente, como guerreros en general.
El animal íntimamente asociado con el dios-héroe, Hachiman, dios de los Ocho Estandartes, era la tórtola, y los Minamoto siempre consideraron la aparición de las tórtolas por encima de los campos de batalla como un buen augurio. Las hazañas de Yoshi-iye están asociadas a sus expediciones militares al nordeste del Japón, y ya se hizo referencia a las leyendas locales que le conciernen.

El más popular y famoso de los primeros generales del clan Minamoto es Raiko, más apropiadamente Yorimitsu[62]. Siempre iba rodeado por cuatro valientes tenientes,[63] y se cuentan diversas leyendas de cada uno de ellos. La aventura más conocida es la expedición contra un grupo de seres diabólicos, cuyo cabecilla era Shuten Doji, o «Joven Beodo», cuya fortaleza se hallaba en el monte Oye-yama.
El Beodo era una especie de ogro que se alimentaba de sangre humana. Tenía una cara juvenil, pero el tamaño de un gigante, y vestía ropas escarlatas. Sus vasallos eran también seres diabólicos, de aspecto sumamente repulsivo. Sus correrías en busca de pillajes y desmanes de todas clases no tardaron en propagarse por la vecindad de su morada, llegando a la capital, y muchas nobles damas fueron sus víctimas, por lo que el gobierno le ordenó a Raiko que venciera a tales demonios. Tsuna, uno de los cuatro tenientes de Raiko, ya había dominado a un enorme ogro, cortándole un brazo, por lo que cabía esperar que el Beodo no fuese tampoco invencible, a pesar de que para Raiko y sus tenientes no fuese fácil abrirse paso hacia la residencia fortificada del ogro.
Raiko decidió disfrazar a sus hombres como un grupo de sacerdotes de montaña, como los que solían vagar por aquella región. De esta manera, el grupo fue admitido dentro de la fortaleza del Beodo, hasta la que fueron guiados por un hombre misterioso, que también le entregó a Raiko cierta cantidad de una bebida mágica, con la que envenenar al ogro.
Éste recibió a sus huéspedes sin sospechar nada, y al llegar la noche, los supuestos frailes le ofrecieron al Beodo y a sus servidores la bebida ponzoñosa, divirtiéndoles cantando y bailando alegremente. Cuando los ogros estuvieron bastante atontados, los guerreros se despojaron de sus disfraces, apareciendo con armaduras y cascos, y tras una ardua lucha consiguieron matar al ogro y a sus seguidores.
El espíritu del Beodo tembló de furor tras la muerte de su cuerpo, y su cabeza, cortada por Raiko, se elevó por el aire y trató de atacarle. Pero los héroes, gracias a su valor y a la ayuda divina, no tardaron en adueñarse de la situación. La ciudad de Miyako se estremeció de júbilo cuando el victorioso Raiko, con sus cuatro tenientes, regresó mostrando la cabeza del monstruo y encabezando una procesión de mujeres a las que habían librado de su cautividad en la fortaleza del ogro.
Los alternativos ascenso y descenso de los dos clanes militares, Minamoto y Taira, que tuvieron lugar en rápida sucesión durante la segunda mitad del siglo XII, fue un rico venero de relatos heroicos. A los dos clanes se les llamaba colectivamente Gen-Pei,[64] y su rivalidad, sus victorias y sus derrotas constituyen la sustancia de poesías, novelas y dramas. Uno de los héroes épicos más populares es Tame-moto, el famoso arquero, si bien aún son más conocidos Yoshitsune, su amigo y servidor Benkei, y su amante, Shizuka.
Entenderemos mejor sus historias si sabemos algo de sus antecedentes históricos. Los dos clanes militares llegaron a ser influyentes en el campo político a través de la guerra civil de 1157, aunque hacía ya tiempo que estaba preparado el camino para ellos. De todos modos, el equilibrio del poder entre ambos clanes no estaba preservado fácilmente, y cuando en 1159 estalló otra guerra civil, los Minamoto fueron completamente derrotados por los Taira. En la guerra de 1157 cada bando fue equitativamente dividido en dos campos contendientes. Tamemoto estuvo en el lado perdedor, y uno de sus hermanos peleó en el otro, y en la pasión del momento se atrevió incluso a ejecutar a su padre. Tamemoto, del que hablaremos más adelante, se exilió a una isla del Pacífico. En la segunda guerra, los Tairas vencieron a los Minamoto, y el jefe de éstos, hermano de Tamemoto, murió en una de las batallas. Dejó tres hijos, a los que los vencedores estuvieron a punto de matar, si bien al final les perdonaron la vida. Este acto compasivo produjo unos frutos desdichados para los Taira, puesto que los tres jóvenes perdonados los derrotaron treinta años más tarde. En aquel tiempo, el mayor de los tres huérfanos era el jefe del clan Minamoto, pero el guerrero más famoso fue Yoshitsune, el menor de los tres hermanos y el más popular de todos los héroes japoneses.

