miércoles, 13 de diciembre de 2017

«No figueiral, figueiredo...»

En Galicia dejó perpetua memoria el tributo de
las cien doncellas.
El famoso rey Mauregato había convenido con el
Califa de Córdoba entregarle cada año cien don-
cellas cristianas, de las más nobles y honradas
familias de sus reinos de Galicia y Asturias, para
su harén y los de los grandes señores de Al-Andalús.
Los gallegos, lo mismo infanzones que villanos,
estaban poseídos de indignada rabia por pacto tan
vergonzoso. Se negaban a entregar a sus hijas y
hermanas, las defendían de las gentes del Rey y de
los moros, y las doncellas, al ser conducidas, iban
deshechas en llanto, mesándose los cabellos, ara-
ñándose sus bellos rostros, desfigurándose para apa-
recer feas a los ojos de los enemigos de su tierra.
Las gentes del Rey conseguían siempre, por la
fuerza, sacarlas de sus casas y conducirlas a una
torre solitaria, que por ello recibió el nombre de
torre de Peito Burdelo, a la cual venían a buscarlas
los enviados del Califa, acompañados de muchos
moros armados hasta los dientes. Las doncellas,
conforme iban siendo conducidas, esperaban allí
hasta que viniesen los moros.

Aconteció en una ocasión que cinco hermanos
gallegos, infanzones pobres, se hallaban en un
campo, al pie de la torre donde se guardaban las
doncellas, en el cual crecían numerosas higueras.

Había en la torre siete doncellas y una numerosa
tropa de moros que las estaba custodiando.
Conmovidos los cinco hermanos al oír los la-
mentos de las desesperadas doncellas, ardían en
deseos de libertarlas; pero como no tenían armas,
no se atrevían a acometer.
Mas habiendo llegado al límite su paciencia, ante
el vergonzoso y doloroso espectáculo, el mayor de
los hermanos propuso que, puesto que no tenían
otro medio, se armasen con ramas de higueras y
con ellas hiciesen frente a los guardadores de
aquellas pobres desconsoladas.
Así lo hicieron. Arrancando ramas de higuera,
los cinco hermanos se arrojaron sobre los moros y
combatieron con tanto valor y denuedo, que hi-
cieron en ellos gran matanza, siendo muy pocos los
mahometanos que pudieron escapar, derrotados y
maltrechos.
Los arriesgados vencedores, después de poner en
libertad a las doncellas, celebraron su triunfo en-
tonando un canto heroico que se hizo célebre:

No figueiral, figuereido,
no figueiral éntrei;
sete doncelas topara,
sete doncelas topei;
chorando as achara,
chorando as achei...

En memoria del hecho, los infanzones escogieron
por armas «cinco hojas de higuera puestas en so-
tuer», y desde entonces fueron conocidos por el
sobrenombre de «Figueroa», y tal fue su apellido e
ilustre el linaje que en adelante lo llevó.

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