Por su parte, Tamemoto, el infeliz tío de Yoshitsune, fue famoso como arquero, incluso en su niñez. Descontento con las condiciones de Miyako, donde la oligarquía Fujiwara oprimía a los militares, Tamemoto huyó de la capital y se marchó al Oeste, cuando tenía sólo catorce años. Allí, sus aventuras entre los guerreros locales le convirtieron en un héroe temido y en el cabecilla de otros jefes menos famosos. Cuando en 1157 estalló la guerra en Miyako, Tamemoto regresó para combatir al lado de su familia. Pero su clan fue derrotado, su padre resultó muerto y él volvió al exilio.
Sin embargo, su ánimo aventurero no decayó. Dominó a los habitantes de la isla a la que se había desterrado y los gobernó en calidad de rey. De esto se enteró el gobierno del Japón y envió una expedición a la isla. Cuando Tamemoto vio aproximarse la flota, cogió su más potente ballesta y con una flecha tocó a uno de los barcos, horadando uno de los costados con lo que la nave zozobró. El maravilloso arquero hubiese podido hundir a los restantes barcos de la misma manera, pero vaciló en hacerlo e incluso en defenderse con la ayuda de los isleños, porque ello significaba la muerte de más hombres por su culpa. Por tanto, se retiró al interior de la isla y allí se suicidó.
Esta es la antigua leyenda, pero la imaginación popular nunca quedó satisfecha con este final, deseando que el héroe viviese para poder realizar más hazañas. La tradición, de este modo, hace que Tamemoto no muriese, sino que huyese de la isla para correr otras maravillosas aventuras. Tomando esto como base, un escritor del siglo XIX quiso contar la vida posterior del héroe, y cómo llegó a las islas Loochoo y fundó allí una dinastía real. Esta fantasía, junto con las proezas ficticias que el escritor le adjudicó a su héroe, llegó a ser tan popular, que en la actualidad son muchos los que creen en la realidad de tales relatos, y llaman a Tamemoto el primer rey de las islas Loochoo.

El segundo héroe famoso es Yoshitsune, que tuvo un hijo llamado Ushiwaka. En la segunda guerra civil, salvó la vida casi por milagro, junto con su esposa, huyendo de allí, y la leyenda dice que a él y a sus hermanos el jefe de los vencedores Taira les perdonó la vida por amor a su madre. El menor de los tres hermanos fue enviado a un monasterio de Kurama, una montaña al norte de Miyako, donde vivió como paje del abad, con el nombre de Ushiwaka Maru.
El pequeño Ushiwaka, hasta en su niñez, siempre proyectó vengar la derrota de su familia a manos de los Taira. Considerando que la primera virtud de un buen guerrero era ser un buen espadachín, el muchacho iba cada noche, cuando todos dormían, al bosque contiguo al monasterio, donde practicaba sin descanso con una espada de madera contra los árboles. La dictadura tiránica del clan Taira ya estaba provocando una revuelta popular y, según la leyenda, los sobrenaturales tengus simpatizaban con el espíritu de la rebelión. El genio del monte Kurama era uno de ellos, un jefe tengu llamado Sojo-bo. Una noche, Sojo-bo se le apareció a Ushiwaka para ofrecerle su ayuda, simpatizando con su entusiasmo por la venganza.
Imaginemos la escena. En la negrura de la noche, entre las montañas, nada se oía. De repente, el gigantesco monstruo tengu estaba frente al niño armado con su espada de madera. Los furiosos ojos del tengu relucían en la oscuridad del bosque, sus ropas eran de color escarlata, y en la mano derecha llevaba el abanico tengu.[65] El gigantesco tengu le preguntó al niño por qué se ejercitaba continuamente en el uso de la espada. Ushiwaka le confesó su ardiente deseo de vengarse, y el tengu, aprobando esta ambición, prometió enseñarle algunos secretos del arte de la esgrima e instruirle en las tácticas y la estrategia militares. Entonces, Sojo-bo convocó a sus servidores, los tengus voladores, y les ordenó darle a Ushiwaka el beneficio de su experiencia y la habilidad para perfeccionar su condición de espadachín.
A continuación, Ushiwaka se reunía todas las noches con los tengus, y muy pronto fue tan diestro en el manejo de la espada que aquéllos ya no pudieron rivalizar con él. Finalmente, Sojo-bo, orgulloso de los progresos del muchacho, le enseñó todos los secretos del arte militar y le entregó un rollo en el que estaban escritos dichos secretos. De este modo Ushiwaka se graduó en la ciencia militar en la academia boscosa de los tengus, y se cree que todos sus triunfos militares de los años posteriores fueron el resultado de la celosa instrucción de Sojo-bo.
Ushiwaka no era tan ingenuo como para pensar que sus proezas, sin una ayuda, lograrían llevar a buen término sus proyectos, por lo que le rezaba regularmente a Kwannon, la diosa de la misericordia, para que le otorgara su constante guía y protección. A este fin, visitaba todas las noches un templo de la diosa llamado el Kiyomizu Kwannon, en la parte sudeste de Miyako. De camino tenía que atravesar el puente de Cojo, el puente de la Quinta Avenida, que cruzaba el río Kamo, el Amo de la Florencia japonesa, y la apariencia nocturna del misterioso joven, con su rostro oculto por un tenue velo de seda, pronto fue tema de chismorreos entre la gente de Miyako.
Por aquel entonces había un monje soldado llamado Benkei, que había pertenecido al monasterio del monte Hiei, pero que ahora residía en Miyako buscando alguna aventura excitante. Benkei oyó hablar del joven misterioso y decidió averiguar si se trataba de un ser humano o de una aparición sobrenatural. Para ello, Benkei se pertrechó con varias armas: espadas, una varilla de hierro, una sierra, etcétera, y se vistió con sus ropas monásticas y el inevitable capuchón.
Estando al acecho del muchacho misterioso, oyó el sonido de las botas laqueadas del joven sobre las planchas del puente. Se iban aproximando cada vez más hasta que al llegar a la mitad del puente, el gigantesco monje se dejó ver, gritando:
—¡Alto, muchacho! ¿Quién eres?
Ushiwaka no hizo caso de estas palabras. El valeroso Benkei intentó detenerle, pero el muchacho siguió adelante sin mirar siquiera al monje. Esto enojó tanto a Benkei que lanzó una estocada contra Ushiwaka, que éste paró con un golpe que arrancó el arma de la mano del monje. Comprendiendo que debía luchar ferozmente contra aquel ducho adversario, Benkei sacó la varilla de hierro, pero el muchacho dio un tremendo salto y esquivó el poderoso golpe. Para empeorar el asunto, se echó a reír burlonamente ante las narices del monje, el cual lanzaba golpe tras golpe contra su esquivo oponente... todos en vano. El jovencito saleaba alrededor, por encima y por detrás de Benkei como si fuese un pájaro. El largo entrenamiento de Ushikawa con los tengus estaba probando su valía, y al final Benkei se vio obligado a arrodillarse delante de aquel misterioso muchacho y pedirle perdón[66]. A partir de entonces, Benkei fue un fiel servidor de Ushiwaka y peleó a su lado en todas sus batallas, hasta que murió para salvar la vida a su amo.
Hay muchos relatos acerca de las hazañas bélicas de Yoshitsune, como acabaron llamando a Ushiwaka, y de su fiel amigo Benkei. Juntos lograron grandes victorias contra los Taira, y juntos fueron desterrados cuando Yoshitsune padeció por los celos y las sospechas de su hermano mayor. Estas leyendas, especialmente la de la última y desesperada pelea, y de los últimos momentos de Benkei, cuando murió frente a las flechas arrojadas por sus triunfantes enemigos, se cuentan aún hoy día con admiración y entusiasmo.[67] Pero son demasiado largas y numerosas para ser contadas aquí, por lo que sólo nos referiremos a un episodio de la heroica vida de Yoshitsune.


Tras su brillante victoria que quebrantó el poder del clan Tiara, Yoshitsune se quedó en Miyako, la capital imperial, pero pronto se enemistó con su hermano mayor, el dictador militar. El cabecilla del clan Minamoto envidiaba la fama de su hermano menor, y había muchos cortesanos ansiosos de inflamar más sus sospechas y sus celos. Por fin, el dictador desterró a Yoshitsune, el cual fue arrojado fuera de Miyako por un ataque sorpresa. Entonces se refugió en Yoshino, un lugar famoso por la belleza de sus cerezos. Allí se vio obligado a empuñar las armas contra los traicioneros monjes a los que los emisarios de su hermano habían levantado en su contra.

Durante todo ese tiempo estuvo acompañado por Benkei y otros fieles servidores, así como por su amante Shizuka. Cuando fue desterrado de Miyako, uno de sus tenientes murió por él. Era tan enorme el peligro que corría que tuvo que disfrazarse de fraile montañés y marcharse sólo con dos o tres de sus seguidores. La lastimosa situación del héroe, su pesar por la muerte de su servidor y su triste separación de su amada, son los temas favoritos de sus leyendas.
La trágica historia del destierro de Yoshitsune pone un patético final a su brillante carrera. A partir de entonces, su vida fue una sucesión de infortunios y dificultades, hasta que por fin halló la muerte en una derrota,[68] aunque siempre conservó su nobleza y su valor, pues la cualidad heroica del hombre no es menos noble bajo la adversidad que en el triunfo. Ningún otro héroe del Japón, histórico o imaginario, es tan popular como Yoshitsune, y ningún otro tuvo una carrera tan llena de hazañas hermosas y románticas, ni desdichas tan turbadoras o vicisitudes tan emocionantes.

Los cuatro siglos que siguieron al II fueron testigos del auge del régimen feudal. La guerra entre los clanes fue constante y todo el período está lleno de romances heroicos. Casi todos los relatos se basan con demasiada firmeza en hechos históricos para ser tratados en un libro dedicado a la mitología. Pero aquella época produjo muchas historias de hazañas heroicas totalmente imaginarias e incluso fantásticas, pero que, no obstante, reflejan perfectamente el espíritu de los tiempos.
El principal tema de tales historias son las aventuras y la venganza. De la primera clase, la historia de la expedición de Raiko contra el ogro Beodo, que ya narramos, es la más típica. Una de las primitivas y más famosas historias cuyo tema es la venganza la proporciona el «Soga». Trata de la historia de dos huérfanos que consiguieron, frente a innumerables dificultades, matar al asesino de su padre. Este episodio es histórico. Ocurrió en la segunda mitad del siglo XII y conmovió tanto a la imaginación del pueblo, que la historia forma parte del folclore japonés[69].
Es un relato demasiado auténtico para tener cabida aquí, pero a nuestro saber y entender, hay muy pocos relatos románticos de ese período que sean puramente imaginativos.

La más popular es la historia de Momotaro, o el «Melocotonero».[70] Es tan popular hoy día que los folcloristas japoneses proyectan erigir una estatua de bronce a la memoria del ficticio héroe juvenil, lodos los niños japoneses conocen bien esta historia. Dice así:
Érase una vez un matrimonio de ancianos que vivía cerca de las montañas. Un día, cuando la esposa lavaba unas ropas en un arroyuelo, vio que se acercaba flotando por el agua un gran melocotón. La vieja cogió el fruto y se lo llevó a su marido, y cuando éste lo abrió surgió un robusto jovencito. La pareja adoptó al chiquillo, el cual creció hasta convertirse en un muchacho inteligente e inquieto. Poco después decidió salir en busca de alguna aventura emocionante, yendo a visitar la Isla de los Diablos. Su madre le confeccionó unos buñuelos dulces y Momotaro partió solo con estas provisiones. Por el camino encontró a un perro, el cual le pidió uno de sus buñuelos. Momotaro se lo dio y el perro empezó a seguirle. Luego, de la misma manera, la compañía de Momotaro aumentó con un mono y un faisán, y todos juntos zarparon hacia la Isla de los Diablos. A su llegada atacaron la fortaleza de los diablos, no resultándole difícil dominar a aquellos monstruos. Así, regresaron con los tesoros arrebatados a los diablos. El viejo matrimonio recibió al joven jubilosamente, y los animales amigos de Momotaro bailaron ante ellos.

Un cuento heroico asociado a las hadas del mar es el de Tawara Toda, «el guerrero Toda del saco de arroz», que vivió en el siglo XI. Una noche, cuando Toda atravesaba el famoso puente de Seta sobre el desagüe del lago Biwa, divisó a una monstruosa serpiente tumbada en el puente. El héroe pasó junto a ella con calma y compostura, como si aquello no fuese nada extraordinario. Aquella misma noche, más tarde, una joven fue a casa de Toda. Le explicó que era hija del Rey Dragón, y que le admiraba por el frío valor demostrado en el puente de Seta, ya que al parecer la enorme serpiente había sido la misma joven bajo otra forma. Después, le preguntó al héroe si quería tratar de vencer a un terrible ciempiés que estaba matando a muchos de sus congéneres.
Toda, dispuesto a cumplir el deseo de la joven, salió hacia el puente. Mientras aguardaba al monstruo vio el faro que daba vueltas en torno al monte Mikanii, al otro lado del lago, y asimismo avistó dos centelleantes luces semejantes a unos espejos ardientes. Eran los ojos del terrible ciempiés. Toda disparó dos flechas contra aquellos ojos llameantes, pero las flechas rebotaron como si hubiesen chocado contra unas planchas metálicas. Entonces Toda, comprendiendo que la saliva era un veneno fatal para un ciempiés, disparó una tercera flecha empapada en su saliva. El monstruo cayó sin vida, y los dragones quedaron a salvo del temido exterminio de toda su raza.
A la noche siguiente, la dama dragón visitó a Toda de nuevo para agradecer su valiente ayuda en aquella coyuntura. Luego le rogó que la honrase, a ella y a todos los suyos, visitando su palacio, Toda la siguió hasta el palacio submarino, en las profundidades del lago, donde le ofrecieron todos los más deliciosos manjares que puede dar el agua. Antes de abandonar el palacio, el Rey Dragón le entregó tres obsequios: un saco de arroz que resultó ser, como la copa de la Fortuna, inagotable; un rollo de seda que le proporcionó unas telas de eterna duración; y una campana procedente de la India, que desde hacía largo tiempo estaba escondida en el fondo del lago.
Toda dedicó la campana a un templo erigido a orillas del lago y guardó los otros dos tesoros, que le ayudaron provechosamente en sus posteriores aventuras. Precisamente, por su posesión del inagotable saco de arroz, el pueblo siempre ha llamado a Tawara Toda, «el Señor Toda del saco de arroz».

 [58] Actualmente escrito en carácteres latinos como “Susanoo”. En este caso mantendremos, no obstante, la escritura del texto original.
[59] Obsérvese que la historia tiene semejanzas con la de Susa-no-wo.

[60]  El intento de un moderno erudito japonés por convertir al príncipe en un redentor profético fue un verdadero fracaso. Nos referimos al mismo para demostrar la importancia que los japoneses conceden a estas primitivas leyendas.
[61] Está deificado y se le conoce como Hachiman, el dios de las Ocho Banderas. Más tarde llegó a ser el patrón del clan Minamoto.
[62] Figura histórica real, que fue alcanzando cualidades mitológicas. Por fechas y similitudes en la biografía, se puede comparar al Cid castellano. (N. del T.)
[63] El número “cuatro” en éste y otros casos semejantes está sacado de los cuatro reyes guardianes de la mitología budista.
[64]  Gen es la pronunciación sino-japonesa del ideograma chino usado para designar el nombre Minamoto, mientras que Hei o Pei  junto con Gen era el nombre Taira. Los dos relatos épicos son el Hei-ke-Monogatari y el Gem-Pei-Seisui-ki, una versión ampliada del primero. Véase sobre estos dos conflictos, Saito Musashibo Benkei, de Benneville.
[65]  Para el aspecto de los tengus, véase Cap. IV.
[66]  Observar el motivo Christophorus, tan común en el folclore.
[67]    Las versiones dramatizadas de algunos de estos relatos son accesibles, con traducción inglesa de G. B. Samson, en las obras No: “Benkei en la Barrera” y “Benkei en la barca”, en TASJ, xl, 1912.
[68]   Como su tío, Tametono, según algunas tradiciones, se marchó a Yeso, y hasta el continente asiático, donde llegó a ser el Gengis Khan.
[69] El primer bosquejo del relato es el Soga-Monogatari, probablemente de la primera mitad del siglo XIII. Existen diversas versiones dramatizadas de los siglos XIV y siguientes. Una circunstancia que aumentó la popularidad de la historia fue que la venganza termina durante una cacería organizada por Yorimoto al pie del monte Fuji.
[70]   Se observa en esta historia un rastro del relato sobre la expedición de Rama a Ceilán. Esta historia se conoció a través de libros budistas, aunque de no gran circulación. 

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